Crítica | Esto no es la casa de Bernarda Alba

No hagan caso del título

Carlota Ferrer firma un montaje pirotécnico y sin médula de la obra de Lorca

Un momento de los ensayos de 'Esto no es la casa de Bernarda Alba'.Alba Pujol

El título está puesto para curarse en salud: esta es la Bernarda Alba de Lorca, caramelizada. La puesta en escena que firma Carlota Ferrer evoca la que Àlex Rigola hizo de El público: es muy bonita pero carece de médula. La directora está imbuida de una forma de hacer teatro tan sugestiva como extraña a la tradición española. Uno no se convierte en director alemán de raigambre por mucho que conozca el teatro centroeuropeo: podremos copiar formas y estilos, pero no el contexto en el que ambos se producen ni el proceso interior que los alienta.

Ferrer, coautora de la dramaturgia ...

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El título está puesto para curarse en salud: esta es la Bernarda Alba de Lorca, caramelizada. La puesta en escena que firma Carlota Ferrer evoca la que Àlex Rigola hizo de El público: es muy bonita pero carece de médula. La directora está imbuida de una forma de hacer teatro tan sugestiva como extraña a la tradición española. Uno no se convierte en director alemán de raigambre por mucho que conozca el teatro centroeuropeo: podremos copiar formas y estilos, pero no el contexto en el que ambos se producen ni el proceso interior que los alienta.

ESTO NO ES LA CASA DE BERNARDA ALBA

Autor: Lorca. Versión: José Manuel Mora. Intérpretes: Eusebio Poncela, Óscar de la Fuente, Igor Yebra, Jaime Lorente, David Luque, Julia de Castro, Guillermo Weickert, Arturo Parrilla, Diego Garrido. Audiovisual: Jaime Dezcallar. Luz: David Picazo. Movimiento: Ana Erdozain. Utilería: Miguel Delgado. Vestuario: Ana López Cobos. Escenografía: C. Ferrer y M. Delgado.. Dirección: Carlota Ferrer. Madrid. Teatros del Canal, hasta el 7 de enero.

Ferrer, coautora de la dramaturgia junto a José Manuel Mora, dice que la elección de un reparto casi exclusivamente masculino para esta obra de mujeres forma parte de una lectura feminista, pero, dado que el número de actrices en paro supera con creces al de actores, porque el repertorio teatral refleja preferentemente el mundo viril (léase el reciente informe de la AISGE), lo feminista sería hacer Doce hombres sin piedad con mujeres. ¿Cuántas veces hemos visto Las criadas encarnadas por hombres de pelo en pecho? ¿Por qué, en cambio, no se monta Arte con féminas?

En La Encina Teatro, en la madrileña calle de Ercilla, hay hasta febrero un montaje de La casa de Bernarda Alba interpretañdo por actores exclusivamente, dirigido por Paco Sáenz y estrenado hace casi tres meses. Alfonso Zurro hizo lo propio en 1985. El montaje que protagonizó Ismael Merlo, recién muerto Franco, tenía una connotación político social evidente: España llevaba entonces cuatro décadas bajo un dictado similar al de la matriarca. En el de Carlota Ferrer, el cambio de sexo de los intérpretes es mero ejercicio de estilo, como en Un hombre que se ahoga, la versión masculina que de Tres hermanas hiciera Daniel Veronese.

Por el tono neutro de las interpretaciones, parece que el argumento se da por sabido: la escena entre Poncia y Bernarda sucede como si los actores estuvieran pasando texto; Adela dice: “No duerme nadie en el mundo” como un tendero diría: “Son doce euros con veinte”. En cambio, la iluminación es exquisita, y la plástica no cesa de aludir al universo de Magritte. ¿Por qué Julia de Castro, única interprete femenina (cuya presencia se agradece a cada instante), toca el violín con virtuosismo, pero la prosodia del elenco en general es anodina y carente de musicalidad?

Eusebio Poncela encarna el papel protagonista con convicción y empaque. Óscar de la Fuente (Poncia) le imprime personalidad propia a la manera de decir que se le marca: cuando se tiene intuición y oficio, se puede. Su pantomima de Arlecchino hambriento no solo está bien traída, sino también espléndidamente ejecutada: no lo haría mejor Ferruccio Soleri joven. Como se enteren en el Piccolo, le fichan para la próxima reedición del montaje más representado de Strehler.

Hay otros momentos valiosos, como el duelo entre la violinista De Castro y el bailarín Guillermo Weickert, pero lo que en una compañía privada sería un meritorio ensayo con gaseosa, en un teatro público se convierte en gratuito derroche de cava: véanse, por ejemplo, las figuras perrunas sembradas por doquier, que sirven tan escasamente a la acción como las motos tuneadas en las Pingüinas arrabaleras de Pérez de la Fuente.

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