OBITUARIO

Hans Jürgen Massaquoi, el mulato que sobrevivió a los nazis

Nieto de un rey africano, salvó la vida en la Alemania hitleriana gracias a una grieta en las leyes raciales

Hans Jürgen Massaquoi, superviviente de la Alemania nazi. M. P. D' AGOSTINO (AP)

Hans Jürgen Massaquoi murió el mismo día en que cumplía 87 años en Jacksonville (Florida), la ciudad donde se había retirado tras jubilarse. Cuando falleció era ciudadano estadounidense, el país donde vivió más de seis décadas, se casó en dos ocasiones y nacieron sus hijos, Hans Jürgen Jr., fiscal en Detroit, y Steven, médico y profesor en el MIT. Sin embargo, no entró en el país hasta 1948, con una visa de estudiante para un año. En 1950, un error burocrático hizo que le reclutaran obligatoriamente para el ejército. Con 25 años terminó sirviendo dos años en las fuerzas aéreas y participó, com...

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Hans Jürgen Massaquoi murió el mismo día en que cumplía 87 años en Jacksonville (Florida), la ciudad donde se había retirado tras jubilarse. Cuando falleció era ciudadano estadounidense, el país donde vivió más de seis décadas, se casó en dos ocasiones y nacieron sus hijos, Hans Jürgen Jr., fiscal en Detroit, y Steven, médico y profesor en el MIT. Sin embargo, no entró en el país hasta 1948, con una visa de estudiante para un año. En 1950, un error burocrático hizo que le reclutaran obligatoriamente para el ejército. Con 25 años terminó sirviendo dos años en las fuerzas aéreas y participó, como paracaidista, en la guerra de Corea.

Paradojas del destino, en una entrevista con este periodista en 2009 con motivo de la edición en castellano de sus memorias recordaba que el día que más cerca había sentido la muerte fue en 1943, cuando en su ciudad natal, Hamburgo, le confundieron precisamente con un paracaidista estadounidense. Eran los años finales de la II Guerra Mundial y los aliados bombardeaban sin piedad Hamburgo en el transcurso de la llamada Operación Gomorra, en la que murieron 40.000 habitantes de la ciudad. Tras uno de aquellos ataques un grupo de ciudadanos le tomó por un piloto derribado y estuvieron a punto de lincharle. “Hubiera sido extraño haber sobrevivido tanto tiempo a los nazis para morir de esa forma”, recordaba. “Mi mujer dice que mi ángel de la guarda siempre ha tenido trabajo extra”.

Nacido el 19 de enero de 1926, vivió en constante peligro por el color de su piel. Massaquoi creció como mulato en la Alemania nazi. La rama materna de su familia era alemana y de origen obrero. Su abuelo era cantero en Silesia y murió en la mina. Pero por parte paterna, su otro abuelo había sido el rey de los vai, Momulu IV. Después de abdicar fue nombrado cónsul general de Liberia en la República de Weimar. Allí trasladó a su amplia familia, y allí le visitaba su hijo mayor que estudiaba en Dublín, un rico y apuesto playboy africano que cortejó a Berta, una enfermera alemana. De su relación nació Hans Jürgen.

Sus primeros años de vida fueron principescos: era el nieto favorito de su abuelo y creció rodeado de lujo: “Asociaba la piel negra con superioridad, porque nuestros sirvientes eran blancos”, escribió en el libro.

Hasta que la ascensión de Hitler al poder y las luchas intestinas en Liberia hicieron que el consulado fuera desmontado. De repente Berta, la madre de Hans se encontró sola, con un hijo negro, en medio del régimen nazi. La imposición de las políticas raciales en Alemania fue gradual y meticulosa. Lo que salvó al pequeño Massaquoi de ir a parar a un campo fue que la población negra en Alemania era tan escasa, unos centenares de personas a lo sumo dispersas por todo el país, que la eficiente pero estricta maquinaria nazi no supo qué hacer con él. “Sobreviví gracias a un resquicio en las leyes raciales. No éramos suficientes en mi ciudad para que los nazis se fijaran en mí”, recordaba en aquella entrevista.

En sus memorias, Testigo de raza. Un negro en la Alemania nazi (Papel de Liar, 2009), que él asegura que escribió por la insistencia de amigos como Alex Haley, el autor de Raíces, narraba con todo detalle su toma de conciencia como ser diferente dentro de la Alemania nazi. En sus primeros años estaba fascinado por el régimen, tanto que describe episodios entre cómicos y patéticos, como cuando convenció a una niñera de que le cosiera en la camisa una cruz gamada, o el día que intentó afiliarse a las Juventudes Hitlerianas. “Como todos los niños, estaba fascinado por la parafernalia nazi. Los uniformes, las banderas y los desfiles nos encantaban. Para mí, igual que para mis compañeros, Hitler estaba ya envuelto en una aureola casi divina que le protegía de cualquier culpa o crítica”, escribió.

Sin embargo, según va creciendo va siendo cada vez más consciente de que su situación es muy peligrosa. En la guerra se libra de ser reclutado para el ejército por falta de peso y va desarrollando una conciencia crítica. Se le impide el acceso a la universidad y continuar los estudios. Termina trabajando en una fábrica y se convierte en un swingboy, un amante del swing y el jazz, una tribu urbana adolescente, que los nazis odian por decadente. Aprende a tocar el saxofón y cuando llega la ocupación estadounidense de su ciudad combina su trabajo de músico con el estraperlo.

Reclamado por su padre se muda a Liberia, allí toma contacto con sus raíces africanas, pero no consigue aclimatarse y termina pidiendo un visado de estudiante para EE UU. Tras pasar por el ejército, y gracias a los beneficios para los veteranos de guerra, entró en la universidad y durante los dos tercios de su vida restante fue periodista en las dos revistas más importantes dirigidas a la comunidad negra: primero en Jet y después en Ebony, con base en Chicago, de la que fue redactor jefe y con la que informó sobre la lucha por los derechos civiles, los movimientos por la independencia de los países africanos y entrevistó a los presidentes Carter, Reagan y Bush padre.

“Todo está bien, si bien acaba”, decía en aquella entrevista. “Estoy bastante satisfecho con la forma en la que ha salido mi vida. He sobrevivido para contar la porción de historia de la que he sido testigo. Al mismo tiempo, deseo que todo el mundo pueda tener una infancia feliz en una sociedad justa. Y ese, definitivamente, no es mi caso”.

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