ANÁLISIS

Insurgencia poética

“En esta guerra solo se mata en los arrabales / el centro es ciudad abierta por mutuo acuerdo / entre el Bien y el Mal, mientras la ciencia / del alma calcula cómo calcular lo incalculable / por ejemplo / cuántos deben morir cada día en Etiopía / para que nos salga social / de pronto / la poesía”. Manuel Vázquez Montalbán —que ejerció de junior en las antologías de literatura social antes de ejercer de senior en la de los novísimos (el junior era allí Gimferrer)— incluyó estos versos en Pero el viajero que huye (Visor). Corría 1990 y España era un país de nu...

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“En esta guerra solo se mata en los arrabales / el centro es ciudad abierta por mutuo acuerdo / entre el Bien y el Mal, mientras la ciencia / del alma calcula cómo calcular lo incalculable / por ejemplo / cuántos deben morir cada día en Etiopía / para que nos salga social / de pronto / la poesía”. Manuel Vázquez Montalbán —que ejerció de junior en las antologías de literatura social antes de ejercer de senior en la de los novísimos (el junior era allí Gimferrer)— incluyó estos versos en Pero el viajero que huye (Visor). Corría 1990 y España era un país de nuevos ricos dispuestos a quemar la Visa en Sevilla, Madrid y Barcelona (puro 92). Malos tiempos para los aguafiestas. Ahora, con la resaca de todas las burbujas, la cruda realidad se ha colado de nuevo en la poesía, aquella que Celaya, optimista, consideraba un arma cargada de futuro.

Es cierto que autores como Jorge Riechmann, Juan Carlos Mestre o Isabel Pérez Montalbán nunca apagaron las alarmas y que la conciencia cívica ha estado siempre presente en la obra de Luis García Montero, pero esta vez la indignación atraviesa las generaciones. Si hace unos meses Antonio Gamoneda (1931) llamaba a la “insurgencia poética” para denunciar en su último libro, Canción errónea (Tusquets), la impunidad de las “financias financieras”, ahora es Pere Gimferrer (1945) el que pone a convivir en Alma Venus (Seix Barral) el amor con la metapoesía y a los dos con su hartazgo. “Tout ça me fait chier!”, dice la cita de Genet que encabeza la tirada que habla de Palma Arena, Urganda (¿Urdangarin?) y “un alfeñique de pupila azul” y concluye que nuestro Homero será Santos Discépolo, autor de Cambalache, el tango.

En estos días, además, Felipe Benítez Reyes (1960) publica un libro —Las identidades (Visor)— que, como los de sus colegas, no contiene únicamente versos de crítica social pero que se detiene en la familia real, la inmigración, el dinero y la guerra. Así, Ezra Pound, el faro veneciano de la generación de Gimferrer, protagoniza un poema de Benítez Reyes desde el que lanza, rotundo, una pregunta: “La guerra cuesta / 25.000 dólares por cadáver. / Quiero saber / quién se queda con esos 25.000 doláres”. Los poetas vuelven a pedir cuentas.

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