Miguel Pita, genetista: “En el enamoramiento se activan mecanismos para que sufras en el desamor”
Este investigador revela en un libro las claves neurológicas por las que nos quedamos prendados, por qué lo hacemos, de quién lo hacemos y qué ocurre al final de un idilio
El amor es una derivada muy sofisticada del sexo, dice Miguel Pita. Este doctor en genética y biología celular se ha arremangado para tratar de explicar en un libro uno de los grandes y más hermosos misterios que rodean la mente humana: cómo y por qué nos enamoramos y nos desenamoramos, y por qué nos fijamos, en concreto, en esa persona que es la culpable de nuestros desvelos durante todo ese proceso. El cerebro enamorado (Periférica) no es un libro de autoayuda, ni lo pretende, y se lee como una novela que narra la historia de Raquel e Íñigo, la pareja de ficción de la que se sirve Pita para contar los cambios cerebrales y hormonales de los que disfrutan y por los que sufren, desde su flechazo a su separación.
Investigador y profesor en la Universidad Autónoma de Madrid, Pita (Madrid, 49 años) es también autor de otros dos libros, El ADN dictador (2020) y Un día en la vida de un virus (2020), sobre la pandemia de la covid, sobre la que también escribió en este diario.
Pregunta. Arranca usted el libro de una forma curiosa; no cuenta a quién va dirigido, sino a quién no: “Si estás desesperado porque tu pareja te ha dejado o si quieres conquistar a alguien que te obsesiona, este no es tu libro”. ¿Por qué?
Respuesta. Quería dejar claro que es un libro basado en el conocimiento científico, muy distinto de los que están escritos en función de opiniones o sensaciones, y a los libros de autoayuda o crecimiento personal. No busco la autoayuda, no incluyo trucos para superar una ruptura, pero puedes entender qué es lo que te ha pasado tras la tuya y, además, comprenderás que no estás solo en el mundo. Es algo normal que no solo te pasa a ti, sino que les pasa hasta a los topillos. En ese sentido sí creo que ayuda.
P. Quiere contar lo que dice el conocimiento científico sobre el amor, pero usted mismo reconoce que a la ciencia todavía le queda mucho por saber. ¿Por qué el amor es tan difícil de estudiar?
R. Porque hay una parte del fenómeno que es exclusivamente humano, y eso lo dificulta mucho. Los mecanismos y circuitos neuronales en que se fundamenta el amor los compartimos con otras especies. Pero esas especies producen vínculos afectivos con sus parejas, no un enamoramiento loco como el nuestro; esto es exclusivamente humano.
P. Dice que ese enamoramiento es algo parecido a convertir al otro individuo en una droga a la que engancharse. ¿Qué ocurre en el cerebro de una persona enamorada?
R. Las drogas recreativas explotan mecanismos del cerebro que tienen otras funciones, y uno de ellos es del enamoramiento. De una manera muy resumida, se genera una obsesión con el objeto del deseo, porque se producen muchos receptores para conseguir placer en las zonas de la recompensa. Y luego, además, también se producen unas reformas en las neuronas que producen estos receptores. Estas moléculas te castigan en ausencia de tu objeto del deseo. Y eso es muy típico del amor y de las drogas. La diferencia es que esas reformas del enamoramiento se pueden recuperar, mientras que con las drogas hay muchas secuelas. El cuerpo ha sido testado para enamorarse y desenamorarse a lo largo de muchos años de historia de nuestra especie.
P. ¿Y hay diferencias neurológicas entre el amor de una noche y el amor de una pareja que lleva 20 años?
R. Sí, es muy distinto. El amor de una noche puede no llegar a ser amor romántico. Pero si resulta que después de esa noche te enamoras locamente, se produce el comienzo de esas reformas mentales en la producción de receptores de dopamina, y después de oxitocina, que luego con el tiempo tenderán a atenuarse y a equilibrarse. Ese es el comienzo de la transición al amor maduro. Una pareja que lleva dos años no está tan locamente enamorada como la primera semana, pero no está menos enamorada, lo está de una forma distinta. Lo que se va perdiendo es la locura, que lleva asociada los mayores picos de bienestar, pero también de malestar.
P. Hay personas muy enamoradizas y otras que no se han enamorado nunca. Si todos los humanos tenemos esa predisposición al amor, ¿por qué ocurre esto?
R. Porque no somos idénticos. Todos tenemos la capacidad de enamorarnos, pero la cantidad de receptores y de neurotransmisores que producimos, por cuestiones seguramente genéticas y también epigenéticas, es distinta. Y aunque no está muy clara cuál es la respuesta exacta a su pregunta, yo especulo con que hay personas que son más dopaminérgicas y otras que son más oxitocinérgicas. Las personas más dopaminérgicas necesitan que esté permanentemente activo el placer anticipado, ese placer de disfrutar con que va a venir algo todavía más grande después y que, cuando llega ese después, no lo disfrutan tanto. Sin embargo, hay otras personas que son más oxitocinérgicas, y seguramente también con más capacidad de producir serotonina, que son más capaces de disfrutar del presente. Hay personas que, cuando la relación deja de ser completamente eufórica, necesitan encontrar una nueva fuente de euforia y no son capaces de hacer la transición al amor maduro.
P. En el libro dice que la crianza es la piedra fundacional del amor, ese momento en el que los dos cerebros separados se juntan con ese objetivo. Pero ¿qué ocurre con las parejas que pueden vivir enamoradas años sin querer tener hijos? ¿Qué ocurre en sus cerebros?
R. Funcionan exactamente igual. La especie humana, gracias a la ciencia, puede entender por qué hace las cosas. Y algunas cosas nos las enseñan desde pequeños, como que la razón por la que existen las relaciones sexuales es tener descendencia. Sin embargo, ninguno pensamos en eso cuando pretendemos tener sexo, esto está completamente domesticado. De ese instinto que está fundamentado evolutivamente en las relaciones sexuales y, posteriormente, en la crianza de la descendencia, nosotros aprovechamos la parte que nos interesa. Las relaciones sexuales de alguien que tiene sexo para divertirse y de quien lo tiene para tener hijos no son ni mejores ni peores, son las mismas.
P. La monogamia en humanos es extraña también, desde ese punto de vista evolutivo...
R. En realidad, en los mamíferos es muy extraña la monogamia, pero en los que se presenta, no es una opción. En nuestra especie todos son opciones. Nosotros somos monógamos sociales: durante un tiempo, cuando nos enamoramos, queremos estar solo con esa pareja y no nos interesan otras. Hay gente que discutirá esto, pero cuando estás enamorado de una persona, las demás te interesan entre poco y nada. Los humanos somos monógamos sociales transitorios.
P. Hemos hablado del sexo y del amor. Pero, ¿qué pasa cuando te desenamoras? ¿Es también un proceso cerebral, intervienen también las hormonas?
R. Sí, claro. El sufrimiento del desenamoramiento es puramente biológico y, en ese sentido, sí creo que conocerlo puede resultar de ayuda. Una de las partes que más me fascinaron de escribir el libro fue explicar que, durante el enamoramiento, se activan unos mecanismos que se habían preparado para que tú sufras en el desamor. No es mala idea, lo ha hecho tu cerebro para que cuando no estás con tu pareja vuelvas a buscarla. Cuando dejas de estar con ella, se liberan una serie de hormonas y neurotransmisores que activan unos receptores que crecen en número en la época en que tú estás completamente feliz, de forma traicionera. El amor juega con dos cartas, el premio del placer y el castigo del dolor. Cuando se va tu pareja y estás enamorado, la ansiedad es elevadísima y esas moléculas del malestar nunca decaen. Y eso siempre pasa en el cerebro: se activa esa ruta del malestar en la ruptura y está permanentemente llamando a la puerta de esas neuronas que te hacen sufrir y que se han preparado para este momento, cuando tú estabas mirando para otro lado. Y hasta que no han llamado miles de veces a esa puerta, esas neuronas no dicen “venga, vamos a ir empezando a recoger ya, que esta ruta que está siendo ya demasiado agobiante, vamos a pensar en otra cosa”. De ahí que el viejo dicho de que el amor se cura con tiempo sea perfectamente válido. Ese tiempo sabemos a qué se dedica: a retirar toda esa arquitectura que se ha construido durante el enamoramiento. Y ese es un fenómeno muy interesante y que no se ha conocido hasta poco. Es un golpe contra ti mismo que no estaría en tu interés, pero sí está en el de la naturaleza, que es pensar: “No pierdas esa pareja con la que vas a producir una descendencia que va a mantener viva la especie. Vuelve a ella”. Y cuando ya te lo haya dicho 100.000 veces ya dice “venga, vale, pues no vuelvas”. Y ahí tú recuperas un poco de tu lucidez.
P. Cuando sufres desamor, piensas en aprender a enamorarte menos, o mejor. ¿Se puede entrenar al cerebro para algo así?
R. Se le puede entrenar muy sutilmente. Es como pensar que puedes entrenar para correr tan deprisa los 100 metros como Usain Bolt. Si no tienes ciertas cualidades de serie, hay ciertas cosas que nunca vas a conseguir. A todos nos viene de serie un enamoramiento muy potente y, con nuestra parte consciente, podemos domesticarlo mínimamente. Pero nuestras partes instintivas más fuertes son más difíciles de entrenar. Al final, lo que hace que te enamores menos también es biológico. Tus propias hormonas, por tu propio avance en la vida, van bajando y probablemente lo hagan al mismo ritmo al que tú te vas enseñando a ti mismo a controlarte. Hay que asumir que en el cerebro hay cosas que ocurren que no podemos controlar, y punto. Nuestro acceso a la caja negra del cerebro es mínimo.
P. Y si todo depende de una caja negra que es tan difícil de controlar, ¿funcionan las apps de citas? ¿Puede un algoritmo determinar de quién enamorarte?
R. Sí, lo pueden hacer perfectamente, porque al final consiste en acumular datos. No lo van a hacer con total precisión, porque no está completamente claro cómo eliges a la persona de la que te enamoras. Sin embargo, sí se cree que es alguien de quien tú tienes una imagen mental en esa caja negra del cerebro. Esa persona tiene una serie de características que tienden a repetirse, así que una máquina que trabaja con acumulación de información puede predecirlo.
P. ¿Cómo cambiará todo esto la IA? Ya hay personas que se están enamorando de inteligencias artificiales...
R. Es muy interesante. Por un lado, el amor es un instinto tan fuerte de nuestra especie que los cambios en las sociedades pintan muy poco. La forma de enamorarnos es muy similar a la que teníamos en la Edad Media. El amor es un sentimiento tan rotundo y tan profundo que es más fuerte que nuestras decisiones conscientes y los cambios sociales. Pero, por otro lado, el ser humano tiene una capacidad de enamorarse tan abstracta que se puede enamorar de personas que no conoce, incluso de seres que no existen.
P. ¿Qué pregunta sobre el cerebro enamorado no puedo responder en su libro? ¿Qué le ha quedado por saber?
R. Me gustaría saber exactamente cómo es la fisiología del flechazo; conocer más en detalle qué está pasando, en qué partes del cerebro y con qué moléculas, en ese momento en el que tu cerebro se da cuenta de que hay una persona que se corresponde con esa lista que está en la caja negra. De ahí en adelante se conoce bastante bien en qué consiste el enamoramiento y el desamor. Pero el flechazo sigue siendo la parte que más me intriga.