Una nube de gas ardiente en la erupción histórica del Vesubio convirtió el cerebro de un hombre en vidrio
Una víctima de unos 20 años hallada en Herculano tenía en el interior de su cráneo una masa vítrea y negruzca: su materia gris cristalizada
“La nube se elevaba desde una montaña, a tal distancia que no podíamos distinguir cuál, pero después supimos que era el Vesubio. Como mejor puedo describir su forma es asemejándola a un pino. Se alzaba hacia el cielo con un tronco muy largo del que brotaban algunas ramas”. Era el año 79 de nuestra era, y así describió el comienzo de uno de los más conocidos desastres naturales de la historia el único superviviente que dejó un testimonio escrito, Plinio el Joven. El destino de Pompeya y otras poblaciones afectadas por la letal erupción es bien conocido, tanto como los famosos vaciados en yeso de los cadáveres de algunas de los miles de víctimas.
Pero hubo un caso único entre todos. Cuando en el siglo XX se excavaron las ruinas de Herculano, una pequeña localidad costera que quedó enterrada por el ardiente alud del Vesubio, entre las más de 300 víctimas se encontró una sola cuyo cerebro había sufrido un rarísimo efecto de vitrificación; los sesos se habían transformado en una especie de vidrio de aspecto parecido a la obsidiana. Ahora, un nuevo estudio explica cuál fue el proceso que originó este resultado nunca antes visto.
Fue en los siglos XVIII y XIX cuando se emprendieron las grandes excavaciones de Pompeya. Allí se han hallado los restos de más de 1.000 personas. En 1863 el arqueólogo Giuseppe Fiorelli, encargado de los trabajos, comenzó a descubrir en la gruesa capa de cenizas calcificadas los huecos que había dejado la descomposición de los cuerpos, y diseñó un método para crear vaciados de yeso empleando las cavidades como moldes.
En Herculano, en cambio, se hallaron esqueletos relativamente bien conservados, la mayoría apiñados en una docena de casetas de piedra donde se guardaban las embarcaciones, junto a la playa. Los habitantes buscaron allí el modo de escapar del infierno que se cernía sobre ellos haciéndose a la mar, pero encontraron la muerte cuando la avalancha de cenizas expulsadas por el volcán cegó las entradas de sus refugios.
Varios investigadores han tratado de explicar cuál fue el proceso que preservó aquellos restos, en comparación con los de la cercana Pompeya. En la Universidad Federico II de Nápoles, el antropólogo forense Pier Paolo Petrone propuso que el calor extremo de unos 400 grados vaporizó rápidamente los fluidos corporales y los tejidos blandos, dejando los huesos quemados, impregnados con residuos minerales.
El guardián solitario
Pero algo distinto a todo se encontró en el Collegium Augustalium de Herculano, un edificio público dedicado al culto al emperador Augusto que estaba situado en la calle principal, Decumanus Maximus. Se trataba de un hombre de unos 20 años, se supone que el custodio del recinto, que murió solo, tendido en su cama, y quedó enterrado en cenizas. Del interior de su cráneo se recuperó una masa vítrea y negruzca: su cerebro vitrificado.
Según publicaron Petrone y sus colaboradores en 2020, los tejidos cerebrales son raros en los hallazgos arqueológicos, pero en todo caso suelen sufrir un proceso de saponificación, cuando las grasas se convierten en jabón. El cerebro de aquel hombre transformado en vidrio orgánico es el único caso conocido. Petrone relata la historia de un prisionero inglés en la Segunda Guerra Mundial a quien los soldados alemanes obligaban a inspeccionar los refugios bombardeados. Los cadáveres que hallaba, dice, eran amalgamas de huesos y grasa formando una masa compacta. “Esta es una situación muy similar a la que encontré cuando vi por primera vez el esqueleto del custodio”, afirma.
Cuando Petrone examinó el material del cráneo del guarda, “el análisis proteómico reveló varias proteínas y ácidos grasos altamente expresados en el tejido cerebral humano”, señala. En otro estudio posterior de microscopía, su equipo descubrió la conservación de estructuras cerebrales: “Mostramos el hallazgo de todo un sistema nervioso central excepcionalmente conservado en el cerebro y en la médula espinal, representado por neuronas interconectadas por una densa red de axones, en los que pudimos distinguir incluso las vainas de mielina”.
Pero, ¿qué tipo de proceso fue el que obró la transformación del cerebro del guarda? En un nuevo trabajo publicado en Scientific Reports, del grupo Nature, Petrone y sus colaboradores explican que, en la naturaleza, la vitrificación solo ocurre por una congelación muy rápida y a temperatura muy baja, lo que solidifica el material evitando la formación de cristales. En el caso de los tejidos biológicos, compuestos sobre todo por agua, puede lograrse por inmersión en nitrógeno líquido, un método utilizado para la criopreservación.
Un calentamiento y enfriamiento rápidos
Analizando las propiedades del material y simulando el proceso, los investigadores prueban que la vitrificación requirió que el cerebro se calentase por encima de 510 grados para luego enfriarse rápidamente, y el hueso evitó la destrucción completa del tejido. Pero dado que el flujo piroclástico —la avalancha de materiales volcánicos— no habría superado los 465 grados y se habría enfriado despacio, concluyen que el primer ataque del volcán fue una nube muy caliente pero poco densa, disipada en minutos. El cuerpo quedó así expuesto a temperatura ambiente y el súbito enfriamiento vitrificó el tejido. La rapidez del proceso, según Petrone, “permitió fijar y preservar intactas la mayoría de las estructuras cerebrales”, antes de que la colada piroclástica sepultara Herculano y conservara aquellas raras piezas para la historia.
Petrone justifica que nada de esto ocurriese con las víctimas de Pompeya por la diferencia en la distancia al volcán y en las temperaturas, lo que explica la disparidad en los restos. “A Pompeya no llegaron los tres primeros flujos piroclásticos, el primero de los cuales fue el más caliente”, dice, añadiendo que la ardiente y fugaz descarga sobre Herculano sorprendió al custodio en su aposento. Cuando la nube continuó su camino hacia el mar para arrasar los cobertizos donde los habitantes se habían resguardado, “la temperatura ya había descendido, tanto por el impacto con el agua del mar como por la vaporización de los tejidos blandos”.
El antropólogo y bioarqueólogo de la Universidad de Indianápolis Christopher Schmidt, que no ha participado en el estudio, pero ha analizado esqueletos de Herculano, coincide en que la peculiar situación del guarda pudo marcar la diferencia: “Se ubica lejos de los cuartos de almacenaje donde aparecieron la mayoría de las víctimas. Parece estar solo en la habitación, así que no estuvo escudado por otras personas. Quizá estuvo expuesto a mayores temperaturas”. Schmidt ya propuso en 2015 la idea de una primera nube caliente anterior al flujo piroclástico, por lo que la hipótesis de Petrone le parece verosímil. En cambio, objeta: “No estoy seguro de si la justificación de la vitrificación es convincente, sobre todo por razones como que esto no parece ocurrir en las cremaciones u otros contextos de cuerpos incinerados”.
Por su parte, el volcanólogo Guido Giordano, de la Universidad Roma Tre y primer autor del trabajo, comenta que “la cremación es un proceso de quemado, mientras que la vitrificación es un proceso de enfriado; la cremación no puede producir vidrio”. Casi 2.000 años después, aquellos dos días en que el joven Plinio creyó que era “la última noche interminable para el mundo” siguen revelando secretos sorprendentes.