Ludovic Slimak, paleoantropólogo: “Hemos matado al neandertal por segunda vez al no querer comprenderlo tal como fue”

El autor francés reflexiona sobre la identidad de nuestra especie y su tendencia a aniquilar cualquier otra forma de humanidad

El paleoantropólogo francés Ludovic Slimak, en Madrid.Samuel Sánchez

Ludovic Slimak (Vercors, 51 años) es paleoantropólogo del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia y la Universidad de Toulouse-Le Mirail. En su último libro, El neandertal desnudo (Debate), relata sus experiencias excavando yacimientos en medio mundo en busca de la esencia de la última especie humana extinta.

El autor hace reflexiones que trascienden lo científico para tocar el arte, la psicología, la antropología, incluso la filosofía. Su idea central es usar a los neandertales como un espejo en el que mirarnos e identificar pulsiones que pueden aniquilarnos.

En esta entrevista, realizada en Madrid, Slimak también habló a EL PAÍS de su último descubrimiento, los restos del que posiblemente es el último neandertal conocido: un hombre de unos 50 años cuyo clan llevaba 50.000 años completamente aislado.

Pregunta. ¿Qué cree que sucedió cuando nuestra especie se encontró con los neandertales?

Respuesta. Para entender ese encuentro entre dos visiones humanas, hay que encontrar las palabras adecuadas para expresar qué es el neandertal. Hasta el momento, no lo hemos logrado. Hay dos escuelas de pensamiento. La que lo considera una humanidad inferior, y otra que, casi como reacción, dice que esa es una mirada racista, y que los neandertales eran iguales que nosotros.

P. ¿Y usted qué opina?

R. He pasado 35 años trabajando en cuevas. He tenido un contacto muy directo con los objetos que fabricaban, su modo de vida, sus armas. Haciendo este trabajo me pasó algo muy problemático: no reconocía nada de esas dos escuelas de pensamiento. No estaban viendo lo fundamental de la cuestión neandertal. No se trata de conocer sus tecnologías para tallar el sílex, saber qué animales cazaban o cuál era su genética. Todo eso son solo herramientas. Hemos confundido los métodos con el sujeto de estudio, que es lo humano. Los sapiens somos tan complejos que nos cuesta mucho entendernos a nosotros mismos. Hemos fragmentado el conocimiento humano en muchas disciplinas, antropología, psicología, etiología, sociología; pero lo humano no está en ninguno de esos fragmentos. Nos estamos planteando una cuestión mucho mayor: quiénes somos y qué somos en el mundo. Y una vez planteado esto, nos preguntamos qué supone la existencia de otra humanidad independiente y cuál fue su papel. No podemos comprender a los neandertales proyectando nuestros fantasmas.

P. En su libro habla de un neandertal espantapájaros al que hemos travestido. ¿Qué quiere decir?

R. Para el gran público, el neandertal es una superestrella del pop. La palabra neandertal se utiliza en todas las culturas del planeta, con muchas variantes. En Estados Unidos se emplea para insultar a rivales políticos. En otras culturas, el neandertal encarna el sueño del buen salvaje. En la cultura popular, el neandertal se nos ha escapado, tiene vida propia; no es el verdadero neandertal, sino otro disfrazado, vestido de un montón de formas. Podríamos esperar que en el ámbito científico se afrontase el problema con frialdad, pero tampoco. Los datos son tan complejos que la comunidad científica se ha enfangado, y no ha podido tomar distancia para analizar todos los datos en conjunto.

P. ¿Es racista pensar que otro humano era igual que nosotros?

R. El racismo no es decir “no te amo porque eres diferente”, sino “para que seas humano, tienes que ser como yo”. Queriendo hacer un bien, los científicos han caído en un racismo 2.0. Hemos matado al neandertal una segunda vez por no querer comprender qué fueron realmente. Lo mismo sucedió en la colonización de África, Australia, América; y sigue pasando en el siglo XXI. No podemos concebir formas humanas extraordinarias que no sean nosotros. Somos prisioneros de esta ceguera. Es muy difícil salir de uno mismo y mirar sin proyectarse.

P. ¿Tan desacertado está todo el mundo?

R. Hay un yacimiento en Italia en el que se han encontrado restos de alas grandes y vistosas de algunos pájaros. En ellas había marcas de herramientas de sílex. Las hicieron neandertales de la última época antes de su extinción. La conclusión fue que recuperaban esas plumas para adornarse con penachos, como lo hacíamos nosotros. Yo he encontrado un escrito del explorador francés Jean Malaurie, que pasó tiempo con los inuits del Ártico, y contaba que ellos arrancan las plumas de los pájaros para sorber el tuétano del cálamo, que es muy nutritivo. De golpe, todo se derrumbó. El neandertal emplumado es una caricatura. En España se han encontrado supuestas paredes adornadas, también colgantes de conchas, pero cada vez que analizamos bien los datos, resultan demasiado frágiles.

1219 (27-06-24) Ludovic Slimak, antes de la entrevista.Samuel Sánchez

P. ¿Hay un sentimiento de culpa en todo esto?

R. Sí, existe una culpa. En el siglo XIX se creó el mito del buen salvaje. En el XX pasamos al racismo. Pero todo el horror del siglo XX no cambia el hecho de que la evolución existe, y que tenemos dos humanidades, una que vivió en África, nosotros, y otra en Europa, ellos, durante 500.000 años, en climas y entornos totalmente diferentes. Si después de todo eso pensamos que eran iguales a nosotros es que no creemos en la evolución. Es creacionismo 2.0. Son movimientos inconscientes de rehabilitación del neandertal, pero cuidado, porque eso siempre acaba en la asimilación.

P. ¿Y pensar que hubo asimilación es un error?

R. Cuando era estudiante tuve un profesor de etnografía, Pierre Lemonnier, que inventó la antropología de las técnicas. Decía que el día que comprendamos que un habitante de Papúa Nueva Guinea que asesina a su mujer clavándole tres flechas en la espalda es un hombre estupendo para su tribu, podremos ser buenos etnógrafos. Enfrentarnos a la alteridad cultural siempre es una experiencia chocante. Ni uno de nuestros valores occidentales es universal. Lo que hacen en Papúa nos choca, pero lo que nosotros hacemos también les sorprende a ellos. Y cuando nos enfrentamos al neandertal, ya no solo hay alteridad cultural, también biológica. El neandertal no puede ser un sujeto políticamente correcto. Tenemos que afrontarlo y mirarlo sin máscaras, con total honestidad, para intentar comprender lo que es. Hablamos de la gran última extinción de la humanidad. La última vez que hubo un ser humano en la Tierra que no éramos nosotros.

P. ¿Por qué cree que desaparecieron?

R. En los últimos decenios se ha planteado como si fuese la extinción de los dinosaurios. Pero los seres humanos no se extinguen así. Se ha dicho que ambas especies tenían los mismos conocimientos tecnológicos. Pero después de haber tenido en las manos millones de objetos neandertales y sapiens, no tienen nada que ver. Dos pares de gafas se parecen mucho. Lo mimo pasa con un vaso, con una cartera, una mesa. El sapiens sigue procesos de normalización y estandarización, de uniformización. No es algo exclusivo del siglo XX y XXI. Lo mismo ocurre con objetos que tienen 140.000 años hallados en el valle del Ródano, o hace 200.000 años en el Cuerno de África. Cuando me presentan un objeto sapiens, en cuanto lo veo, lo entiendo inmediatamente. Pero el objeto neandertal es como una partida de ajedrez. Yo sé hacer herramientas con sílex, es parte de mi formación de paleoantropólogo. Cuando cojo la herramienta neandertal veo que es muy bonita, pero no la entiendo. Pueden pasar días hasta que, de repente, me viene la solución. Lo interesante es que ese objeto es único en el mundo. Puedo ver millones de ellos y ninguno es idéntico al otro. Con sapiens, vistos 100, sé cómo serán los siguientes.

P. ¿La tecnología nos permite comprender su mente?

R. Esas herramientas nos abren su estructura mental y nos muestran que no tiene nada que ver con la nuestra. Nosotros llamamos uniforme al vestido del militar. ¿Por qué se le pide al soldado que vista igual que los demás, que marche al ritmo, etcétera? Para que desaparezca como individuo y sea solo parte de un hormiguero. En el sapiens hay maneras de ser y comprender que son muy peligrosas. Están en nuestra naturaleza. Ese deseo de hacer cosas al mismo tiempo, de ir todos a una, nos hace más eficaces que cualquier otra especie humana.

P. Pero cuando nos encontramos con ellos en Europa tuvimos sexo e hijos que fueron aceptados, probablemente queridos.

R. Los genetistas han demostrado que todos los sapiens antiguos y también los actuales tenemos genes del neandertal. Sin embargo, los últimos neandertales no tenían genes sapiens. Esto que traigo [toma una reproducción de una mandíbula inferior fósil] es un hallazgo del que aún no se ha publicado nada. Se ha hallado en la cueva de Mandrin, en el valle del Ródano, y pertenece a uno de los últimos neandertales. Hemos logrado extraer ADN de un molar y nos dice que vivió hace unos 40.000 años. Este individuo no tenía ningún gen sapiens. Sin embargo, viene de un yacimiento donde vivieron los sapiens 10.000 años antes. Cuando se extrajo el ADN nos dimos cuenta de que este es un grupo de neandertales tardíos totalmente desconocido. Estamos ante uno de los últimos neandertales, posiblemente el último. La población de este individuo y sus ancestros llevaban 50.000 años sin intercambiar ni un solo gen con ningún otro grupo neandertal, ni siquiera los que vivían a una semana a pie. Estamos afrontando elementos de conducta poblacional que son fundamentales para comprender la extinción. 50.000 años de evolución es lo que hay entre un lobo y un caniche. Durante el tiempo que esta población vivió aquí, el sapiens empezó a generar redes de comunicación que abarcaban 3.000 kilómetros entre los dos extremos del Mediterráneo. Junto a este individuo se ha encontrado un objeto que era una auténtica proeza tecnológica. Nadie hoy en la Tierra sería capaz de reproducirlo. Es una punta de piedra totalmente recta de 10 centímetros de largo y dos milímetros de grosor. Estas gentes tenían capacidades técnicas sorprendentes, pero su forma de entender el mundo era diferente. Cada objeto era único y mostraba una gran creatividad y libertad.

P. ¿Los sapiens no somos creativos y libres?

R. Nos gustaría que esa fuese la definición del ser humano, pero no la es. Si lo fuese, habríamos desaparecido hace 40.000 años. Lo que somos es una especie normalizada, estandarizada, hipereficaz. Hay algo muy peligroso en el sapiens que induce a la extinción de cualquier otra forma humana. Ahora estamos aplicando nuestra eficacia al entorno natural. Vemos un desplome de la biodiversidad. Esto no es porque los malvados sapiens queramos destruirlo todo, pero si no tomamos conciencia de esto, el mundo natural se va a derrumbar sobre nuestras cabezas, y tras él caeremos nosotros.

P. Si eran tan especiales, ¿por qué su mente no dio lugar a arte?

R. Mis colegas han buscado arte neandertal en las cuevas. Pero buscan lo que hacía el sapiens. Si vamos a Altamira vemos los bisontes. Los detalles de las patas son los mismos que los que vemos a miles de kilómetros, en los montes Urales de Rusia. ¿Qué nos dice esto? Que no es arte, es técnica. Todos hacen exactamente lo mismo, como con el sílex. Las cuevas paleolíticas usan un mismo código que comunica: “Estamos juntos y somos iguales”. El arte aparece en 1863 con el salón de los impresionistas. Antes de eso, todo era arte académico, todos pintaban lo mismo. No era arte, sino técnica, refinadísima, artesanal. Manet, Pisarro, Monet, Renoir, se rebelan y empiezan a pintar de otra forma, y son rechazados por ello. Pero al final abren los ojos al mundo. Ese es el verdadero arte. El sapiens no acepta el arte sino como un instante de luz anecdótico, individual. La academia es una especie de neurosis colectiva. Con el neandertal es distinto. Sus objetos artesanales, como el hallado en Mandrin, son únicos, irreproducibles. Ese objeto dice: yo soy el único capaz de hacer esto. Es la fusión de arte y artesanía. No lo hemos visto porque hemos proyectado nuestra mentalidad sapiens. Hay arte neandertal en todas partes, detrás de los focos. Sin embargo, en los sapiens no hay arte. Ellos eran más libres que nosotros.

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