Los botánicos cambian 200 nombres de plantas por su tufo racista, pero mantienen la opción de homenajes a personas polémicas

Un congreso mundial en Madrid aprueba un mecanismo para rechazar términos denigratorios, pero se respetarán las denominaciones a partir de personas reales, aunque sean genocidas

Detalle de un árbol del coral sudafricano, cuyo nombre científico es 'Erythrina caffra', en el Jardín Botánico de la Universidad de Málaga.Universidad de Málaga

La botánica es el arte de secar plantas e insultarlas en latín y griego, según una frase socarrona atribuida al escritor francés decimonónico Jean-Baptiste Alphonse Karr. Durante casi tres siglos, los investigadores han bautizado a los seres vivos con un nombre científico, compuesto por dos palabras: el género y la especie. Un tipo de escarabajo descrito en 1937 se llama ...

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La botánica es el arte de secar plantas e insultarlas en latín y griego, según una frase socarrona atribuida al escritor francés decimonónico Jean-Baptiste Alphonse Karr. Durante casi tres siglos, los investigadores han bautizado a los seres vivos con un nombre científico, compuesto por dos palabras: el género y la especie. Un tipo de escarabajo descrito en 1937 se llama Anophthalmus hitleri, en homenaje a Adolf Hitler. Una flor de Guinea recibió el nombre de Hibbertia vestita, por George Hibbert, un defensor de la esclavitud entre los siglos XVIII y XIX. La sección de nomenclatura del Congreso Internacional de Botánica, que se celebra en Madrid hasta el sábado, votó el 18 de julio que a partir de ahora habrá un mecanismo para proponer el rechazo de nombres si son denigratorios para un grupo de personas, pero solo se aplicará en denominaciones realizadas a partir de 2026. Los nombres históricos ofensivos de plantas, hongos y algas se quedarán como están.

Las denominaciones polémicas procedentes de epónimos —nombres de personas reales— no se tocarán, ni las pasadas ni las futuras, según detalla la botánica británica Sandra Knapp, presidenta de la sección de nomenclatura. “Hitler es un nombre de una persona. Yo conozco a gente que se llama Hitler ahora. Es un nombre, no es un término denigratorio”, asegura Knapp, del Museo de Historia Natural, en Londres. “Hay recomendaciones para que no se pongan nombres por personas que son mala gente. Y que no se nombren los géneros por gente que no tiene nada que ver con la ciencia. Yo creo que hoy en día nadie va a llamar algo por Hitler. Ojalá que no, pero se podría. Es difícil regular eso. Creo que debemos pensar que la comunidad va a actuar de manera respetuosa con otras personas”, opina.

El congreso mundial de Madrid ha hecho una excepción y ha aprobado una eliminación con carácter retroactivo desde el próximo sábado: los 200 nombres relacionados con la palabra cafre, que procede del árabe kafir (pagano o infiel) y sirvió para denominar a los habitantes de la Cafrería, una antigua colonia inglesa en Sudáfrica. En la actualidad, cafre y sus derivados se consideran términos extremadamente despectivos e incluso discurso de odio en el sur de África. El árbol del coral sudafricano, cuyo nombre científico es Erythrina caffra, perderá la c y se llamará Erythrina affra.

El presidente del comité organizador del congreso, Gonzalo Nieto, celebra las decisiones aprobadas, aunque reconoce que pueden parecer conservadoras. “Había gente que se estaba desmelenando para tratar de corregir problemas, que puede haberlos, pero hacían propuestas que afectaban a la funcionalidad de un sistema que lleva casi 300 años funcionando bien”, apunta Nieto, del Real Jardín Botánico (CSIC), en Madrid. “En mi opinión, no hay que tomar medidas masivas, como ocurre en el mundo de la zoología, que hay gente proponiendo que se eliminen retroactivamente todos los nombres dedicados a personas”, añade el botánico español. A su juicio, los nombres relacionados con la palabra cafre son un caso especial. “Está muy bien que se puedan corregir retroactivamente. Hay unos 200, lo cual es manejable”, asegura.

Yo creo que hoy en día nadie va a llamar algo por Hitler. Ojalá que no, pero se podría
Sandra Knapp, botánica

Aproximadamente uno de cada cinco nombres científicos de animales homenajea a una persona concreta, según los cálculos de la Comisión Internacional de Nomenclatura Zoológica. Y uno de cada 10 procede de topónimos, de nombres propios de lugares, que también pueden ser conflictivos si hay disputas fronterizas. Para el biólogo portugués Luis Ceríaco, miembro de este grupo de expertos, eso significa que “varios cientos de miles de nombres científicos aceptados podrían ser cuestionados, potencialmente”.

La Comisión Internacional de Nomenclatura Zoológica reconoció el año pasado que algunos nombres científicos “podrían incomodar u ofender”, como los que homenajean a dictadores o a personajes históricos considerados racistas. Sin embargo, ese grupo de expertos también propuso no hacer grandes cambios, ante la “subjetividad” del problema. “Sería inapropiado que la Comisión hiciera juicios en cuestiones de moralidad, porque no existen parámetros específicos para determinar umbrales de ofensa por un nombre científico en una comunidad o un individuo”, dictaminó el grupo, que rechazó la creación de un Comité de Nombres Inapropiados o Culturalmente Ofensivos, propuesto por otros colegas.

La subjetividad está clara. El botánico español Antonio José Cavanilles Palop (1745-1804), por ejemplo, describió al menos un centenar de géneros de plantas, bautizándolos con nombres de personajes históricos que consideraba referentes, como el navegante Cristóbal Colón, que a ojos del viejo mundo descubrió América en 1492, y el militar Hernán Cortés, que en 1519 inició la conquista del Imperio azteca. Colona es un género de plantas de la misma familia que las malvas. Y Cortesia es un género emparentado con las flores nomeolvides. En 2020, un grupo de manifestantes derribó la estatua de Colón en Baltimore (EE UU). Una década antes, la estatua de Hernán Cortés en Medellín (Badajoz) amaneció teñida de pintura roja.

Estoy convencida de que deberíamos cambiar el nombre del escarabajo de Hitler
Anjali Goswami, bióloga

La bióloga Anjali Goswami preside la Sociedad Linneana de Londres, fundada en 1788, el año del fallecimiento del científico sueco que popularizó el actual sistema de nomenclatura: Carlos Linneo. Goswami, a título personal, aplaude la posibilidad de rechazar nombres denigratorios puestos a partir de 2026 y la eliminación de las denominaciones relacionadas con la palabra cafre. “Es un gran paso adelante para hacer que el estudio y la preservación del mundo natural sean más abiertos e inclusivos para las comunidades de todo el planeta. Entiendo por qué algunas personas están preocupadas por si esto abre la puerta al caos en la taxonomía. Sin embargo, ya hay procesos en los que renombramos taxones por razones científicas. Personalmente, creo que podemos modificar los sistemas para renombrar taxones por razones sociales”, opina la bióloga, también del Museo de Historia Natural de Londres.

Goswami, experta en la evolución de animales vertebrados, invita a ir más allá. “Estoy convencida de que deberíamos cambiar el nombre del escarabajo de Hitler”, sentencia. “Nadie debería haberse acostumbrado a encontrarse con un insulto racial o una celebración de un perpetrador de genocidio al usar nombres científicos. Espero que se adopten medidas similares para los animales, y espero que esta decisión del Congreso Internacional de Botánica influya en otras organizaciones para que participen reflexivamente en este debate, que es delicado y complejo, pero extremadamente importante”, subraya.

La bióloga Ana Crespo, recién elegida presidenta de la Real Academia de Ciencias de España, también cree que hay que ir más allá. “A mí no me gusta que los cambios no sean retroactivos si tienen la gravedad de algunos casos, como el de Hitler o algún otro parecido. Yo estudiaría especialmente esos casos tan tremendos. Hay que tener memoria histórica”, afirma Crespo, experta en líquenes.

El presidente de la Sociedad Botánica Española, Juan Carlos Moreno Saiz, sí celebra la estabilidad. “La única excepción que ha habido es sobre el término cafre y sus derivados. Con el resto de los nombres no se ha movido ni una coma. Y esto es así porque pensamos que hay un gran riesgo de que juzguemos lo que se ha hecho en el pasado con los parámetros de hoy en día. Esto entra dentro de la cultura de la cancelación”, sostiene Moreno Saiz, un experto en flora del Mediterráneo que trabaja en la Universidad Autónoma de Madrid. “Creemos que cambiar los nombres científicos de miles de especies no es lo más adecuado, por todo el perjuicio que puede suponer. En las leyes de protección de especies, por ejemplo, lo que aparece es el nombre científico. Que de repente ese nombre no valga crearía un vacío que sería muy peligroso”, argumenta Moreno Saiz, vicepresidente del comité organizador del congreso de Madrid. El código de nomenclatura aprobado en la capital española estará vigente los próximos cinco años, hasta la próxima cumbre internacional.

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