Recoger gallinas junto a la lava y escapar de las bombas volcánicas: la difícil ‘rutina’ de los científicos en La Palma

Especialistas en erupciones lidian con las complicadas condiciones de investigar un fenómeno activo y la emergencia social

Un técnico de Involcan extrae una muestra de roca volcánica de la lengua de lava en los primeros días de la erupción.Vídeo: RAFA AVERO

“Si no pasan ustedes, quién va a pasar”, bromeó el agente de la Guardia Civil en el control de acceso a la zona de exclusión, dando paso a los técnicos que viajaban en el coche del Instituto Geográfico Nacional (IGN). Una vez allí donde nadie más puede estar, bajo el volcán de La Palma, científicos y especialistas en muchas disciplinas han trabajado entre los gases peligrosos y las bombas de lava que escupe el cráter, contra el reloj y con la presión añadida de saber que se trata de salvar la vida de la gente. Algunos de estos científicos llegaron casi como paracaidistas a luchar en la trinche...

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“Si no pasan ustedes, quién va a pasar”, bromeó el agente de la Guardia Civil en el control de acceso a la zona de exclusión, dando paso a los técnicos que viajaban en el coche del Instituto Geográfico Nacional (IGN). Una vez allí donde nadie más puede estar, bajo el volcán de La Palma, científicos y especialistas en muchas disciplinas han trabajado entre los gases peligrosos y las bombas de lava que escupe el cráter, contra el reloj y con la presión añadida de saber que se trata de salvar la vida de la gente. Algunos de estos científicos llegaron casi como paracaidistas a luchar en la trinchera, prácticamente sin tener asegurada una cama, que apenas visitaban tres o cuatro horas cada noche. Muchos reconocen haberse saltado más de una comida, cuando el trabajo se acumula y los objetivos del día se alejan. Los imprevistos son constantes. Y entre tantas dificultades, a la lluvia de piroclastos se sumó la lluvia de periodistas y autoridades a las que atender.

Hoy ya hay algunas rutinas que se han logrado estabilizar, pero los primeros días fueron una pelea sin cuartel. “Está siendo muy duro, nunca sabemos lo que nos vamos a encontrar”, reconocía la semana pasada Manuel Nogales, delegado del CSIC en Canarias. Literalmente: Nogales se adentraba a primera hora en la zona prohibida y se encontraba gallos de pelea ensangrentados, pavos reales y otros animales domésticos desorientados. El relato de Nogales de los primeros días era habitual en muchos de los científicos desplegados sobre el terreno: llegar a la cama bien pasada la medianoche, dormir unas pocas horas y de vuelta al jeep, a adentrarse en la zona restringida a luchar contra los elementos.

Algunos, como los geólogos del Instituto Geológico y Minero (IGME) o los técnicos del Involcan (Instituto Volcanológico de Canarias), han tenido que salir corriendo y buscar refugio cuando repentinamente el volcán que estaban estudiando se puso peligroso incluso para ellos. El domingo, los investigadores del IGME tuvieron que huir de la montaña de La Laguna por la alta emisión de gases, como contaban en vídeo desde el coche, y el viernes los de Involcan tuvieron que parapetarse tras un muro cuando les sorprendió una peligrosa lluvia de piroclastos en pleno pico de explosividad.

A veces, la lluvia no es tan peligrosa, pero pone en riesgo todo el sistema de vigilancia volcánica. La cantidad de ceniza que escupe el volcán es de tal magnitud que cubre por completo los paneles solares que alimentan las estaciones con las que el IGN vigila al volcán escuchando los síntomas en la isla, como sus temblores y su deformación. Así que los vulcanólogos tenían que hacer muchos kilómetros cada día con una escoba por el monte solo para barrer esos paneles. “Si no los limpiábamos nos quedábamos ciegos por completo”, advierte María José Blanco, directora del IGN en Canarias, sobre la importancia de esos datos para monitorizar la erupción. Ahora, cuenta Blanco, es la Unidad Militar de Emergencias la que se dedica a barrerlos, devolviendo mucho tiempo a los vulcanólogos para centrarse en tareas más técnicas.

Aun así, es inevitable hacer docenas y hasta cientos de kilómetros en carretera cada día simplemente para cumplir con su rutina. A veces, porque la amenaza de gases o explosiones obliga a cortar carreteras, convirtiendo una ruta de 20 minutos en otra de más de una hora. O simplemente porque, como le sucede al investigador Ramón Ramos, de la Agencia Estatal de Meteorología, tiene que monitorizar las dos estaciones que han instalado para controlar las emisiones del volcán en dos extremos de La Palma: “Hora y media hasta Tazacorte y luego volver. Casi todos los días me pierdo una comida”, explicaba Ramos, armado con cepillo y toallitas para limpiar de ceniza las piezas sensibles del instrumental.

El vulcanólogo Rubén López, del IGN, recoge unas gallinas abandonadas cerca de la lava en La Palma.IGN

Las comidas fueron casi un lujo los primeros días: más de una vez se han quedado sin cenar al regresar del campo entrada la noche o han resuelto un almuerzo con un bocata de la Cruz Roja. Los científicos del CSIC tuvieron la suerte de contar con la generosidad del dueño del supermercado SPAR, que les dejaba entrar y comer allí mismo lo que quisieran elegir de los lineales del establecimiento. En cuanto al alojamiento y la convivencia, Rubén López, vulcanólogo del IGN, lo resume así: “Ha sido un Gran Hermano entre nosotros, apañándonos para convivir”. El IGN montó su puesto de mando en unas dependencias parroquiales, la AEMET tomó la cafetería de un centro de visitantes.

Los imprevistos son constantes y obligan a desviarse de los planes a cada momento, como explica López: “Nos encontramos unas gallinas que estaban por ahí sueltas, muy cerca de la lava, y vinieron corriendo hacia nosotros al vernos. Mis padres tienen gallinas en Talavera y yo sé más o menos cogerlas; las recogí sin problemas y las metimos en el coche”. Las fotos muestran lo que relata: un vulcanólogo rescatando tres gallinas de golpe cerca del calor de la colada.

Muchos de estos especialistas lo que quieren es pasar cuanto más tiempo posible sobre el terreno, cerca del volcán, para estudiar en detalle su comportamiento. Por eso, ha sido común escuchar sus quejas entre bromas por la dedicación que les reclamaba atender a autoridades como los Reyes y miembros del Gobierno y, sobre todo, a los periodistas. El geólogo Stavros Meletlidis muestra en su móvil el registro de las llamadas que recibe cada día, deslizando el dedo por la pantalla sobre una ristra interminable de números sin identificar: “No sé quiénes son ninguno de estos, no paran de llamar”. Aun así, todos se han tomado la molestia de dedicarle buena parte de su escaso tiempo a los medios.

Stavros Meletlidis, del IGN, trabaja dos días antes de la erupción en una de las estaciones sísmicas que ahora deben limpiarse a diario.BORJA SUAREZ (Reuters)

“Tenemos que devolverle eso a la sociedad, explicar lo que hacemos con su dinero”, afirma convencido Eugenio Fraile (IEO-CSIC), jefe de la campaña que estudió el volcán desde el mar en el buque Ramón Margalef. Llevaban 72 horas trabajando sin parar contra el reloj para estudiar la costa antes de que llegara la lava, pero Fraile y su equipo sacaron un hueco para repetir tres veces los mismos mensajes a tres equipos distintos de televisión que embarcaron, entre ellos EL PAÍS, con directos incluidos.

Además de los medios convencionales, muchos de ellos se han volcado en las redes sociales a divulgar su conocimiento. Las cuentas oficiales de Involcan, IGN o IGME en Twitter echan humo con vídeos formidables y actualizaciones constantes de la situación volcánica. Pero también han surgido inesperadas estrellas de la divulgación, como el sismólogo del IGN Ithaiza Domínguez o el vulcanólogo del IPNA-CSIC Vicente Soler, que realiza didácticos resúmenes en vídeo frente al volcán con su elegante forma de explicar el proceso eruptivo.

Divulgan su conocimiento no solo a los medios de comunicación o en las redes sociales, también a todo el que le rodea, como apunta Olga Sánchez (IEO-CSIC), compañera de Fraile en el Margalef: “La tripulación del buque estaba superinteresada en el fenómeno geológico y la ciencia que estaban viviendo en directo, así que hemos dado unas clases muy divertidas a bordo”. Luego, mientras la lava caía por el barranco al mar, los geólogos marinos se pusieron a especular cómo podría desplegarse en los fondos marinos usando lo que tenían a mano: la Nocilla era la lava y la rebanada de pan hacía de cantil costero.

El vulcanólogo Vicente Soler (IPNA-CSIC) pica el terreno para instalar un sismógrafo en La Palma, con el volcán al fondo.Luis Almódovar

La relación con la gente de la isla, por supuesto, es esencial. Desde lo más sencillo a lo más terrible, la comprensión mutua es absoluta. En la farmacia, le regalan los colirios a Meletlidis para remediar el picor provocado por la ceniza. Soler no tuvo problemas para que un ganadero le dejara, pico y loseta, instalar en su terreno un sismógrafo junto a las cabras, no muy lejos del volcán. López recuerda momentos más duros: “Estaba hablando con otros científicos y me abordó una persona para preguntar si su casa había sido arrasada. No le puedes dar seguridad ni de una cosa ni de la contraria... Y te deja muy hecho polvo”.

Una catástrofe a la que estos científicos también asisten impotentes, como señala Olga Sánchez, por su experiencia en el buque: “Llevábamos tres días trabajando a bordo y [cuando llegó la lava] fue la primera vez que vimos la tragedia con nuestros ojos, empezamos a ver cómo se quemaban las plataneras, el ruido que produce”. López explica que hay gente que les pide fotos del entorno de la colada, para ver su vivienda: “Por eso no publicamos en redes fotos en las que salgan casas, porque lo que no queremos es que la gente se entere de cómo está su casa por un tuit”, asegura.

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