Ascanio Cavallo y Antonio Martínez: “Quisimos tomarle el pelo a eso de que la película del mes pasado ya es vieja”
A 40 años de iniciarse como críticos de cine, la dupla publica su cuarto libro conjunto, ’50 películas viejas: un nuevo hito en una singular historia de amistad cinéfila’

Quizá el lector ya lo ha notado: si en 2005 una película de 2000 se consideraba reciente, hoy el streaming y su oferta incesante de estrenos hacen que cualquier filme de hace un par de años nos parezca una antigualla, o casi. Y ni hablar de las películas en blanco y negro, para qué decir las mudas.
Con la ironía asordinada que se les conoce, los periodistas y críticos de cine Ascanio Cavallo (Santiago de Chile, 68 años) y Antonio Martínez (Viña del Mar, 72 años) se hacen cargo de lo anterior en su cuarto libro en conjunto, 50 películas viejas, que aparece 30 años después del primero, Cien claves del del cine (a su vez publicado para el 100° cumpleaños del llamado séptimo arte). Y lo hacen, según propia confesión, en tanto “críticos viejos [que conversan] a propósito de películas viejas”.
Lo que ha pasado, explican los autores en el texto introductorio, es que el adjetivo se usa hoy para cualquier cosa y que, por lo mismo, “una película vieja es casi cualquier película”. Y entonces, “todas son viejas ahora que hay tantas, que proliferan por múltiples soportes digitales y que se mezclan con formatos confusos”. Por eso declaran hoy, convencidos: “Quisimos tomarle el pelo a esto de que la película del mes pasado ya es vieja”.
Testimonio de una amistad cinéfila poblada de complicidades y sobreentendidos, la obra pone por escrito una selección de emisiones de Página 13, el programa de actualidad que el periodista Iván Valenzuela conduce en T13 Radio, que los viernes está consagrado al cine -toda una rareza- y que dedica su segunda mitad a largometrajes del ayer.
Son 50 de 250 películas que Cavallo y Martínez examinaron entre 2000 y 2025, siempre con la excusa de algún aniversario. Y si en Cien claves… fundieron el gusto propio con un cierto canon de la crítica, ahora propusieron “cincuenta buenas películas, muchas ignoradas u olvidadas, algunas poco conocidas y solo unas pocas de gran prestigio”.

Esta vez no asoma, como lo hizo por partida doble hace 30 años, gente como Orson Welles, John Ford o Akira Kurosawa. Y hay menos pedigrí: de la mexicana Mecánica nacional (1972) al western Conciencias muertas (1942), filme predilecto de Clint Eastwood según se dice; de El tiempo de los asesinos (1956, del injustamente ninguneado Julien Duvivier) a La casa en que vivimos (1970, de Patricio Kaulen), la única cinta chilena de las 50 seleccionadas y un caso flagrante de valor fílmico e histórico sepultados por el transcurrir del tiempo.
El lunes pasado, cuando caía la tarde en Santiago, Martínez y Cavallo presentaron su nueva publicación en la sucursal céntrica del bar Liguria: mientras el crítico del suplemento Wikén de El Mercurio se detuvo en el término que más sentidamente le permite describir una película o un personaje –“lo entrañable, en el sentido de lo íntimo”-, el columnista político de La Tercera concedió lo que le corresponde a la crítica como oficio autónomo y como parcela del periodismo, pero aclaró que el fervor cinéfilo viene de antes en la vida (“son pasiones que se forman en la adolescencia”). Y el público, en un patio interior donde sillas y mesas se hicieron pocas, terminó agradeciéndoles su comparecencia con un aplauso que semejó una ovación. Un par de horas antes, en el mismo patio, los autores conversaron con EL PAÍS.
Militancia cinéfila
“Nos conocimos cuando Antonio vivía en Madrid y mandaba entrevistas y cosas así a la revista Hoy”, recuerda Cavallo. Por entonces, en 1981, el futuro premio nacional de Periodismo se desempeñaba en la sección cultural de uno de los medios que daban voz a la oposición a Pinochet, y en esa calidad tenía a su cuidado una caja que además de cartas llegadas del extranjero contenía “unas cosas raras”: unas “entrevistas inusuales a gente de cine -actores, directores- escritas por alguien que obviamente no estaba en el circuito común; por alguien que sabía más”. Y no sin malicia remata sonriente: “Bueno, eso creía yo”.
Así fue que se encontraron y se pusieron a hablar de cineastas, guionistas, actores y actrices. Y como pasa en estos casos, en el camino se hicieron amigos y compañeros de militancia cinéfila. También partners periodísticos de un modo insospechado.

En marzo de 1985, cuando en Hoy Cavallo era editor político y Martínez reportero de Nacional, renunció el crítico de cine de la revista, Mariano Silva. Y entonces, cuenta Martínez, “le pedimos a [la secretaria de la redacción, la periodista] Carmen Ortúzar que le dijera a [el director de la revista, Emilio] Filippi que nosotros podíamos hacer la crítica. Y Filippi estuvo encantado: dijo inmediatamente que sí. Claro que seguimos con el mismo sueldo que teníamos”.
El sueldo era el mismo, pero hubo algo de impagable en esas asistencias de jueves o viernes por la tarde a las funciones de prensa -las privadas, como se les conocía- en los microcines de las distribuidoras internacionales. También en escribir de lo que veían, previa repartición de títulos en función del entusiasmo de cada uno. Era parte del trabajo y de la vida. Así lo entendieron ellos y también un distribuidor local que, al verlos llegar juntos a una función, les espetó: “¡Chis!, así que ahora se necesitan dos para entender una película”.
Ellos se lo han tomado con humor, el mismo que aplican criteriosamente en textos que suelen refrendar por qué son dos de las plumas mayores del periodismo local. Y eso mismo, por otro lado, dificulta entender por qué los fondos estatales persisten en negarle recursos a la continuación de Chile en el cine (2012), libro ya escrito y editado que vuelve a una obsesión compartida: qué dicen de Chile las películas de otros países.
Es cierto, no será el humor el que los salve o los condene, pero les da un sello. “Yo al menos lo tengo incorporado al estilo”, explica Martínez. “Uno es periodista, y la crítica de cine surge como un género periodístico, un género que hay que tratar de cultivar porque, si no, se extingue. Y el género se está extinguiendo”.

Acá, entonces, las cosas se ponen más complicadas, aunque no graves, y así lo hace ver Cavallo: “Tampoco hay que tomarse tan en serio. Se necesita una dosis de distancia”. Eso sí, hay que considerar los tiempos fragmentados y caleidoscópicos que se viven, en que una película es un dato más en un universo de estímulos que pujan por ganarse nuestra atención; donde la crítica y la cinefilia parecen desafiadas, cuando no tocadas de muerte, aun si el miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua no ve la cosa peor que en otros tiempos:
“Están desafiadas, pero siempre lo han estado. Nunca ha sido tan diferente. Claro, probablemente la diversidad de la oferta es hoy tan grande y tan sin forma, tan sin bordes, que para una persona joven será más difícil acotarla. Pero tarde o temprano se logra”.
¿Y si a alguien le pasa, como al redactor de esta nota, que a mucha gente que antes le hablaba de películas ahora solo le interesan las series? Pues, creen ambos, se trata de “no militantes” de la cinefilia: mejor es hablar derechamente con los militantes, con la “primera línea” de esta pasión inexplicable.
Porque lo que queda de todo esto es esa inclinación pertinaz hacia el misterio que envuelve a las películas, sin importar en principio de cuáles se trate. Y a la hora de la verdad, cuando en la pantalla se lee THE END, Martínez considera que “la cinefilia implica una cierta militancia: no sé si una cierta religiosidad, pero tienes que sentir algo y creer en algo que, sin duda, es eterno”.
Ni una pizca de humor acompañó esta última afirmación.
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