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Gabriel Boric y Javier Milei: cortocircuitos en la frontera más larga de Sudamérica

Las diferencias ideológicas y de estilo de ambos presidentes lastra desde hace un año las relaciones diplomáticas entre Chile y Argentina

Gabriel Boric y Javier Milei Relaciones diplomáticas
Javier Milei y Gabriel Boric, durante la Cumbre sobre la Paz en Ucrania el 15 de junio de 2024 en Lucerna, Suiza.Sedat Suna (Getty Images)

En julio de 2023, cuatro meses antes de las elecciones que lo convertirían en presidente de Argentina, Javier Milei lanzó su primer dardo contra Gabriel Boric: “Acá han tenido a [Ricardo] Lagos, a [Michelle] Bachelet. Bueno, ahora tienen a este…”, dijo. Lo hizo en Santiago, en el foro El renacimiento liberal, organizado por Axel Kaiser, un pirotécnico divulgador de las ideas de la ultraderecha chilena. “Entre izquierdosos se juntan, y así como esperamos sacar la plaga kirchnerista en Argentina, espero que ustedes tengan la dicha y la altura como para poder sacarse también a este empobrecedor de Boric”, dijo el argentino. El canciller, Alberto van Klaveren, le pidió entonces que no extendiese su campaña a Chile.

Milei no se detuvo, aunque negó a Boric el mérito de la exclusividad. El argentino también disparó con frases semejantes contra el brasileño Luiz Inácio Lula da Sila, el colombiano Gustavo Petro o el boliviano Luis Arce. Cuando llegó a la Casa Rosada, las provocaciones escalaron a crisis bilaterales de consecuencias dispares. En el caso de Chile, las idas y vueltas han dado de comer a las dos partes: mientras han permitido a Milei alimentar su perfil de guerrero universal contra “el comunismo internacional”, Boric ha podido cultivar un aura de estadista dispuesto a poner la otra mejilla con tal de evitar una crisis diplomática.

Cuando Milei lanzó su primer ataque contra Boric ya tenía grandes posibilidades de convertirse en presidente. En ese entonces, la embajadora de Chile en Argentina era Bárbara Figueroa, quien renunciaría el 24 de septiembre de 2023 para asumir como secretaria general del Partido Comunista (PC) chileno. Surgió entonces el debate sobre el mejor perfil de un embajador que, si los pronósticos se cumplían, tendría que lidiar con Milei. Boric esperó el resultado de las elecciones y tres días después del triunfo del ultraderechista designó para la embajada en Buenos Aires al socialista José Antonio Viera-Gallo. Apostó así por lo seguro: Viera-Gallo ya había ocupado el cargo entre 2015 y 2018, durante la presidencia de Mauricio Macri.

El día del triunfo electoral de Milei, Boric publicó un saludo protocolar en X. Hubo luego un llamado telefónico de solo 10 minutos que demoró dos días en concretarse. No fue un arranque muy prometedor en las relaciones de dos países que comparten 5.300 kilómetros de frontera, la tercera más larga del mundo después de Estados Unidos-Canadá y Rusia-Kazajistán.

El Gobierno chileno mantuvo por dos días en suspenso si Boric iría o no a la toma de poder de Milei. “Depende mucho de la agenda presidencial”, decía entonces la portavoz, Camila Vallejo. Finalmente, Boric viajó y, al aterrizar en Buenos Aires, reiteró que esperaba mantener “relaciones amistosas” con su vecino. El encuentro fue poco amistoso. El anfitrión había invitado a su amigo Kaiser y a los líderes de la ultraderecha chilena José Antonio Kast y Arturo Squella. Boric, a su vez, viajó con tres integrantes de su Gabinete, entre ellos Antonia Orellana, ministra de la Mujer y Equidad de Género. Fue un gesto político, pues Milei ya había anunciado que cerraría el Ministerio de Mujeres, lo que concretó en junio.

Boric y Milei no ocultan su mala sintonía y apenas se han visto cara a cara. Tras el saludo en Buenos Aires, coincidieron sin reunirse en la Cumbre por la Paz en Ucrania, realizada en junio en Suiza, y en el encuentro de presidentes del G-20 celebrado en noviembre en Río de Janeiro, Brasil. La relación bilateral estuvo a tono con la distancia que mantienen los presidentes: ha sido fría, pero correcta, salpicada con algunos incidentes y desplantes. A finales de noviembre, Milei retiró a su canciller, Gerardo Werthein, de un evento ante el papa Francisco en el Vaticano para conmemorar el tratado que hace 40 años impidió una guerra entre dictaduras por el control del canal de Beagle, en Tierra del Fuego. En abril, la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, tuvo que disculparse con La Moneda tras asegurar que “en el norte de Chile” operaban células activas de Hezbolá, el partido-milicia chií libanés. En junio, Boric llamó personalmente a Milei para exigirle la retirada de unos paneles solares que militares argentinos habían colocado del lado chileno de la frontera en el extremo sur del país.

El último rifirrafe se produjo el 18 de diciembre. El ministro de Economía de Milei, Luis Caputo, dijo en una entrevista, sin que nadie le preguntase sobre el asunto, que “a Chile lo gobierna un comunista que lo está por hundir”. La Cancillería chilena envió una nota de protesta y la ministra del Interior, Carolina Tohá, dijo que Caputo se inspiraba “en el estilo del gobierno venezolano”.

La oposición chilena, entre ellas la bancada de diputados de la UDI, el partido más representativo de la derecha tradicional, respaldó a Boric. La única excepción fue Kast, que tras perder contra Boric en las presidenciales espera una nueva oportunidad. “Caputo no dijo ninguna mentira. Estamos gobernados por un gobierno de izquierda”, dijo el ultraderechista en el diario La Tercera.

El incidente diplomático pudo quedar ahí, hasta que Milei replicó en sus redes sociales un análisis de Agustín Laje, ideólogo de su movimiento, en el que acusaba a Boric de celebrar en el pasado “asesinatos políticos perpetrados por agrupaciones terroristas” y de ser “un militante de la izquierda radical”. “Poniendo zurdos en su lugar”, escribió Milei para acompañar en X el mensaje de Laje.

Boric apeló entonces al perfil de político moderado con que tan a gusto se siente fuera de casa. En el inicio de una actividad oficial el pasado 19 de diciembre pidió a Milei “un poquito más de humildad”. “Nosotros, los presidentes, pasamos, pero las instituciones y los pueblos quedan. No me voy a referir con adjetivos o insultos hacia el presidente de Argentina, como él está acostumbrado a hacerlo”.

Cuatro días después, el presidente chileno escenificó en La Moneda la importancia que quiere darle a la relación con Argentina: se reunió con el canciller Van Klaveren y el embajador Viera-Gallo en su despacho y subió a las redes las imágenes del encuentro.

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