Estar preparado para lo que venga, habilidad al alza y asignatura pendiente de la era de la incertidumbre

Nunca está de más prever cómo afrontaremos los tiempos de crisis, pero lo tenemos difícil

MARIA PAVLOVA (Getty Images)

Eran las cinco de la tarde del 11 de marzo cuando la OMS anunciaba al mundo que el coronavirus era oficialmente una pandemia. Quienes no lo habían hecho ya, entraron en pánico, y, entre todos, arrasamos los supermercados. Cuando llegamos a casa nos dimos cuenta de que no teníamos suficiente espacio para guardar tanto papel higiénico, más tarde caímos en la cuenta de que no estábamos bien preparados para casi na...

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Eran las cinco de la tarde del 11 de marzo cuando la OMS anunciaba al mundo que el coronavirus era oficialmente una pandemia. Quienes no lo habían hecho ya, entraron en pánico, y, entre todos, arrasamos los supermercados. Cuando llegamos a casa nos dimos cuenta de que no teníamos suficiente espacio para guardar tanto papel higiénico, más tarde caímos en la cuenta de que no estábamos bien preparados para casi nada, luego descubrimos que podíamos hacerlo mucho mejor. Y que es posible aprender.

2020 ha conseguido que nos hagamos las preguntas que nunca pensábamos que formularíamos, o que habíamos pospuesto durante años. ¿Tengo los víveres necesarios para sobrevivir sin salir de casa durante un tiempo prolongado? ¿Quién pagaría las facturas si no puedo regresar a mi país de origen? ¿Qué le pasaría a mis mascotas si no regresara pronto (o nunca) a casa? Incluso, si llegáramos a morir, un riesgo cierto en una pandemia mundial, ¿quién es el beneficiario de todos mis bienes? El mundo es impredecible, y el mayor contratiempo suele acontecer en el momento más imprevisible.

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Carlos Fajardo, un español a quien la pandemia sorprendió de vacaciones en un crucero en algún punto entre Australia y Madagascar, junto a unos 200 compatriotas, lo sabe bien. Su viaje se prolongó durante semanas cuando se cerraron las fronteras marítimas europeas. La suya fue una aventura, otras historias pandémicas han sido dramáticas. Como las de tantas personas que han fallecido repentinamente sin haber hecho testamento, dejando un sinfín de problemas a su entorno más cercano. Es para reflexionar.

Oceanía Martín, psicóloga del centro Cepsim Madrid, ya lo ha hecho. “Hay una mínima dosis de seguridad que nos podemos aportar ante este mundo incontrolable; y eso es estar preparados, eso te brinda una sensación de seguridad real. Desde las cosas mínimas del hogar hasta las más trascendentales”, dice. “También debemos quitarnos ese concepto de individualidad tan arraigado en esta sociedad, ya que solos no podemos funcionar, dependemos de los demás para prepararnos”. Filomena lo ha dejado bien claro en una semana en la que muchas personas han sumado a las tareas laborales y de cuidados familiares otras inéditas para ellas: desde la de despejar de nieve las entradas de sus portales y las vías de sus barrios hasta las de llenar las neveras de las personas más vulnerables a las caídas en el hielo (hasta donde fuera posible).

No sientas vergüenza si esto también te ha cogido con la guardia baja, unas personas reaccionan a las emergencias antes que otras. Lo que todos los seres humanos tenemos en común es que nos cuesta aceptar que algo repentino (y, normalmente, malo) puede pasarnos en cualquier momento. Somos seres cortoplacistas y no estamos enteramente diseñados para prepararnos ante los caprichos del porvenir. “No nos anticipamos a todas las cosas porque eso requiere mucho esfuerzo para nuestro cerebro, que es muy grande en comparación al de otros animales, y eso consume muchísima energía. La ley del mínimo esfuerzo impera en el órgano maestro. Solo nos preparamos basados en algunos sesgos sociales, intuiciones e información parcial. Es un mecanismo para ahorrar energía cerebral”, explica Manuel Martín-Loeches, catedrático de Psicobiología de la Universidad Complutense de Madrid.

Con la despensa llena y la agenda bien surtida

El caos en los supermercados nos enseñó que más vale tener suficientes alimentos en casa que participar del pánico colectivo. Un confinamiento total como el del pasado marzo podría ocurrir en cualquier momento, al igual que un desastre natural (terremoto, huracán, inundaciones) o un temporal como Filomena. Tener alimentos enlatados y papel higiénico para unas semanas —hay una calculadora que te dice cuánto deberías tener— es una manera de estar preparados. Incluso tener un abrigo de plumas de buena calidad, unos guantes térmicos, un par de botas resistentes al frío, lluvia y nieve, y un chubasquero que no se rompa a las primeras de cambio, es importante.

Aprender a hacer conservas con algunas hierbas, frutas y verduras, así como saber medir las porciones de comida necesaria en un caso de emergencia, es también una forma de prepararnos para no salir corriendo a la tienda con los otros miles de personas que pretenden hacer la compra al mismo tiempo. Los nutricionistas recomiendan que, para mantener a un adulto durante una semana y media, es recomendable guardar 20 litros de agua (para beber, preparar alimentos y para la higiene), 3,5 kilos de cereales como pan, patatas, fideos, arroz, 4 de verdura y legumbres (a ser posible, precocinadas), 2,5 de frutas de larga duración (como las manzanas) o, en su defecto, en conserva; 357 gramos de grasas y aceites, sal, especias, azúcar y harina, y 1,5 de carne y pescado.

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Pero estar preparado para lo que pueda venir va mucho más allá de llenar la despensa. Y lleva su tiempo. Hay que hacer una reflexión tranquila y sincera (con los demás pero, sobre todo, con nosotros mismos). Podríamos empezar por conocer mejor a los más cercanos: los vecinos, por ejemplo, personas con las que es habitual tener poca interacción aunque puedan sacarnos de grandes apuros con poco esfuerzo. Un buen vecino te podría ayudar a cuidar a tus mascotas en caso de no regresar a casa a tiempo (en una hospitalización repentina, por ejemplo), o podría regar las plantas en tu ausencia en el caso de que vivas solo y no cuentes con familiares cercanos que lo hagan por ti.

También podría ayudarte a hacer la compra en caso de que no puedas salir de casa (sugerir esto hace un tiempo habría sido descabellado, no así ahora, con el dominio que tenemos de los verbos confinar y aislar). Los vecinos también pueden ser un apoyo determinante el día que uno necesita asistencia médica urgente. Relacionarse con ellos de manera amistosa es uno de los grandes aprendizajes que nos dejó el confinamiento de marzo de 2020, pero no nos limitemos solo a la pandemia y a la enfermedad. Los más cercanos pueden ser una gran fuente de apoyo en los momentos más difíciles, así que sería bueno tener una buena lista de nombres y teléfonos de algunos vecinos del barrio.

Hablar con los amigos también es una forma de prepararte ante la incertidumbre. Contactar con alguna amistad de confianza y, si es posible, darle una copia de las llaves de casa podría ser de gran ayuda en momentos de crisis: desde ayudarte a abrir la puerta en caso de extraviar las llaves hasta hacerlo en el hipotético caso de que nadie más pueda abrirla y estés encerrado ahí dentro. Hay muchas historias de personas solas que fallecen en su casa y no las encuentran hasta mucho tiempo después, debido a que no tenían contacto con nadie y ningún vecino o amigo tenía acceso a su hogar. Es el sorprendente caso de Isabel Rivera, una mujer que vivió totalmente aislada del mundo y que pasó muerta más de una década en su casa sin que nadie la echara de menos.

Ya salió la muerte a colación... Sí, es incómodo, pero es que debería dejar de ser un tabú. Uno tiende a pensar que este y otros problemas que sí tienen solución le llegarán antes a los demás, y por eso no se prepara lo suficiente para cuando llegue el momento. Es una especie de mecanismo de autodefensa para regatear al dolor. “Pero tenemos que ser conscientes de que por desgracia la vida es finita. Hay mucha gente que nunca piensa en su muerte. Debemos aceptarlo, prepararnos y ocuparnos de vivir”, dice Oceanía Martín.

Hablar, hablar y hablar... pero con documentos de por medio

Prepararnos también significa ser considerados con los demás. Por ejemplo, tener una carpeta con los documentos más importantes: copia del DNI y pasaportes, escrituras de la casa y demás propiedades, algunas nóminas de pago, pólizas de seguros de vida, libro de familia actualizado, alguna copia de la declaración de la renta... guardados en algún lugar seguro de la casa, en una caja fuerte, por ejemplo. Respaldar esa información en una memoria USB del que las personas de tu confianza conozcan su ubicación, podría ser de gran utilidad en el hipotético caso de fallecer. Tu familia podría tener acceso a la mayoría de estos documentos en el caso de que no los tuvieras guardados, sin embargo, obtener esos documentos les llevaría mucho tiempo y trámites burocráticos que les podrías ahorrar.

Brindar la información necesaria de tus cuentas bancarias, contraseñas de redes sociales, (a las personas de tu mayor confianza, por supuesto), tener listo tu testamento y contactar con un abogado y notario para trasmitirles tu voluntad en vida, son cosas que uno debería hacer tarde o temprano. Y no sirve de nada solo verbalizarlo con tus más allegados, debes formalizarlo legalmente para evitar problemas. Prepararse también es tener esa charla necesaria con las personas que te importan, hablar del inevitable final por el que todos acabaremos pasando, que conozcan tus deseos y tú los de ellos es muy importante.

Prepararte psicológicamente ante el constante cambio y desarrollar esa resiliencia o capacidad de adaptación ante la adversidad, tan oportuna en estos tiempos, tampoco está de más. 2020 nos demostró que el mundo entero puede cambiar en cualquier momento y estar preparados para eso (dentro de nuestras posibilidades) es un poder que podemos desarrollar desde hoy mismo.

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