‘Purgatorio’, la idílica amnesia de la sociedad vasca

Jon Sistiaga disecciona en su excelente primera novela los profundos silencios que provocó el fin del terrorismo

Protesta independentista convocada por Herri Batasuna, en Irún en 1978.STF (AFP via Getty Images)

“La violencia siempre mancha, envilece, deja marcas profundas en el interior. Mikel siempre lo había sabido. Es un camino sin retorno. Nunca se vuelve a reír igual porque esas risas vibran en las tumbas de las víctimas. El que elige matar se convierte en un solitario. Por mucho que otros le aplaudan. Se rompe por dentro como persona. Como ser moral. Oscurece su alma”, escribe Jon Sistiaga (Irún, 1967) en su primera incursión en la novela: ...

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“La violencia siempre mancha, envilece, deja marcas profundas en el interior. Mikel siempre lo había sabido. Es un camino sin retorno. Nunca se vuelve a reír igual porque esas risas vibran en las tumbas de las víctimas. El que elige matar se convierte en un solitario. Por mucho que otros le aplaudan. Se rompe por dentro como persona. Como ser moral. Oscurece su alma”, escribe Jon Sistiaga (Irún, 1967) en su primera incursión en la novela: Purgatorio. Un libro sobre exasesinos, víctimas y palmeros, profetas del odio, intelectuales del crimen. De arrepentimiento y redención, de miedo a la verdad, de la podredumbre moral y ética de quienes cierran heridas sabiendo que el pus se está quedando dentro. Y todo ello en una sociedad vasca que, según Sistiaga, vive ahora una idílica amnesia. Es la historia de siempre, el relato de la violencia (quien la fantasea, la argumenta, la paga, la reverbera desde el Estado o la delincuencia, la vende como inevitable o liberadora, la ejecuta, la sufre y la olvida).

Parece inevitable que al hablar de Purgatorio se hable de Patria, cometiendo el error de olvidar a tantos autores (ahora pienso en Willy Uribe con la soberbia Sé que mi padre decía, de 2012, por ejemplo) que se jugaron tanto al tratar de describir el horror y el miedo en peores momentos que éste. Porque Sistiaga se va a llevar palos, pero muchos menos que Aramburu. Porque éste tuvo el coraje de lanzar una pedrada contra el espejo de la bruja y Sistiaga lo ha hecho apenas contra las aguas de un oasis, el vasco. Aramburu es un escritorazo, y Patria, como no podía ser de otra manera, un libro literario, mientras que Sistiaga es un periodista que ha escrito una excelente novela de género que rezuma verosimilitud, lucidez y oficio. Su autor no ha sucumbido al peligro de inventarse una voz literaria. Así que aquello que en su lectura echamos de menos es injusto porque pretendemos que Sistiaga sea el escritor que no pretende ser. Jon Sistiaga no es Don Winslow, pero Purgatorio es una novela con todo de buenas noticias.

En Purgatorio hay un crimen que es todos los crímenes. Un secuestro con asesinato ejemplarizante. El que sucedió hace 35 años en la persona del empresario Imanol Azkarate. Sus dos asesinos nunca fueron detenidos ni identificados. Josu Etxebeste, que ahora es un repu­tado y exitoso restaurador guipuzcoano, es uno de ellos. Le apodaban Poeta y él fue quien disparó la bala que mató a Imanol. Poco después dejó la Organización. Etxebeste guardó las cartas y dibujos que llevó a cabo el secuestrado durante su cautiverio. Y ahora ha llegado a la decisión de confesar su crimen, dar dibujos y textos a la hija del asesinado, Alasne, y entregarse al comisario Ignacio Sánchez, el policía que en su día investigó el caso y que le torturó salvajemente sin resultado.

El exasesino confesará siempre y cuando Sánchez reconozca su particular y activa participación en la guerra sucia del Estado, su protagonismo como torturador. Evidentemente, la confesión de Josu Etxebeste acarreará problemas con la justicia y con el nuevo statuo quo de policías y exmiembros de la Organización, que no están dispuestos a pagar el precio de la verdad. Por temor a la cárcel unos, pero la mayoría —ideólogos, intelectuales, abogados y empresarios— por el temor de perder su situación económica y de poder en la actual sociedad vasca.

El autor pone el foco sobre las víctimas desde el dolor de la pérdida salvaje y sin sentido más que desde un punto de vista ideológico

Jon Sistiaga le toma la medida en todo momento a su novela. No pierde el control sobre ella y Purgatorio es de mucha mayor complejidad de la que aparenta. Es un bisturí en el mosaico de la sociedad vasca y en el terrorismo, de la complicidad y abnegación con que algunos incubaron el huevo de la serpiente, pero también del resto de la sociedad que la sufrió o ignoró. Especial mención a las víctimas, pero —en otro logro de Sistiaga— enfocándolas desde el dolor de la pérdida salvaje y sin sentido más que desde un punto de vista ideológico. Sistiaga se toma su tiempo para que los personajes respiren, se busquen y se encuentren.

Utiliza la ficción para darnos la verdad de cómo sucedieron las cosas sin la obligación periodística de probar, sin el respeto deontológico a las declaraciones con la grabadora apagada. Nos habla de exasesinos, de la cicatriz de la violencia en quien la ejerce y quien la sufre, del cinismo, sin tratar de que nos guste su posicionamiento político y dejando los hechos a la intemperie de las palabras. Escribe de lo que sabe y entiende, del dolor y la violencia, y no desde la representación literaria, sino desde la misma herida. Y lo consigue a través del género negro que se lo permite todo —la contextualización, el suspense, la acción—, incluso la denuncia de que unos mueren y otros matan, mientras siempre hay quien se lava las manos desde despachos y domicilios altos, bonitos, caros, pero nunca del todo ventilados.

Purgatorio

Autor: Jon Sistiaga.


Editorial: Plaza & Janés, 2022.


Formato: tapa blanda (416 páginas, 19,85 euros), e-book (9,49 euros) y audiolibro (17,99).

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