La Habana elegante de Ernán López-Nussa y Felipe Dulzaides
Cuando Benny Moré o Celia Cruz daban sus primeros pasos y las noches de la capital cubana aún no sospechaban de la revolución de Fidel Castro, un pianista que confesaba no saber leer música marcó época en el jazz de la isla
Me dice Lázaro que ya está bueno de hablar de política, que todo es deprimente, que cojamos un diez y nos pongamos pa la música. “Pero nada de estruendos, vámonos para La Habana elegante de antes”, comenta.
Le pregunto que cómo hacemos eso, y me aconseja contactar con el pianista Ernán López-Nussa, que acaba de terminar un disco exquisito que rinde homenaje a Felipe Dulzaides, gran valedor del jazz y del buen gusto musical en Cuba desde la década del cincuenta hasta comienzos de los ochenta. Con más de veinte LP en su carrera, Dulzaides fue creador de Los Armónicos, cuarteto (y después quinteto) que se convirtió en una referencia en la isla y también en escuela para decenas de jóvenes músicos y jazzistas cubanos que llegaron a ser después artistas consagrados.
Hablo primero con Felipe Dulzaides Jr, su hijo, que estudió teatro pero se pasó a las artes plásticas y hoy es un creador reconocido en su país y el principal fan de su padre. Llega a la cita con un cartapacio de recortes de prensa originales, recopilados durante más de 30 años por su progenitor, que era muy ordenado. El dossier es un tesoro.
Hay reseñas color sepia de sus presentaciones antes de la revolución en los mejores nightclubs y cabarés de La Habana, el Montmartre, el Sans Souci o el salón Panorámico de Tropicana, donde compartió escenario con Benny Moré, Celia Cruz y otros importantes artistas del momento. También aparecen publicidades de sus actuaciones en el Salón Starlight Terrace del hotel Nacional, donde alternaba con el sexteto del gran batería norteamericano Philly Joe Jones, o en el casino del hotel Comodoro, donde tocaba también el pianista y cantante Matt Dennis, autor de números clásicos como Everything happens to me, que hizo popular Frank Sinatra con la banda de Tommy Dorsey.
Hay en el álbum una foto suya junto al Buick 1958 descapotable que le regaló Santo Trafficante, mafioso norteamericano que se repartía el pastel del juego en La Habana en aquella época y que era fan de Los Armónicos. Un recorte de prensa informa de la grabación del disco que le hizo a La Lupe, Con el diablo en el cuerpo, que contiene el exitazo Fever, y en una imagen amarillenta aparece ella cantando descalza junto a Dulzaides.
La historia de este gran músico cubano es singular, y está muy bien reflejada en la entrevista que le hizo antes de morir el saxofonista y musicólogo cubano Leonardo Acosta, que cuenta entre otras cosas que “lo excepcional de Felipe” era que “se trataba de un pianista autodidacta que confesaba no leer música”. Sin embargo, dice, “conocía cerca de mil números de memoria, y le bastaba oír una sola vez una melodía para memorizarla y repetirla inmediatamente al piano ya armonizada”. Acosta señala que “durante los viajes que realizó a Estados Unidos, cada vez que Felipe llegaba a un bar y había un piano se sentaba a tocar y complacía peticiones de los clientes. Invariablemente, el dueño del local le ofrecía trabajo”. Dulzaides sufrió una hemiplejia en 1983, pero aún así permaneció como animador del jazz en la isla hasta su muerte, en 1991, debido a una segunda hemiplejia que lo sorprendió tocando con su única mano entonces hábil, la derecha, en el bar El Elegante del hotel Riviera.
Los Armónicos nació en los años cincuenta como cuarteto vocal, pero pronto Dulzaides lo transformó en un grupo instrumental con una sola voz. “Nunca pensó en formar una agrupación de jazz simplemente, quiso organizar un buen grupo de voces e instrumentos para interpretar lo mejor del repertorio popular clásico y del momento”, señaló Acosta, también desaparecido.
Al formato inicial (piano, guitarra, contrabajo, batería, y ocasionalmente clarinete o saxofón) agregó el vibráfono después de escuchar al quinteto de George Shearing. “Me encantó el timbre, me enamoré de su forma de tocar, de la manera en que armonizaba y lo difícil que era lo que él hacía parecer fácil, siempre tocando detrás del ritmo, no junto a él”, contaría Dulzaides antes de morir.
Su quinteto (que en algún momento dejó de llamarse Los Armónicos) descansaba en una línea melódica guiada por la combinación de piano-guitarra-vibráfono, como hacía Shearing, y su repertorio abarcaba todos los géneros y todo tipo canciones, desde La vie en rose, Los paraguas de Cherburgo, a canciones de los Beatles o Rock around the clock, pasando por Debussy, Manuel de Falla, standards norteamericanos de Gershwin, Cole Porter, Irving Berlin, Duke Ellington o Miles Davis, y por supuesto todo el catálogo de la música cubana, de Siboney (Lecuona) a Mambo inn (Mario Bauzá), y boleros, sones, canciones de filin, chachachás o los éxitos de la Nueva Trova. Parte de estas piezas, que el propio Dulzaides admitía que eran cocktail music o música comercial, él se las tomaba muy en serio. “Son temas conocidos internacionalmente y que la gente pide, pero yo trato de seleccionar los mejores números buscando interpretarlos con la máxima calidad y buen gusto, para lo cual son fundamentales los arreglos”, le contó a Acosta.
“El viejo pasó por todos los clubes, cabarés y salones de La Habana, y en los años sesenta se fue a Varadero, donde pasó diez tocando en el hotel Kawama y ocasionalmente en el Oasis y el Internacional. A su regreso a La Habana, a mediados de los setenta, recaló en el Elegante del hotel Riviera, y allí estuvo hasta el final”, cuenta su hijo en casa de Ernán López-Nussa, donde escuchamos el homenaje que le ha hecho, Havana in the Grand Manner, título que responde a la publicidad del hotel Riviera a finales de los años cincuenta y que es toda una declaración de principios.
Cuenta Ernán (La Habana, 1958) que cuando era estudiante en el conservatorio se la pasaba metido en El Elegante. “Allí llevaba a mis novias, quedaba con mis amigos, o simplemente iba al lugar a escuchar a Felipe y a sus músicos, que eran todos excelentes”. En la famosa entrevista de Acosta, este asegura que “nadie podía imaginar o prever que el grupo de Felipe Dulzaides se convertiría en una de las principales canteras de músicos de jazz en el país”, entre los que destaca a los guitarristas Pablo Cano, Ahmed Barroso, Sergio Vitier, Rene Luís Toledo y Jorge Valdés Chicoy, los contrabajistas Carlos del Puerto y Luis Quiñones, el batería Ignacio Berroa, el flautista Rembert Egües o el percusionista José Luís Quintana Changuito, y muchos más.
“Yo estaba fascinado con el cool jazz. Escuchaba a Miles Davis, a Bill Evans, a Dave Brubeck y un poco más tarde a Shearing, ellos influyeron mucho en mí, y de pronto me encuentro ese sonido en Cuba a través de un cubano que era el homólogo de George Shearing, y ese era Felipe Dulzaides, de ahí este homenaje”, cuenta López-Nussa, que en una de esas noches en El Elegante conoció a su hijo y la amistad dura hasta hoy. “Cuando mi padre tenía un compromiso y no podía tocar, dejaba la banda a cargo de Ernán, con eso te lo digo todo”, dice Felipito.
Ponemos música de “el viejo” que nos hace volar y después escuchamos entero Havana in the Grand Manner, una exquisitez absoluta, como predijo Lázaro. Caen El último tango en París, Scherezada, The lady is a tramp, Mambo inn, Llora tu tristeza, Drume negrita y Sophisticated lady (en la voz de la cantante Haydee Milanes), temas de siempre del repertorio de Dulzaides interpretados en su estilo, pero con ciertas libertades. Nos transportamos a otra época, a aquella Habana azul maravillosa, que era de lo que se trataba.
Ernán busco la delicadeza para este disco y la encontró en esos temas inmortales y en unos músicos muy especiales: los baterías Enrique Pla y Oliver Valdés (hijo de Jorge Valdés Chicoy, que toca en dos números), el guitarra Héctor Quintana, Samuel Burgos en el bajo y Mario Salvador en el tres, junto a la voz de Haydee. Por supuesto, López-Nussa lo hilvana todo desde el piano y el vibráfono, instrumento que le fascinó desde que lo escucho en vivo por primera vez en El Elegante.
Antes de concluir la sesión, le pregunto a Felipito por lo que le pasó a su padre al triunfo de la revolución, cuando estuvo preso dos años. Lázaro me pidió que aclarase este punto, pues es un episodio poco conocido de su trayectoria. Resulta ser que Dulzaides, que era un hombre apuesto y seductor y tenía facilidad para que se le pegaran las más bellísimas amantes, prestó a una de ellas su Buick descapotable, el que le había regalado Santo Traficantte. Al parecer, ambos (ella y el carro) acabaron detenidos por participar en una actividad “contrarrevolucionaria” y Dulzaides fue arrestado de rebote una noche tras actuar en el Nacional. Le echaron 6 años de cárcel pero cumplió dos, tras percatarse alguien del error.
“Me contaron que cuando le dieron el primer pase vigilado no pidió estar con una mujer, como hacían casi todos los presos. Dijo que lo llevaran a una casa que tuviera piano cercana a la prisión. Era el hogar de dos señoras mayores. Mi padre llegó y, sin hablar, se abrazó al piano y estuvo así cinco minutos, llorando. Luego se recompuso y se dirigió a las mujeres: ‘bueno, que quieren escuchar”.
Lo cuenta Felipito y a los tres se nos aguan los ojos, y también a Lázaro cuando le hago la historia. Suena ahora Love is here to stay, el gran tema de Gershwin que Ernán se ha traído a ritmo de danzón, y mientras el vibráfono se te sube a la cabeza uno piensa que Havana in the Grand Manner es un fabuloso título para este disco, que es mucho más que un homenaje.
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