María Teresa García: “La cámara es una herramienta, pero también es un arma”
A punto de cumplir 80 años, la fotógrafa ecuatoriana conversa con EL PAÍS sobre su trayectoria y experiencias vitales

No quería dejarles una carga. A los dos hijos de la fotógrafa María Teresa García (Sangolquí, 1945) no les interesa demasiado el oficio de su madre y no viven en Ecuador. Por eso, en 2022, a finales de la pandemia de la covid-19, contrató a un historiador para que la ayudara a organizar, por primera vez, su archivo. Temía que le pasara lo que a otros fotógrafos: que su obra muriera junto con ella.
Ese mismo año, con un portafolio que abarca cinco décadas, García aplicó por primera vez al Premio Nacional Mariano Aguilera, uno de los galardones artísticos más prestigiosos del país, pero no ganó. Insistió de nuevo en 2024, pero antes publicó el libro El Otro Sangolquí (Catarsis editorial, 2023), un ensayo sobre la parroquia urbana donde nació, creció y se formó, ubicada al suroriente de Quito, que, según la investigadora Lupe Álvarez, “lleva 40 años haciéndose”.
Por estos días, hasta mediados de septiembre, el Centro de Arte Contemporáneo de Quito (CAC) acoge la muestra Imagen Latente, una retrospectiva de la obra de García, galardonada con el Premio Mariano Aguilera a la Trayectoria 2024-205. La fotógrafa está contenta con este reconocimiento a su arte y por la oportunidad de compartir material inédito: el 80% de las 260 fotos de la colección, en su mayoría en blanco y negro, no habían sido exhibidas.
Divida en siete series, la muestra es una inmersión en sus búsquedas y curiosidades. Desde sus retratos cómplices a familiares y artistas ecuatorianos hasta sus estancias en Manila, Yakarta, Vietnam. Desde sus autorretratos desenfadados hasta su seguimiento penitente de los rituales religiosos y sus sincretismos. Y, por supuesto, y quizá por sobre todo, ahí está su amor a Sangolquí, tan presente en ella, en su memoria y en su cuerpo. El día en que recibe a El PAÍS en su estudio en el centro histórico de la capital, García lleva un gallo de plata en su mano izquierda. Un anillo que, dice, representa a los sangolquileños: “Tozudos, directos, peleones, resilientes”.
Pregunta. Este año cumple 80, en noviembre.
Respuesta. Sí, ¡80! Pero mejor no pienso en eso. Para qué. La edad es una cosa imposible de controlar o de cambiar. Mejor me preocupo de seguir revisando mis fotos, de hacer mi trabajo, cosas más importantes que eso. Uno envejece más rápido cuando está pensando: ‘Ya tengo tantos años’.
P. Pero cumplir 50 sí fue determinante para usted, como muestra su libro Llegando a los Cincuenta, On Becoming Fifty. En una de las fotos aparece como una mariposa a punto de liberarse de su capullo. ¿Se sintió así?
R. En ciertas cosas sí. Pero en ese entonces estaba en otro patín. Regresaba al país después de haber vivido nueve años en Asia, mi último hijo iba a la Universidad, vino la sensación del nido vacío, mi matrimonio no estaba en su mejor forma y, encima de todo, cumplí 50 años, y yo pensaba que era demasiado. Por eso ahora ya ni pienso en la edad. Los 50 fueron traumáticos.
P. Pese a no pensar tanto en la edad, siempre ha fotografiado mucho la vejez y la infancia.
R. Creo que es inconsciente. Quizá porque, justamente, esos son el final y el principio de la vida. A mi edad ya empiezas a tener dolores, a pensar de otra manera, a ser más temeroso. Aunque yo nunca he tenido miedo de nada, excepto de mi papá. Siempre he sido muy aventurera, muy irresponsable muchas veces. Una vez fotografié tres días seguidos sin dormir. Fue en un viaje a Java central, en Indonesia, cuando se celebraba la iluminación de Buda.
P. ¿Le da nostalgia ver sus cinco décadas de trabajo expuestas?
R. No, yo estoy feliz de que esas imágenes latentes por fin se hayan mostrado. El premio fue un gran impulso. En 2022, al final de la pandemia, empecé a organizar mi archivo y contraté a un historiador: Érick Peralvo. Él vino y abrió todos mis escondites, porque yo siempre he guardado todo. Ni siquiera pensando en premios, sino porque siempre tuve en mente que esto, algún día, podría ser interesante para la historia de la fotografía en Ecuador.
P. Es la única fotógrafa, mujer, que ha ganado el Mariano Aguilera.
R. Y estoy orgullosa, porque eso abre camino a muchísimos aspirantes a fotógrafos. La fotografía en Ecuador por fin está en su sitial, con todas las otras artes. Aunque, la verdad, yo no nunca he pensado en términos de ser mujer o no para hacer lo que hago.
P. El texto curatorial de la muestra dice, de hecho, que siempre ha estado lejos de las reivindicaciones.
R. Sí. Las reivindicaciones están muy bien, pero no creo que deban ser usadas para otros fines que no sean mejorar la sociedad, no para vender tu arte. Necesitamos ser más conscientes del trabajo individual como una forma de contribuir al mejoramiento del mundo, del país.
P. Volviendo a la nostalgia, la investigadora y crítica de arte Lupe Álvarez dice que su mirada sobre su amado Sangolquí es todo menos nostálgica.
R. Sí, es así. Nunca he creído que es nostalgia, sino más vale un reconocimiento muy cariñoso, muy amoroso, a Sangolquí, donde están mis raíces. Aunque ahora todo ha cambiado. Mis fotos de Sangolquí de los años 80 son totalmente distintas a las de ahora, porque ya no es un pueblito, ahora es un pueblote.
P. A propósito de pueblos, Graciela Iturbide decía recientemente en una entrevista con este diario que fotografiar pueblos indígenas no es realismo mágico. ¿Está de acuerdo?
R. Graciela dice que eso es la vida, que no es nada mágico. Y tiene toda la razón. Ella fue la primera fotógrafa que yo conocí con la que salí a fotografiar por aquí, por el centro de Quito. Cuando estuve en México también me dejó acompañarla muy generosamente. Tengo gratos recuerdos de ella. Es una fotógrafa que ha tenido una gran influencia en mí. Con ella entendí el potencial de hacer ensayos fotográficos. Y Sangolquí me estaba llamando desde hace rato.
P. Muchas de las fotos de Sangolquí muestran peleas de gallos, animales destripados en camales y mercados… temas que encendieron las alarmas de la corrección política.
R. En esos años no había such a thing como la corrección política. Mis fotos muestran todo lo que sucedía en el pueblo, lo que ha sucedido y lo que seguirá sucediendo. Las peleas de gallos, de hecho, ahora están regresando. Mi mismo papá crio gallos de pelea. Las personas construyen hermandad alrededor de estos eventos. Y hay códigos de honorabilidad, como la palabra de gallero. No es solo violencia como muchos quieren ver.
P. ¿Seguirá haciéndose autorretratos, tomándose selfies? Mostrar el cuerpo puede ser visto como una reivindicación.
R. Seguiré, por supuesto. Es mi vida. Siempre me ha dado curiosidad la relación del cuerpo con la cámara, sus reacciones. Cuando me autorretrato es para sentir, un poco, cómo se sentirán los fotografiados. La cámara es una herramienta, pero también es un arma. La cámara, literalmente, dispara. Te dispara. Y eso intimida.
P. Con arma y todo, fotografiar, para usted, tiene que ver sobre todo con la seducción y la coquetería.
R. ¡Claro! Y así mismo debe ser. De lo contrario, it’s not fun [se ríe].
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