Venezuela, una piedra en el camino de Lula y su Gobierno
Quizás el presidente de Brasil no acabó de entender que su amigo Maduro, perdón por el estribillo, está resultando “más duro” de lo que él creía
Decir que Luiz Inácio Lula de Silva está irritado con la decisión de su amigo, Nicolás Maduro, de autoproclamarse vencedor de las elecciones en Venezuela, es poco. Me dicen que está “furibundo y preocupado”, sobretodo porque su asesor especial de exteriores, Celso Amorin ya le ha dado a entender que las cartas en Venezuela están echadas. Maduro no volverá atrás y seguirá gobernando. Quizás con mano aún más dura.
Para Lula, que debía esperarse la decisión de su viejo amigo de no ceder el mando, el problema se le agudiza porque su partido, el PT, ya había anticipado su apoyo a la supuesta victoria de Maduro. Lula tuvo que explicar que él no era el jefe de su partido y que ahora era presidente de un Gobierno de centroizquierda. Y exigió que el Gobierno de Maduro mostrase las actas de las elecciones que lo daban vencedor.
Nadie puede negar que Lula las semanas pasadas ha probado de todas las formas mantenerse firme en su propósito de que Maduro presentara los resultados de las elecciones en las que quedara claro, a la luz del día, que había ganado y limpiamente el pleito. Se ha aliado a los presidentes de Colombia y Chile para intentar encontrar una salida a un camino que parecía ciego. Intentó, de todos los modos, que Maduro no diera un paso en falso ni pisoteara la democracia.
Lula jugaba con buenas cartas, ya que su amistad, incluso personal, primero con Hugo Chávez y después con Nicolás Maduro, fueron siempre indiscutibles. Lula llegó al punto de afirmar que Venezuela no era una dictadura. Estaba convencido que en este momento crítico, Maduro no lo iba a abandonar.
Y es que un fracaso de Lula en el enmarañado conflicto de Venezuela, va más allá de su Presidencia. No que a los brasileños les quite el sueño los enjuagues antidemocráticos de Maduro. Ahora están volcados en las próximas elecciones municipales. A Lula sí les pueden afectar ya que para uno de sus sueños, asegurarse una cuarta reelección en 2026, le es fundamental su política exterior, su deseo de intervenir en los problemas mundiales y en sus guerras en curso.
Lula, sobretodo en vistas a su propio partido, no puede enfrentarse a Maduro. Tendrá que buscar alguna forma para que evidente su postura de mediador en Venezuela, algo que a cada momento se le hace más difícil ante los atropellos antidemocráticos de su amigo Maduro, que llegó incluso a aconsejarle, si estaba nervioso, que “tomara un te de manzanilla”.
Quizás Lula no acabó de entender que Maduro, perdón por el estribillo, está resultando “más duro” de lo que él creía. Y al mismo tiempo, si hay algo a lo que el presidente brasileño no puede llegar es a una ruptura con Venezuela, pieza clave de sus ambiciones de contar en el continente.
Esta situación medio desesperada que vive Lula con la tozudez de Maduro me hizo recordar una anécdota durante el Gobierno franquista que suele repetirse con todos los dictadores. Durante el gobierno del generalísimo Franco, destacó la figura del democristiano Joaquín Ruiz Jiménez, una figura central que llegó a ser embajador de España ante la Santa Sede e incluso ministro de Educación.
Ruiz Jiménez fundó la revista Cuadernos para el Diálogo, en la que hacía malabarismos para inyectar algunas dosis de democracia, aunque a veces tenía que ser medio camuflada. Como el democristiano era amigo del papa Pablo VI, considerado progresista y enemigo de Franco, consiguió una vez que le escribiera un artículo para la revista que apareció en primera página y que Ruiz Jiménez aprovechó para publicar artículos más osados con la esperanza de que Franco no se atrevería a prohibirla como hacía con frecuencia.
Franco llegó a nombrar al democristiano,ministro de Educación, hasta que un día mandó llamarlo. Lo esperó en la puerta de su despacho. Sin dejarle ni entrar, señalándolo con el dedo le espetó: “Me han dicho que usted está muy inquieto”. El ministro, con su elegancia intelectual, al parecer le respondió: “Mi general, la inquietud es una dimensión fundamental del alma humana”. Y Franco, dándole un empujoncito lo despidió diciéndole: “!Bla, bla, bla!”. Cuando el ministro regresó a su casa ya le había precedido un motorista del Gobierno con su dimisión como ministro.
Hoy ni Maduro es Franco, ni Lula es el intelectual español Ruíz Jiménez. Pero sí es pensable que si el presidente brasileño le hablara a Maduro, en este momento, de la inquietud del alma de la política y de la democracia podría acabar recibiendo otro exabrupto: “Bla, bla, bla”, esta vez de su amigo de toda la vida.
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