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Lula da Silva
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Lula explica por qué su popularidad languidece

“Hasta ahora hemos preparado sólo la tierra. Este año empezaremos a recoger lo que sembramos”, afirma el presidente brasileño

Lula da Silva
El presidente de Brasil, Lula da Silva.Ueslei Marcelino (REUTERS)
Juan Arias

Existía una cierta curiosidad por conocer la reacción del presidente brasileño, Lula da Silva, a la noticia de que todos los sondeos registraban una baja de su popularidad incluso entre quienes lo habían votado y entre las categorías de la sociedad que le han sido siempre más fieles, como las mujeres, los jóvenes y los más pobres. Lula no ha esperado 24 horas y ha respondido en una entrevista a la televisión SBT.

Contra algunos que esperaban que el presidente podría culpar de los resultados negativos de su año y pico de Gobierno a los medios de comunicación, como suelen hacer algunos militantes de su partido, el PT, Lula reaccionó con inteligencia emocional. No ha echado la culpa a nadie. Llegó a decir incluso que veía normal ese bajón de popularidad: “Tengo la certeza de que el pueblo de Brasil no tiene ningún motivo para darme un cien por cien de popularidad ya que estamos aún muy lejos de lo que prometimos. Sé lo que prometí y los compromisos que hice”.

Con una imagen gráfica explicó: “Hasta ahora hemos preparado sólo la tierra, la aramos, le echamos estiércol y enterramos las semillas”. Y siguiendo en su optimismo añadió: “Este es el año en que empezaremos a recoger lo que sembramos”. En la misma entrevista, Lula abordó el otro tema espinoso de la polarización política, que según él, no facilita su Gobierno. Fue también optimista: “Yo no me preocupo con la polarización del país. Fue también así en el pasado. Ahora Brasil está polarizado entre dos personas, porque en realidad se trata de dos personas y no de dos partidos”. Se refería a él y a Bolsonaro, aunque subrayando que en verdad el ultraderechista, ni tiene ni tuvo nunca un partido suyo. Intentó crearlo en el primer año de su gobierno y no lo consiguió.

En su entrevista Lula fue tajante: “El mensaje que quiero dejar para el pueblo brasileño, independientemente de en quién voten las personas, en qué partido o en qué religión apuesten, nosotros vamos a hacer de este país un país donde se viva feliz. Vamos a crear más trabajo, mejores sueldos, más educación, más cultura y más placer”.

Lula dio un muletazo y recordó también que la polarización que vive Brasil y que dificulta de algún modo su Gobierno no es una excepción: “Creo que todo el mundo está hoy polarizado en todos los continentes”. Una forma elegante para indicar que su dificultad en arrancar con las promesas hechas depende también de la polarización cada vez mayor de la política mundial entre izquierda y derecha, como acaban de demostrar las elecciones en Portugal.

En su optimismo nunca disimulado, Lula llegó a decir que esa polarización de hoy en Brasil puede hasta ser positiva. Y es que él cree que pronto los brasileños se darán cuenta de que su Gobierno será capaz de realizar sus promesas, sobre todo en materia de mejoras económicas para los más necesitados.

Lula en verdad, funda su optimismo en que pronto la sociedad entenderá que su Gobierno está dispuesto a demostrar lo que la expresidenta, Dilma Rousseff, había acuñado como: “Gastar es vida”. Lula quiere que la riqueza del país, que es mucha, llegue cuanto antes no sólo a los más mortificados por la inflación sino también a la clase media baja que empuja para no ser olvidada.

Los analistas más críticos, como el columnista del diario O Globo Merval Pereira, actual presidente de la Academia de las Letras, subrayan sin embargo, que ese eslogan de Lula de gastar a cualquier costo puede tener un efecto bumerán. Escribe el académico: “La preocupación de Lula con los pobres que le huyen entre los dedos en dirección a la derecha religiosa (los evangélicos) es saludable, pero no consigue entender que el mercado, en vez de ser una fiera hambrienta, es un marcador de democracia como transmisor de información y expresión de la opinión pública”.

Lula, sin embargo, en su ahínco de minimizar los sondeos que indican un bajón en la valorización de su Gobierno, ha llegado a decir: “La gente no debe olvidar ni una palabra de las pronunciadas en mi campaña electoral”. Pero como nadie es de hierro, en una de sus promesas, la de no intentar un nuevo mandato presidencial en 2026, Lula ha dejado ahora entender que, si su salud y su edad se lo permitirán, volverá a probar fortuna.

De lo que nadie podrá acusar al viejo y luchador sindicalista, sin estudios, es de perspicacia política, ya que en sus mandatos anteriores acabó siempre “comiéndose a la oposición”, como escribió entonces este diario. ¿Será capaz de digerirla también esta vez para poder gobernar tranquilo?

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