Lula ahora sabe que Brasil sigue partido en dos
De los 27 gobernadores brasileños, 15 rechazaron asistir al acto para celebrar la democracia en Brasilia tras el intento de golpe el año pasado. Tampoco asistió el presidente del Congreso
Ahora Lula ya sabe que, a pesar de todos sus esfuerzos de reunificar al país y de hacer olvidar la ruptura institucional que estuvo a punto de conseguir el ultraderechista Bolsonaro, sigue rugiendo bajo tierra el golpe, como ha revelado el imponente acto celebrado en Brasilia en el aniversario del fallido atentado que hizo temblar a la democracia.
Lula fue acertado, como bien explicó desde Brasilia, mi colega Naiara, en no dejar pasar en blanco el aniversario del fatídico 8 de enero del año pasado en el que más de 1.000 vándalos destrozaron las tres sedes del poder: el Congreso, el Supremo y el Palacio de la Presidencia. E hizo bien en invitar a la cita a las 500 personas más significativas de los diversos estamentos del Estado, militares incluidos. Era una apuesta arriesgada, pero valiosa políticamente. Obligó a los mayores responsables de las instituciones del país, incluidos los altos jefes militares, a dar la cara y a condenar los actos de vandalismo que asustaron al país.
La condena de los líderes de los tres poderes de los intentos de golpe de Estado fue dura en todos los discursos y supuso un canto a la democracia tildada de “inquebrantable” en el lema del acto. Y el duro discurso de Lula a favor de la legalidad institucional y de la defensa de la democracia fue a la vez sibilino y con una revelación implícita. Sin pronunciar su nombre una sola vez, dejó claro que su antecesor, Jair Bolsonaro, deberá ser juzgado y encarcelado. El perdón, declaró Lula, “sonaría como impunidad y la impunidad como salvoconducto para nuevos actos terroristas”.
Lula dijo abiertamente que por lo que había dicho el expresidente golpista “adversarios políticos y autoridades constituidas podrían ser fusiladas y ahorcadas en la plaza pública”. Por ello exigió “la necesidad de castigarle con rigor para prevenir nuevas tentaciones de golpismo”.
Las tres máximas autoridades de las Fuerzas Armadas, que en un principio dudaron en asistir al acto, estuvieron presentes silenciosas, y hasta aplaudieron el duro discurso de Lula. El discurso oficial del Gobierno es que al fallido golpe militar habían participado solo militares aislados, algunos de los cuales, están ya siendo juzgados, mientras que el cuerpo militar como tal no tomó parte, algo que es cierto en parte.
Lo más significativo del imponente acto de desagravio al atentado a la democracia ha sido para Lula, por si no lo sabía, la constatación que a pesar de los esfuerzos que ha hecho en su primer año de gobierno por reunificar al país olvidándose del peligro que corrió la democracia, Brasil sigue estando salomónicamente dividido en dos. Y no solo a nivel de la población sino, lo que quizás es más grave: en el corazón mismo de la política.
Lo más grave del acto de Brasilia es que a pesar de haber convidado personal y oficialmente a todas las fuerzas vivas de la política y de la justicia, de los 27 gobernadores del país, 15 de ellos le dieron un portazo y no aparecieron. Y más grave aún, de entre ellos faltaron, los de los tres estados más importantes del país que han sido siempre quienes han decidido el resultado de las urnas: los de São Paulo, con 40 millones de habitantes; el de Río de Janeiro, con 16 millones y el de Minas Gerais con 21 millones. Juntos deciden cualquier elección. Los tres importantes gobernadores son seguidores de Bolsonaro. Y si era poco, el gran ausente fue, Arthur Lira, el conservador presidente del Congreso y con él la mayor parte de la cúpula de dicha institución. Y como postre decidieron no acudir a la cita muchas de las figuras conservadoras del Congreso a cuyos partidos, Lula les ha regalado varios ministerios importantes.
Este año tendrán lugar las elecciones municipales que tienen una gran importancia para tomar el pulso a la fuerza de los partidos. En las anteriores, el partido de Lula, el PT y en general la izquierda fueron abiertamente castigadas y las ganaron masivamente los partidos de derechas y conservadores. Fueron la antesala del triunfo derechista en las presidenciales ¿Qué pasará este año? Se va a tratar de una prueba fundamental para una posible reelección de Lula o de alguien por él apadrinado.
Ello ha convencido al Gobierno a que este año, Lula en vez de centrarse a un titánico esfuerzo de política exterior, a recorrer Brasil, de ciudad en ciudad, para poder revertir en las municipales la derrota. Dichas elecciones, las primeras después de la derrota en las presidenciales de la extrema derecha, revelarán el humor de los brasileños después del primer año de Gobierno del incombustible Lula.
Todos estos movimientos, algunos a los ojos de todos y otros subterráneos, van a demostrar hasta qué punto el país sigue dividido y que el peligro de una vuelta al ultraderechismo. Como bien ha alertado, el exministro del Supremo, Lewandowski, hombre de la total confianza de Lula, predestinado como nuevo ministro de Justicia: “El espantajo del autoritarismo continúa asombrando al país, ya que los agentes del caos y de la discordia continúan activos aunque momentáneamente minimizados esperando el momento más propicio para infligir nuevos golpes”.
Y Lula sabe muy bien que el bolsonarismo no ha muerto, que su antecesor sigue teniendo fuerza en las instituciones y en los partidos, como lo han querido subrayar las importantes ausencias al acto de Brasilia y que, en el mejor de los casos, si Bolsonaro acabara arrinconado por la justicia, ya tiene posibles sucesores y de peso en la reserva.
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