El desierto de la Navidad
El paraíso bucólico que se creaba alrededor del pesebre ha sido reemplazado por el invasor Papá Noel, y la tierra donde nació el Divino niño se ha convertido en un desierto en el que mueren cientos de niños palestinos

Resulta casi imposible recordar cuándo fuimos expulsados del paraíso de la Navidad sagrada y arrojados al desierto de esta realidad pagana y mercantil. Ese paraíso bucólico era entonces un oasis familiar encantado con villancicos en torno al pesebre y el ritual piadoso de la novena de Navidad. Todavía no aparecía el Papá Noel invasor con su horda de mercaderes, que hoy lo promueven frenéticamente en todos sus centros comerciales. En esas navidades infantiles no nos acosaba y desvelaba la presencia de ese rubicundo y foráneo personaje que venía en su trineo desde las gélidas tierras del norte, azotando despiadadamente a unos exhaustos renos, cargado de regalos y de bisuterías. De allí sus destempladas carcajadas de mercader extranjero y embaucador para aligerar la pesada carga de su trineo lleno mentiras e ilusiones. En ese entonces nuestra felicidad no se compraba en rutilantes y fantasiosos centros comerciales como los de hoy, ridículamente decorados con pinos llenos de nieve, osos y bambis saltarines, ya amarillentos por el agobiante calor y la humedad de nuestro trópico. Nuestra felicidad habitaba en otra latitud milenaria, en un pesebre imaginario que albergaba una pobre familia desplazada que huía de la furia de Herodes, rey de Judea que pretendió matar a Jesús. Todo parece indicar que Herodes fue el primer antepasado de Trump, según las recientes indagaciones de la IA sobre la genealogía de los imperios y su terror.

Un pesebre arrasado
Hoy esa tierra, donde hace más de dos mil años se reportó el nacimiento clandestino de ese divino niño, luego llamado Jesús de Nazareth (¡no de Belén!) es un desierto, tierra arrasada y en ella malviven y mueren cientos de niños palestinos, que aún no cuentan con la providencial protección de Dios. En esa tierra arrasada y desértica hoy se agolpan miles de familias en campamentos, muchos más precarios que ese humilde pesebre en donde nació ese mítico niño, hoy adorado por millones, pero entonces perseguido con saña por Herodes y el terror de su imperio decadente. Hoy esa Franja de Gaza está convertida en ruinas por la furia letal y el odio sin límites de fanáticos políticos y religiosos, tras los cuales se ocultan venganzas milenarias y codicias imperiales que pretenden negar al pueblo palestino su propio Estado, sin el cual nunca podrán vivir seguros y dignamente los mismos israelíes. Lamentablemente en ambos bandos parecen predominar los líderes empecinados en la eliminación del vecino, pues han definido su identidad y sentido histórico mediante la aniquilación del contrario o cuando menos en su subordinación y humillación. Así Hamás y Netanyahu han convertido el pesebre de la esperanza en un desierto ensangrentado, pues han trocado el amor del nazareno en odio insuperable, la reconciliación en confrontación eterna y el perdón en venganza perpetua.
El oasis comercial
Entre tanto, nosotros estamos consagrados al jolgorio de las fiestas, comprando nuestra felicidad en módicas cuotas y con intereses celestiales en abarrotados centros comerciales, diseñados como oasis seguros y frescos, rodeados de palmeras y guardianes, que nos protegen de las hordas de asaltantes, fleteros y criminales que los merodean, muchos de ellos intentando salir del desierto inclemente de la pobreza y la exclusión para ingresar al oasis del mercado y consumo desaforado. Por eso, desde tiempos inmemoriales, la Navidad dejó de ser esa pesebrera en donde sobrevivió una famélica pareja de desplazados, que protegió con su amor y el aliento de dos bestias a un niño recién nacido, condenado a muerte desde el vientre de su madre. Esa ignominiosa navidad hoy la sufren miles de familias en la franja de Gaza y también en numerosos municipios y regiones de nuestra asolada Colombia, pero la ignoramos extraviados en el laberinto del consumo y la calidez de nuestros abrazos familiares en nochebuena.
Una docena de desadaptados
Como es sabido, ese niño con el correr de los años fue llamado Jesús de Nazareth y deambuló por Judea, hoy Palestina, con una docena de desadaptados, luego llamados apóstoles, que abandonaron hasta sus familias y sus propias vidas para pregonar a todo el mundo un extraño mensaje de amor, reconciliación y perdón. En su juventud el nazareno fue respaldado por algunos miembros de esa gavilla de desadaptados cuando expulsó a los mercaderes del Templo y fustigó a los fariseos por presumir superioridad moral. Seguramente por difundir ideas tan radicales fue crucificado a los 33 años, pues él mismo respondió a Pilato: “Mi reino no es un reino terrenal. Si lo fuera, mis seguidores lucharían para impedir que yo sea entregado a los líderes judíos; pero mi reino no es de este mundo” (Juan 18:36). Un mundo que bien sabemos y padecemos está siendo gobernado por los herederos políticos de sus verdugos, que hoy viven imbuidos y extraviados en su supuesta superioridad moral para reordenar el mundo según sus delirios imperiales. Una superioridad falaz en tanto la respaldan con poderosos arsenales, que les permite discernir el bien del mal y así disparar y aniquilar a sus contradictores para supuestamente salvar la humanidad y de paso proteger a Papá Noel en su sacrificada venta de regalos.
¿Un 2026 mundialista o milenarista imperial?
Cabe esperar que en el 2026 ese mamarracho, frívolo y rubicundo Papá Noel, viejo amigo del pederasta Epstein, que hoy se resguarda y protege en la Casa Blanca de su oscuro y promiscuo pasado, no vaya a arrasar y perforar medio planeta, comenzando por Groenlandia y nuestro Sur, para hacer más grande y delirante su insaciable ‘Magalomanía’. En tal caso, el mundial de fútbol se convertiría en un acontecimiento milenarista, pues veríamos en primer plano como se desploma en caída libre la soberbia de un fanfarrón. ¿Será posible desearnos el próximo 31 un feliz año nuevo? Por lo pronto, sabemos que desde junio del 2026 tenemos motivos para estar alegres y hasta enajenados con el mundial que se juega en canchas del Norte: México, Canadá y culmina el 19 de julio en MetLife Stadium, New Jersey. Sobre todo, porque lo más probable es que una selección del Sur lo vuelva a ganar, siempre y cuando el amante de Maga no haga trampa y meta sus obscenas y ensangrentadas manos en los resultados. En tal caso, no se trataría de la mano de Dios –según Maradona-- sino la mano de un fanático adicto al casino del poder y la trampa, un ludópata de la mentira y la muerte. Lo peor que podría suceder es que de nuevo irrumpa el juego sucio y letal del terrorismo para ajustar cuentas con los desvaríos de la soberbia MAGA, que se cree inexpugnable. Entonces sería un escenario milenarista, no propiamente de la final de fútbol, sino de la agresiva geopolítica imperial de Maga.
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