Un oasis en Bogotá para niños y niñas migrantes
La capital colombiana, que ha recibido a más de 590.000 venezolanos, tiene un centro de atención integral que ofrece servicios de salud, nutrición y educación a menores, mientras sus padres buscan empleo
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Cada uno de los salones es un escenario distinto. Sobre las 9:30 de la mañana, en el Centro Abrazar, en el barrio Las Cruces de Bogotá, donde niños, niñas y adolescentes migrantes reciben atención transitoria, una actividad diferente brota en cada esquina. Los bebés y recién nacidos reciben su esquema de vacunación; un grupo de 15 niños de entre 5 y 7 años se prepara para salir al parque público que queda justo al frente del edificio y, más tarde, los de mayor edad tomarán un bus para ir al Movistar Arena, un espacio de conciertos en el que, ese día, se hará una actividad de música infantil. Otros menores salen de la cafetería tras terminar su desayuno y, en las aulas, las profesoras ya empiezan a preparar clases multigrado, dirigidas a niños de diversas edades y con una trayectoria academia disímil.
Aquí todo es flexible, adaptable. “Los centros son un puente entre la población excluida y el resto de la oferta distrital”, comenta Roberto Angulo, secretario de Integración Social de Bogotá, haciendo énfasis en que no son un colegio o un jardín, sino un lugar seguro al que niñas y niños pueden llegar mientras sus padres y madres van a buscar un empleo, trabajan, encuentran dónde vivir y se estabilizan. Si los niños y niñas migrantes no tienen asignada su empresa promotora de salud (EPS)- que garantiza el acceso al sistema de salud colombiano-, en el centro se les indica a sus tutores cómo vincularlos. También les buscan cupos en escuelas, sin importar su edad o el momento en el que se encuentra el periodo académico, y les dan atención médica inicial a través de la Secretaría de Salud. Tan pronto un niño o niña se vincula, se le hace una evaluación de talla y peso, así como un diagnóstico de cuál es su estado de nutrición. Así, todo el tercer piso del edificio en el que se encuentra se convierte en un oasis para niños y niñas migrantes que llegan a una ciudad que, muchas veces, puede sentirse compleja y hostil.
Aunque el Centro Abrazar es el que más población migrante recibe, a lo largo de Bogotá hay otros 13 lugares similares, bautizados Centros Amar, que dan servicios similares y a los que personas migrantes con niños y niñas pueden acudir. “Lo que pasa es que cuando recién llega el migrante es mejor que vaya al Centro Abrazar porque hay una atención sociojurídica y diferencial más apropiada”, explica Angulo. “Lo que no implica que no se reciban menores de flujos migrantes a lo largo de toda la red”. Si una familia, por ejemplo, está pasando por Bogotá solo como ciudad de tránsito, estos centros también reciben a los menores por el tiempo que lo necesiten. Allí pueden renovar su esperanza de que el mundo no tiene que ser como lo ha sido hasta ahora.
Un lugar de tregua
Una de las profesoras del Centro Abrazar baña a un bebé con cariño. En muchos casos, cuentan las funcionarias, las niñas y niños llegan directamente de las rutas migratorias, de caminar, sin haber tenido una ducha en meses. Si la ropa que llevan está rota, en el centro hay una dotación con donaciones para cambiarla. Pero también tienen lavadoras para limpiar las prendas que aún se pueden salvar.
A pesar de que lo común es que los menores roten cada dos o tres semanas – ya que el objetivo final es que se establezcan en un colegio – las profesoras recuerdan el nombre de todos ellos. Tienen una carpeta con la historia de cada uno, en las que está reunido todo el proceso que han vivido. Solo por el Centro Abrazar, según Integración Social, han pasado 1.613 menores entre octubre de 2024 y 2025, incluyendo 80 pequeños emberá, una población indígena que ha sido desplazada reiterativamente de otras zonas de Colombia por el conflicto. Datos de la Unidad de Víctimas arrojan que, a Bogotá, han llegado hasta 2.189 indígenas emberá buscando refugio.
La mayoría, sin embargo, viene del país vecino. Datos del Observatorio de Migración y Movilidad Humana apuntan que, para 2024, en Bogotá habitaban alrededor de 590.737 migrantes venezolanos. Es decir, el 7,4% de la población de la ciudad. Lucibel Bastidas, nacida en Maracay, capital del Estado de Aragua, es una de ellas. Tiene 29 años, hace un año y medio que vive en la capital, y trae a sus hijos al Centro Abrazar. “Lo conocí a través de una tía mía que me dijo que los trajera, que era muy bueno, que respetaban a los niños”, comenta. “Me los cuidan bien mientras yo salgo a emplearme en un trabajo para poder ayudar a mi esposo [que es albañil] y así poder salir adelante”.
Muchos llegan a los centros por referencia, como es el caso de los hijos de Bastidas, pero otros lo hacen gracias al programa Ciudad Niñez. Se trata de una estrategia del Distrito, cuenta Angulo, en la que funcionarios recorren calles donde se sabe que hay un alto riesgo para niños y niñas, y persuaden a los padres para que los lleven a los centros. “Muchas veces hay un equipo directamente en las terminales que comunica a los migrantes recién llegados cuáles son los servicios a los que tienen acceso los menores”, agrega. “Pero es eso: un ejercicio de persuasión, no de restablecer derechos o de quitarles los hijos a los padres. Es algo completamente voluntario”, aclara.
Durante 2024, solo al Centro Abrazar se le asignó un presupuesto público por encima de los 1.425 millones de pesos colombianos (alrededor de 371.000 dólares) y, para 2025, superó los 2.058 millones de pesos (casi 536.000 dólares). Si se suman, además, los Centros Amar, la inversión que llegó este año buscando atender a niños, niñas y adolescentes ronda los 22.000 millones de pesos (5.729 000 dólares).
“Es un servicio integral del que hemos venido aprendiendo”, reflexiona Angulo. Uno que se acomoda a las emergencias o situaciones que viven las poblaciones que más los demandan, y que quiere expandirse. De hecho, en octubre de este año la Secretaria de Integración Social abrió una convocatoria para implementar un segundo Centro Abrazar en Bogotá. Y aunque quedó desierta, Angulo explica que están analizando si hacer una segunda ronda o avanzar con una atención directa por parte del distrito.
“Nuestro plan para Bogotá, como gran ciudad, es no solo garantizar el bienestar para su población a través de programas públicos, sino conectar a los ciudadanos, sin importar desde dónde vengan, con todas las ofertas que se ofrecen”, resumen Angulo. Y la manera más coherente y urgente de hacerlo es con los niños y niñas que acaban de llegar a una activa metrópolis.
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