Tomás Corredor: “A uno lo mataban hace veinte años por hacer una película como Noviembre”
El guionista y director estrena un largometraje sobre la toma y retoma del Palacio de Justicia, que ocurrió hace 40 años. Está enfocada en el dolor de los civiles que quedaron encerrados en un baño. “La verdad sobre este episodio aún no cierra”, dice


Tomás Corredor, un bogotano de 49 años, ha hecho cientos de comerciales, unos pocos cortometrajes, ha vivido en Kenya, Líbano y Suecia, y ha vuelto a la capital colombiana a estrenar una película que toca una herida delicada y abierta para su país. Noviembre, que llega a las salas de cine este jueves, es un largometraje de una hora y diez minutos en el que los personajes siempre están en un mismo baño. Se trata de un lugar del Palacio de Justicia de Bogotá en el que más de cincuenta personas estuvieron encerradas hace 40 años, entre el 6 y 7 de noviembre de 1985, cuando la guerrilla del M-19 se tomó las instalaciones, y el Ejército las retomó de forma violenta. “La verdad sobre este episodio aún no cierra”, dice el director. Algunas personas salieron con vida y luego desaparecieron, otras sobrevivieron pero sus testimonios no han sido públicos. El presidente Gustavo Petro fue miembro del grupo aunque no participó en la toma, y ha sido criticado por reivindicar símbolos de esa guerrilla sin considerar el dolor de sus víctimas. “No hay que imponer más símbolos“, pide Corredor. ”Es más importante que se escuche el dolor de todos” añade. Noviembre va sobre eso, el dolor y el miedo que se respiró en un Palacio de Justicia que luego hubo que demoler.
Pregunta. Se cumplen cuatro décadas de la toma y retoma del Palacio. ¿Cuándo empezó a trabajar en esta película?
Respuesta. Hace 12 años, cuando me encontré con los sucesos que ocurrieron en un baño del Palacio, donde transcurre toda la película. Claro, en el medio dirigí unos 200 comerciales de televisión, di clases, hice muchas cosas.
P. ¿Dónde estaba retratado el episodio del baño?
R. En el libro de Ana Carrigan, El Palacio de Justicia, una tragedia Colombiana [de 1993], donde vi dibujitos forenses del baño que me llamaron mucho la atención. Pero tampoco había tanta información. Luego leí Noches de Humo, de Olga Behar [de 1988], que trae muchos más datos del baño porque tiene el testimonio de Clara Helena Enciso, La mona, la única guerrillera que estaba allí y sobrevive. Me leí toda la bibliografía, vi documentales, y me fui a lo judicial. Leí unos 6.000 folios, en los que encontré 53 testimonios de personas que estuvieron en el baño. Ese baño, que es la punta del iceberg de lo que pasó, era más grande de lo que pensaba.
P. ¿Consultó a las familias de las víctimas y a los sobrevivientes?
R. Me acerqué a ellos, pero no buscando información. Hablé con Santiago Gaona [familiar del magistrado Manuel Gaona]; con el nieto de [la consejera de Estado] Aydée Anzola; con Helena Urán [hija del magistrado auxiliar de ese tribunal, Carlos Horacio Urán]; con Juan Carlos Franco, hermano de Irma Franco [guerrillera torturada y desaparecida por el Ejército]; con René Guarín, [hermano de la cajera en la cafetería, Cristina Guarín]. Les conté lo que estaba haciendo pero no pensé en pedirles autorización, porque la forma en la que una persona puede ver a su familiar muerto puede chocar con la película, que es solo una visión de lo que pasó, una ficción, no una representación exacta de las cosas. Está basada en investigación, pero incluso personas que estuvieron en el baño tienen versiones completamente diferentes de lo que ocurrió. Por eso no era ético entrevistar a cada uno, revivirles dolores, y luego decir ‘esto que dices no me cuadra, voy a cambiarlo’. Yo me hago responsable de esta visión sobre lo que ocurrió en el Palacio.

P. Ya se habían hecho al menos tres películas de ficción sobre lo ocurrido: Siempreviva, Antes del Fuego y Salvador. ¿Qué quería hacer distinto?
R. Para mí había un vacío porque no representaban a la sociedad civil que vivió la toma y retoma dentro del Palacio. Salvador es sobre un sastre, Antes del Fuego un periodista, la Siempreviva ocurre en una casa cercana. Abordan a la sociedad civil, sí, pero no la que estaba adentro. La memoria es un territorio en disputa, los poderes nos crean relatos, y los noticieros nos dieron unas audiovisuales sobre lo que pasó. Pero al investigar encontré que lo que sabía era absolutamente superficial. En ese vacío nos crearon una imagen de un ejército combatiendo “el mal”, sin hablar de lo que pasó dentro o de lo que luego ocurrió con la gente. Como dijo la Comisión de la Verdad, y se nos olvida, el 90% de los muertos de la guerra son sociedad civil, no actores armados. Para mí, ver lo que pasó en el baño es mi forma de ver a la gente que estaba sufriendo.
P. Aún se debate lo que pasó en el Palacio, hay disputas sobre las responsabilidades. ¿Buscó no tomar partido?
R. En esta película no ves un acto heroico de nadie. Estoy absolutamente en contra con la forma en la que los militares hicieron la retoma, tanto como estoy completamente en desacuerdo con la toma por parte del “eme”, y creo que la película subraya sus responsabilidades. No hay tibieza en eso. La posición de la película es fuerte y es humanista, porque retoma el relato de quienes contaron su dolor en instancias judiciales, y de quienes dieron entrevistas que no eran parte del ‘corpus’ de obras sobre lo que ocurrió. Las primeras versiones del guion sí tenían, de forma muy efervescente, mis posiciones políticas. Diana Bustamante, la productora, me dijo “aquí hay una película, pero toca explicar menos”. Yo tenía la necesidad de contar todo lo que pasó, y me dijo “suéltese o se tira la película”.
P. No puede querer escribir el punto final de la historia
R. Uno no puede hacer una película concluyente sobre el Palacio, porque es una verdad que sigue abierta. Hay gente con unos dolores durísimos porque perdieron un familiar, nunca lo encontraron, y de repente les dicen “apareció”, y luego “ah, no, estos restos no eran suyos”. Eso abre nuevos huecos de dolor. No se ha cerrado el número de víctimas: la gente habla de lo ocurrido el 6 y 7 de noviembre, pero el 8, el 9, el 12 siguieron pasando cosas, gente que torturaron, que desaparecieron, a la que abusaron sexualmente. Incluso, cuando estábamos rodando la película, la Fiscalía pasada [de Francisco Barbosa] volvió a decir que Carlos Urán no salió con vida, que lo mataron en el baño. Tú dices que no, la evidencia dice otra cosa, mi verdad dice otra más, me sostengo y tengo las pruebas. La historia es la historia y la memoria es otra cosa, que habla de lo que somos actualmente, de cómo lo resignificamos.

P. Los personajes de los guerrilleros en la película son complejos, unos muy duros y otros más humanos. No pasa lo mismo con los militares, que solo los vemos atacar. ¿Por qué no hay la misma complejidad?
R. La mayoría de las personas no entran al ejército por voluntad propia sino porque son reclutadas, mientras que la lucha armada tiene que ver con convicciones. Por eso la película muestra al Ejército como una máquina de guerra con tanques, un helicóptero, una bazuca. Pero sí humaniza a los militares, como en un plano que muestra a los soldados durmiendo, al igual que los guerrilleros o la gente en el baño. Es una institución donde hay jovencitos matándose, como se lo reclama una persona en el baño al comandante de la guerrilla.
P. En la película hay imágenes sobre cómo los militares impidieron a los medios acercarse al Palacio. ¿Hay un comentario sobre una censura que hasta hoy impide saber bien que pasó?
R. Sí, hubo medios censurados, pero también creo que les faltó tomar posiciones. Me aterra en la entrevista de radio a Alfonso Reyes Echandía, [presidente de la Corte Suprema de Justicia], en la que él pide un cese al fuego y luego…¿Hubo un solo medio diciendo “dónde está el presidente para que responda”? No. Acá tocaba decir: yo también quiero saber por qué el presidente Betancur no está contestando al llamado. Al contrario, cuando les llegó un mensaje del Ministerio de Comunicaciones diciendo que tocaba parar la trasmisión para emitir un partido de fútbol, obedecieron. Me parece muy simbólico de cómo en Colombia es muy fácil mirar a otro lado y seguir.
P. ¿Y cómo cree que el episodio del palacio cambió al país?
R. Fue un parteaguas en la historia de Colombia. Una corte civil estaba juzgando a militares por abusos de poder durante el Estatuto de Seguridad del gobierno anterior, era la primera vez que esos temas estaban sobre la mesa de la sociedad civil. Luego de la retoma tan brutal, y de que las víctimas empiezan a reclamar y nadie les responde, el país entró en un ‘todo vale’ muy frontal que antes era más subterráneo, como se nota en el actuar de lo que se llamaba “la mano negra”. Al poco tiempo matan al candidato presidencial de izquierda, Jaime Pardo Leal, arranca el exterminio de del partido Unión Patriótica, el de miembros del M-19 que se desmovilizaron, y llega la cúspide del fenómeno paramilitar. Después del Palacio se elimina la diferencia política en Colombia. Solo hasta ahora tenemos un presidente de izquierda, nos quitaron dos décadas de pluralidad política. La película permite un diálogo que hace 20 años no se podía tener, a uno hace 20 años lo mataban por hacerla.
P. Hablando del presidente de izquierdas, Gustavo Petro, personas como Helena Urán han señalado que al enarbolar la bandera del M-19 comete una afrenta a las víctimas del Palacio. ¿Cómo evalúa la forma en la que el presidente conmemora este pasado?
R. Creo que Petro tiene una necesidad muy fuerte de reivindicar simbólicamente al M-19 y esta película no lo reivindica del todo. Creo que podría no gustarle, y también creo que esa lucha por lo simbólico no debe ser contemplada por quien está en el poder, sino por la sociedad civil. Me parece que exagera en su búsqueda de la bandera, de la espada de Bolívar, del sombrero de Carlos Pizarro [excomandante del M-19] . Me da pánico que la próxima presidencia sea de Abelardo de la Espriella o de María Fernanda Cabal, y el próximo símbolo no sea el sombrero de Pizarro, sino el de Álvaro Uribe.
P. ¿Qué actitud prefería del presidente?
P. No hay que imponer más símbolos. Creo que el M-19 hizo las cosas muy bien en desmovilizarse y que perdieron hombres valiosos en atentados condenables. Puedo entender el dolor que eso produce. Pero es un dolor que habla desde el poder, cuando debería hablar el dolor del pueblo, sobre todo en un gobierno popular. Es importante que se escuche el dolor de todos.
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