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Política
Tribuna
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La polarización perversa

El fenómeno de la polarización hace que la gente no actúe con racionalidad propia de sociedades maduras, sino como miembros de una secta con ideas fijas, en la cual todo se mira como blanco o negro

desacuerdo polarizacion Closeup view of human hands with thumb up and down gestures on a colored background

La crisis ética que atraviesa la humanidad es verdaderamente preocupante: los valores democráticos que fueron acordados al final de la Segunda Guerra Mundial se han vuelto relativos, no solo por la falta de coherencia de los líderes de muchos Estados y por la ineficacia de los organismos multilaterales, sino por la banalidad imperante en la actualidad, con la caja de resonancia en las redes sociales.

El fenómeno de la polarización hace que la gente no actúe con racionalidad propia de sociedades maduras, sino como miembros de una secta con ideas fijas, en la cual todo se mira como blanco o negro, pues la militancia no permite ni el análisis ni la visión crítica, y cuando se trata de rodear a un líder, la pasión por su defensa y la de sus ideas se agudiza hasta niveles absurdos.

Somos testigos de hechos dramáticos recientes: la invasión de Rusia a Ucrania, bajo el pretexto de que la OTAN se ha expandido demasiado y de que la historia de Rusia está entrelazada con la de Ucrania, lo que otorga a la primera derechos sobre el territorio de la segunda. Tamaño despropósito le dio alas al dictador Putin, desde hace tres años y medio, para bombardear escuelas, hospitales, jardines infantiles, viviendas, destruir el patrimonio cultural, dar inicio a una mortandad de miles de civiles, entre los cuales se cuentan niños, jóvenes, mujeres y ancianos y de jóvenes soldados de ambas nacionalidades y a la expulsión de 14 millones de ucranios que debieron huir de sus hogares buscando salvar sus vidas.

No obstante la barbarie manifiesta de dicha invasión, mandatarios de países democráticos no la han condenado de manera rotunda, ya sea por afinidad ideológica con el régimen o por razones económicas, las cuales prevalecen, para ellos, sobre los tratados de derechos humanos y de derecho internacional humanitario y todas las construcciones jurídicas y éticas que Occidente ha forjado en los últimos 70 años.

Otro tanto puede decirse de lo ocurrido en el Medio Oriente: no se dio una condena convincente a los actos atroces realizados por terroristas de Hamás el 7 de octubre de 2024: secuestros, asesinatos de 1.200 civiles indefensos, entre ellos niños y ancianos. Si bien la respuesta de Israel ha sido totalmente desproporcionada y la guerra en Gaza ha cobrado la vida de más de 62.000 gazatíes, mandatarios de países democráticos no han manifestado una condena contundente, y otros la han apoyado, porque en un mundo polarizado se trivializan los actos más atroces.

Hemos presenciado una tendencia absurda a considerar que es antisemitismo criticar la matanza de gazatíes, la destrucción de hospitales, escuelas, refugios, sedes de organismos internacionales, el desplazamiento forzado interno de millones de personas y últimamente la muerte de miles de niños y adultos por hambre, lo que constituye violación de los convenios y protocolos de Ginebra, configurando crímenes de guerra, de lesa humanidad y de genocidio, proscritos por el Tratado de Roma.

Con tristeza hemos observado las graves intervenciones del gobierno de los Estados Unidos a las más emblemáticas universidades norteamericanas supuestamente porque cultivan el antisemitismo, al permitir que sean escenario de manifestaciones y de crítica a las acciones bélicas de Netanyahu, lo que claramente constituye un atentado contra la autonomía universitaria y la libre expresión.

Lo sensato que ha debido hacerse desde 1948 es la creación de dos Estados: el de Israel y el de Palestina. Infortunadamente, las corrientes extremas sionistas que se han considerado acreedoras al territorio, y las árabes, también extremas, que niegan el derecho a la existencia del Estado de Israel, han impedido esta solución por la que hoy claman la mayoría de Estados en Naciones Unidas. Es tal el fanatismo de estos sectores, que llegaron a repudiar a sus líderes Yasser Arafat e Isaac Rabin, este último incluso asesinado, por haber firmado el acuerdo de Oslo en 1993 para la paz en el Oriente Medio.

Colombia no es ajena a la polarización, propiciada desde dos extremos del espectro político: el petrismo y el uribismo, con gran peligro para la democracia, las instituciones y el juego limpio en la política. El lenguaje de odio hacia los contrarios alienta el fanatismo y lleva a crímenes tan graves como el asesinato del precandidato presidencial Miguel Uribe.

En hechos recientes, la polarización se ha traducido en las diferentes reacciones a la sentencia de condena contra Álvaro Uribe Vélez por la comisión de dos delitos: soborno de testigos y fraude procesal. Mientras los uribistas argumentan que se trata de una persecución política, a lo cual se han sumado voces del Gobierno y el Congreso de Estados Unidos, los líderes izquierdistas han celebrado con bombo y platillos la sentencia. Una izquierda, que celebró con euforia la condena y encarcelación del expresidente por una juez, cuando el Tribunal Superior revocó la captura, arremetió de nuevo contra la administración de justicia, coincidiendo con las diatribas en contra de esta del presidente Petro, por decisiones que a su juicio han entorpecido su gestión, en lo que él ha llamado un “golpe blando” a su gobierno.

Esta actitud maniquea demuestra que el respeto a los fallos judiciales no forma parte de nuestra cultura política, sino que depende de si favorecen a una u otra de las orillas ideológicas. Todo esto empobrece nuestra democracia al desconocer, según conveniencia, la autonomía judicial y la separación de poderes. En este panorama brilla por su insensatez la propuesta del pastor Saade de que se permita la reelección de Petro y de Uribe, la cual, además de ser inconstitucional, busca acentuar la polarización y condenaría a Colombia a perpetuarse en la violencia.

La perversa polarización, contraria al debate civilizado, atenta contra la verdad, la justicia y la paz, a nivel internacional y en nuestro territorio.

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