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La vida entre rejas de las escritoras y lectoras voraces de la cárcel del Buen Pastor

En el centro de reclusión de mujeres más grande de Colombia, decenas de internas escriben diarios o historias fantásticas, y muchas otras devoran hasta una docena de libros al mes. En el país, el promedio anual de lectura no alcanza los cuatro libros

Karolina Henao recorre la biblioteca de la cárcel el Buen Pastor, en Bogotá, el 10 de marzo de 2025.

La primera vez que Dayana Burgos llamó a su hijo desde la cárcel, le dijo al niño, de nueve años, que estaba aislada en un castillo. “Fue lo primero que se me ocurrió”, explica la mujer de 37 años, desde la prisión del Buen Pastor en Bogotá. La mentira piadosa para calmar el dolor de Juan Pablo la convirtió en una escritora obsesionada con relatar su encierro a partir de personajes de cuentos que el pequeño pudiese identificar. “Escribía a oscuras en cuadernos que me regalaban sobre un castillo en el que habitaban princesas, brujas, dragonas y hasta zombies”, comenta entre risas la madre de ascendencia gitana, que tituló el libro de su encarcelamiento Entre brujas, sapos, princesas rebeldes y dragones. Un texto consignado en libretas escolares que guarda con recelo en un rincón de su celda.

La fantasía del escenario y los personajes eran una forma de describir la vida junto a otras personas privadas de la libertad, entre la custodia permanente de las dragoneantes, el ruido incesante de los patios y la poca intimidad de las celdas que encerraban los mundos de 1.735 mujeres. En ese “cementerio de los vivos”, como Burgos y muchas compañeras de reclusión llaman a la cárcel, las palabras se resisten a morir y, en un intento por reivindicar la existencia, aparece la literatura.

Diarios, cartas, poesías eróticas y novelas ambientadas en escenarios de libertad ideales representan gran parte de las letras garabateadas en los cuadernos donados al centro penitenciario para mujeres más antiguo de Colombia. Huellas escritas de vidas que, por errores, malas decisiones y hasta equivocaciones, terminan encerradas en habitáculos de tres metros cuadrados o menos. Desde fuera solo se vislumbran ventanas diminutas, atravesadas por barrotes, y ropa colgada que adorna las paredes que alguna vez fueron amarillas. En los espacios comunes hay un par de canchas de deporte, una capilla, varios talleres de confección, aulas educativas, un parque reservado para visitas de niños y patios a cielo abierto que dejan colar un aire que se percibe lejano.

Karolina Henao y Dayana Burgos, en uno de los patios del Buen Pastor.

En la monotonía impuesta, el arte es un consuelo. “Escribir es una forma desahogarse y conocerse”, asegura Burgos, mientras sostiene uno de sus cuadernos. En un año encerrada, suma casi tres repletos de palabras. Relatos de princesas rebeldes que por malas influencias llegaron a prisión, de brujas que atan sus esperanzas de libertad a conexiones con el más allá, de dragonas que vigilan un castillo que todas quieren abandonar. La mujer de rostro adolescente ha hecho del papel el testigo de su existencia dentro del Buen Pastor. “Las palabras me ayudan porque me muestran que, aunque no soy libre físicamente, mi mente sí lo es”, apunta la amante de El arte de la guerra de Sun Tzu. La lectora del patio cinco es apenas una de las 900 mujeres que cada mes visitan la biblioteca, un privilegio, pues solo 7 de los 127 centros carcelarios de Colombia cuentan con ella.

En esta cárcel, es habitual que decenas de mujeres lean más de 10 libros al mes. Una proeza en un país en el que los mayores de 18 años leen apenas 3,7 libros al año, según estimaciones de la Cámara Colombiana del Libro para 2023. “Los espacios y actividades culturales son uno de los pilares de la resocialización”, señala la ministra de Justicia, Ángela María Buitrago. Bajo esta premisa, desde finales de 2022 se ha puesto en marcha el plan cultura para la libertad, que alienta las expresiones artísticas en las cárceles. Según la ministra, el programa contempla impulsar el cine, los laboratorios de creación artística o los grupos musicales, además de recoger cientos de libros donados.

“Las palabras son una compañía y la biblioteca es un refugio”, comenta Karolina Henao, quien asegura haber leído 384 libros durante los seis años que lleva de condena. “Me gusta sumergirme en las historias y encontrar inspiración en ellas”, comenta la caleña, que ejercía como psicóloga antes de llegar al Buen Pastor. Entre sus pasiones, destaca los libros del turco Orhan Panuk y los de la británica Virginia Woolf. “Al faro es una de mis novelas favoritas”, declara. La lectura le ha servido para desarrollar su escritura, que ha volcado en tres libros durante su reclusión: La puerta azul. Memorias de una prisión, Más real que lo real y Éramos felices y no lo sabíamos, un texto en el que sigue trabajando y que relata la experiencia de vivir la pandemia de covid en la cárcel.

Manuscritos de Dayana Burgos en uno de sus cuadernos.

El pasado noviembre, durante una visita de la escritora Laura Restrepo, Henao compartió un poco de Más real que lo real con la autora bogotana. Es la historia de una mujer que imagina un romance idílico con un hombre que vio en una foto. “Le gustó lo que alcanzó a leer y me dijo que le enviara el manuscrito”, cuenta con una sonrisa. La mujer de 37 años le mandó el texto a sus hijas para que lo transcribieran en computador y lo enviaran al email que le dio la asistente de la escritora. “No sé si pase algo, pero me emociona mucho que ella pueda leerme”, asegura Henao, quien entrega sus horas a las letras, los dibujos y la música que logra interpretar en una guitarra destartalada que una dragoneante le dio un par de años atrás. Ella, al igual que la mayoría de las reclusas de El Buen Pastor, no quiere que la encasillen por la comisión de un delito. “Quienes estamos aquí cometimos errores o tomamos malas decisiones, pero somos mucho más que eso”, sentencia.

Otras mujeres recorren los pasillos de la biblioteca buscando remedios contra la soledad. Las guía María Fernanda Álvarez, que ejerce como bibliotecaria y se ocupa de promocionar los libros. En siete de los nueve patios que componen la cárcel hay mujeres encargadas de promover las actividades de la biblioteca y administrar los libros. “Leer es uno de los pasatiempos que más se tienen aquí”, resalta Álvarez. “Les gustan mucho las sagas, los libros eróticos, las historias de crímenes y las novelas románticas”, señala, revisando el registro de préstamos, una biblia gigante llena de nombres femeninos, textos y números de identificación carcelaria. “En febrero pidieron 224 libros solo en mi patio”, apunta la bibliotecaria del patio 3, recorriendo los pasillos de las estanterías.

Angie Buitrago junto a otras mujeres se reúnen en la biblioteca de la cárcel.

Bajo la coordinación de Angie Buitrago, funcionaria de la red distrital de bibliotecas, el centro penitenciario proyecta películas, hace talleres de escritura creativa y fomenta círculos de lectura. “Las actividades de la biblioteca les ayudan a explorar nuevos intereses y a explotar sus talentos”, resalta Buitrago, que conoce de sobra el potencial creativo de muchas de las mujeres, que aprovechan toda esa programación cultural.

De la mano de la creación y la psicología, Henao sueña con ayudar a otras reclusas. “Estoy trabajando en un proyecto que utiliza el arte como medio de sanación emocional. Se llama metamorfosis”, explica con los ojos iluminados. Pretende apoyar a quienes enfrentan duelos, autolesiones y adicciones. “Quiero utilizar la escritura creativa, la pintura y la música para que las mujeres se expresen y puedan sanar” señala quien ha superado cáncer de colón y cuello uterino en su tiempo en el centro penitenciario. Sueña con publicar sus libros y engrosar la lista de autores como Mariana Carolina Geel, Fédor Dostoeivsky o el mismísimo Miguel de Cervantes, que atravesaron su encierro. Aunque añora su libertad, ha dejado de vivir para contar los días que le quedan en la cárcel. Las fantasías de un futuro diferente ya no la dominan: “Debo intentar ser feliz hoy. La vida es aquí y ahora”.


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