La generación de colombianos que se van
La pérdida de la esperanza en el presente y el futuro del país es un rasgo común entre las generaciones más jóvenes a la hora de irse
En encuentros de amigos, reuniones familiares y espacios laborales, cada vez suena con mayor frecuencia la frase: “Estoy pensando en irme del país”. Mes a mes, los índices de migración y solicitud de asilo por parte de colombianos alcanzan números nunca antes vistos en su historia, mientras el país observa la partida masiva de una de sus generaciones más prometedoras.
Las ventanas de nuestras redes sociales no engañan. En ellas vemos más y más amigos y parientes viviendo nuevas vidas soñadas en países como Estados Unidos, España, México y Australia. Por supuesto, esos lugares lejanos y llamativos se ven infinitamente más interesantes que nuestra poco novedosa cotidianidad, por lo que más personas sienten el deseo de hacer lo que ya han hecho algunos de sus primos y compañeros de trabajo. Irse parece ser para muchos una forma de no resignarse a una realidad a la que le han perdido la fe.
Hace pocos días, un informe revelaba que las solicitudes de asilo de los colombianos el año pasado sumaron más que las de toda la década anterior. Los números son claros a la hora de mostrar una realidad que ha golpeado a todas las familias, círculos de amigos y empresas. Todos tenemos un conocido, amigo o familiar que ha decidido buscar un futuro de mejores oportunidades en el exterior. Y la tendencia indica que esa cantidad seguirá en crecimiento: recientes encuestas de firmas como Gallup reportan que al menos uno de cada tres connacionales ha considerado en el último año la posibilidad de irse del país y probar suerte en el exterior.
Según información de Migración Colombia, son cerca de 1.200 los ciudadanos que a diario dejan el país para no volver. La cifra anual estuvo cerca de llegar a los 500.000 en 2022 y 2023, y estamos por ver cuál es el número de colombianos que se fueron en 2024. Las nuevas generaciones tienen varias motivaciones para irse para siempre de Colombia, entre ellas la búsqueda de condiciones de paz y estabilidad, y de mejores oportunidades económicas para construir un futuro próspero.
Está claro que los giros políticos tienen una relación directa con ese fenómeno, pero más allá de los gobiernos de turno y las posturas ideológicas de quienes se van, la pérdida de la esperanza en el presente y el futuro de Colombia es un rasgo común entre las generaciones más jóvenes a la hora de irse. Todo esto se ha visto incentivado, además, por el levantamiento de las medidas que restringieron la movilidad en los años de la pandemia y por la eliminación de visas como la de la Unión Europea y la del Reino Unido. Esta última acaba de ser restituida ante la alarmante cantidad de solicitudes de asilo por parte de colombianos que en muchos casos buscaban beneficiarse de ese mecanismo sin cumplir las condiciones.
Este fenómeno merece toda la atención de los dirigentes y tomadores de decisiones de distintos sectores. De fondo, las nuevas generaciones son algunas de las más educadas entre todas las que han vivido en el país, pero también las que menos certeza tienen sobre su futuro. Atrás quedaron los tiempos en que un oficio o una profesión podían garantizar una vida próspera para una familia, representada por las posibilidades de adquirir una vivienda propia y pagar una educación de calidad para los hijos, por solo citar dos clásicos ejemplos. Y entre las principales motivaciones para la migración masiva de colombianos está la falta de condiciones que ofrezcan un futuro prometedor, en un mercado laboral en que los sueldos en casi todos los campos ―sobre todo para los más jóvenes― dejan mucho por desear. Nuestros padres y abuelos sabían que el trabajo duro traería sus frutos, pero la realidad que enfrentan los jóvenes genera serias dudas sobre si las décadas de esfuerzo se traducirán a un destino de tranquilidad y oportunidades.
La única respuesta sostenible para evitar que esta generación siga abandonando el país en una de sus horas más cruciales es devolverle esperanza sobre su futuro. Eso requiere que desde el sector privado se entienda la magnitud de este fenómeno y la forma en que la fuga de cientos de miles de talentos afectará de manera creciente la productividad del país, y se comiencen a promover especialmente los planes de creación de carreras con proyección hacia el futuro. A su vez, desde el sector público la tarea más urgente tendrá que ser la creación de programas estructurales que ofrezcan mejores herramientas para la creación de empleos con condiciones favorables para jóvenes.
Solo el trabajo conjunto entre los sectores público y privado logrará devolverle la esperanza a la generación que se va y evitará la catástrofe social a la cual puede conducir la partida masiva de ciudadanos, capaz de cambiar para siempre la composición demográfica del país.
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