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Gustavo Petro
Columna
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¿Hay que tragarse el sapo?

Los acuerdos implican que no solo el que los impulsa se imponga con sus ideas. No hay consensos a la fuerza, ni pactos regidos por la disciplina para perros

Gustavo Petro presidente de Colombia durante una concentración en la Plaza Bolívar de Bogotá (Colombia). El 19 de septiembre 2024.
Gustavo Petro presidente de Colombia durante una concentración en la Plaza Bolívar de Bogotá (Colombia). El 19 de septiembre 2024.Mauricio Dueñas Castañeda (EFE)

Solo usted sabe y siente, en su corazón, si Dios existe y cuál es el creador verdadero. No vamos a discutirlo. Se ha hecho ya millones de veces en la historia de la humanidad y con el resultado de esos debates podríamos llenar de sangre tres o cuatro veces la fosa de las Marianas. Pensemos, si le parece (al menos en terrenos del pasado judeocristiano), que Jesús existió como ser humano maravilloso. La divinidad, repito, no viene al caso.

Un buen día, Jesús respondió a sus discípulos una inquietud: ¿quién es el mayor, el más grande en el reino de los cielos? ¡Cielos, qué pregunta! Jesús dio la famosa explicación de que solo quienes cambian, y son como niños, entran al paraíso. Es el mismo día en que les recordó que cuando dos o tres estén reunidos en su nombre, él estará con ellos. También les aseguró que lo atado en la tierra estará atado en las alturas, a manera de explicar con sencillez la importancia de un acuerdo.

El presidente Gustavo Petro, que alega de forma vehemente no ser antisemita, seguro que ha leído este pasaje con las palabras del preclaro judío cuyas enseñanzas siguen hoy millones de personas. Tal vez por ello su insistencia, en reciente alocución, al llamado a un diálogo para lograr los cambios que el país necesita. Textualmente dijo: “Prefiero la última opción y por eso he convocado hace dos años a un acuerdo nacional”.

Nadie pude negar que el presidente ha pasado meses insistiendo en el acuerdo nacional, pero tal vez el tiempo que ha dedicado a repasar las escrituras no le ha permitido consultar otras fuentes, verbigracia, el diccionario de la lengua española, donde cualquiera puede entender lo que es un acuerdo.

Se trata de un convenio entre dos o más partes. Partes de variados tipos, porque si uno solo puede llegar a acuerdos con subversivos, narcotraficantes, violadores de menores, secuestradores, extorsionistas, cuatreros, traficantes de seres humanos y explotadores ilegales de oro, entonces estaríamos frente a una especie de eunuco del consenso. Acordar, por si alguien no se “acuerda”, es determinar o resolver algo con un pacto o por mayoría de votos.

La mayoría de votos, precisemos, no da derecho a que una parte o persona haga lo que se le venga en gana. Tal vez en las cavernas o en las hordas, pero no en las democracias. Los acuerdos pueden tener muchas formas, menos la del embudo, porque los embudos son sumamente incómodos, sobre todo si quien tiene el poder les introduce a los demás la parte delgada y cilíndrica del adminículo precisamente en aquellas cuatro últimas letras.

El presidente es un hombre abierto a escuchar a los demás, pero también proclive a que las ideas ajenas se estrellen contra la coraza que recubre su manera de entender el mundo. Pide un acuerdo, entendiendo por acuerdo que se acepte a pie juntillas lo que él propone.

Si los acuerdos consisten en tragar entero, seguirá Petro sufriendo de esa indigestión que deriva de apetititos insaciables. ¿Han visto esos videos de sapos con ojos saltones que tragan presas enormes, incluso congéneres, hasta asfixiarse y morir? El poder es así. Y no estamos obligados los colombianos a tragarnos el sapo de la imposición.

El petrismo pone al país a gastar energías en conversaciones y diálogos, pero, en últimas, lleva al Congreso reformas que no reflejan consensos de fondo. A eso los entendidos en cultura popular lo llaman “dar contentillo” o “dar caramelo”. Caramelo bastante amargo, por demás. Proteja la Providencia al ministro Juan Fernando Cristo, encargado de cristalizar alianzas de porcelana que se rompen al primer golpe del lápiz de Petro sobre el atril de las alocuciones.

Tal vez el único Petro que llegue a un acuerdo valioso sea Nicolás. Uno con la Fiscalía, entidad que pareciera dispuesta a fluir por el angosto canal del embudo para complacer al padre del delfín criado sin padre.

***

Retaguardia. Los congresistas de la U, el partido Conservador y el Liberal no resistieron la tentación de apoyar la candidatura a procurador de Gregorio Eljach, amigo y escudero. Claro que se puede votar por el generoso Gregorio, pero han debido, por decoro, ahorrarse el espectáculo grotesco de exhibir las agallas antes de tiempo. No esperaron la llegada de los papeles de los candidatos al Congreso, ni se molestaron en oírlos. Aunque si Petro, ícono de la izquierda, votó para procurador por ese Alejandro Ordóñez que flotaba en azul de metileno, ¡qué se puede esperar de nuestros siempre bien aceitados congresistas!

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