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Tejer a pesar de la guerra: Colombia consolida su liderazgo regional en la moda

Ante la inauguración de Colombiamoda 2024, expertos hablan con EL PAÍS sobre cómo una apuesta de diseño acertada, con el apoyo institucional en el momento perfecto, logró posicionar la moda colombiana en el mercado internacional

colombiamoda 2024
Modelos caminan en la pasarela de Colombiamoda 2023, en Medellín (Colombia).Oscar Garces (Getty Images)

Era 1999, y las secuelas del régimen del terror que había dejado Pablo Escobar en Colombia perduraban casi seis años después de su muerte. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos presentaba su tercer informe sobre la gravísima situación de los derechos humanos en el país: secuestros, masacres, desapariciones, entre otros crímenes. Colombia era para entonces un país sumido en el ostracismo, una tierra del miedo. En medio de ese contexto, un evento cultural inesperado llamó la atención de todo el país: una pasarela de moda.

Inexmoda, un instituto creado en Medellín en 1988 para promover la exportación y la moda colombiana, quiso invitar a la pasarela Colombiamoda 2000 al afamado diseñador Óscar de la Renta. No se trataba de traerlo con el fin de hacer negocios, para ese entonces los mercados latinoamericanos no contaban con grandes boutiques. La llegada del gran creador dominicano a Colombia obedecía a otra misión más elevada: darle un espaldarazo de confianza, y de visibilización, a la moda colombiana y a su vocación textilera. Era mostrar que Colombia era más que el centro del crimen. Ante la inauguración de Colombiamoda 2024, este martes, varios expertos hablan con EL PAÍS sobre cómo una apuesta acertada desde ese año, con el apoyo institucional en el momento perfecto, fue la que logró posicionar la moda colombiana en el mercado internacional—a pesar del conflicto armado.

El diseñador dominicano Óscar de la Renta, en Colombia, en 2009.
El diseñador dominicano Óscar de la Renta, en Colombia, en 2009.Gal Schweizer (Getty Images)

“La moda en Colombia también ha sido un vehículo para soñar”, asegura Julián Posada, consultor de moda, columnista, y quien fue testigo en primera persona de estos eventos. “Desde Inexmoda, liderada en ese entonces por Roque Ospina y Alicia Mejía, había una convicción muy clara: no desconocemos la violencia que nos afecta profundamente, pero tenemos que seguir soñando y resistiendo. En Colombia ha habido un ejercicio alrededor de la creación de moda, y en torno a ella de construcción de ciudadanía, un ejercicio político que se ha parado en un pilar muy claro: señores, ustedes pueden matarnos, pero nosotros vamos a seguir soñando”

William Cruz Bermeo, historiador y académico de la Universidad Pontificia Bolivariana, concuerda con el lugar simbólico que tenía la moda durante uno de los años más violentos del país: “Desde el punto de vista social se ha presentado como una manifestación de resiliencia frente a las circunstancias. Ha sido también una especie de espejo, una forma de representación, de manifestación política de las ideas, comparable con cualquier otra estructura plástica, como el arte o la literatura, que permite hablar de las cosas que nos pasan”. En ese mismo 1999, en novelas masivas y exitosas como Betty, la fea, la figura del diseñador y la creación de colecciones de moda hacían parte ya de un imaginario colectivo como país.

En colecciones y marejadas de ropa también se ha narrado a un país en todas sus vicisitudes, como lo hizo, por ejemplo, la colección de 2018 de la marca Alado en donde se puso sobre la pasarela, en palabras de la periodista Rocío Arias Hoffman, “una colección para comprender el profundo impacto que causa ser obligado a abandonar la tierra propia y quedarse literalmente con lo que se puede cargar sobre la espalda: un colchón, algunos bultos, sombreros, algunos recuerdos familiares. Los desplazados de Alado nos comparten sin victimismo un drama que, en manos de los diseñadores colombianos, honra a quienes hacen de su dignidad una portentosa indumentaria”.

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Justamente, ese lugar central que ha ocupado la moda para Colombia, -esa posibilidad de diseminar su historia convulsa también en clave de ser un país creativo, con historias que velan aún por ser narradas, ser creador de siluetas, fundador de marcas internacionales, exportador de estilos que han bautizado un halo latino ante el mundo, como ocurrió con el Caribbean Chic, le ha permitido al país ganar un lugar prioritario en la región.

¿Cómo cosió Colombia su prominencia en la moda?

Ese liderazgo del que goza el país en materia de moda y confección, está lejos de ser una autonarrativa celebratoria. La evidencia está por todos lados. La diseñadora caleña, Johanna Ortiz, de las primeras latinas en vender en la plataforma de lujo global Moda Operandi, acaba de anunciar la apertura de su boutique en Madison Avenue, en Nueva York. Manuela Álvarez, bogotana y unas de las líderes de la vanguardia en materia de diseño, habló recientemente ante la ONU como emblema de su modelo de sostenibilidad y de trabajo con comunidades artesanales. María Elena Villamil, caleña, recibió el año pasado, entre miles de candidatos, el reconocimiento del Pitch, del Latin American Fashion Summit (LAFS), uno de los eventos más determinantes de la moda regional en su contacto con retailers internacionales. Agustín Nicolás Rivero, con su marca A New Cross ganó en 2021 el concurso Fashion Trust Arabia. La lista es de no acabar. Los reconocimientos para los diseñadores colombianos vienen desde muchos lugares, pero sobre todo desde el mercado internacional que hace más o menos una década lo viene posicionando como uno de sus favoritos.

La diseñadora colombiana Manuela Álvarez en la ONU, el 3 de junio de 2024.
La diseñadora colombiana Manuela Álvarez en la ONU, el 3 de junio de 2024.Cortesía

“Yo si le atribuyo a Colombia ser un parteaguas de la moda de la región. Ahí se cosió un factor muy importante con tres diseñadores: Esteban Cortázar, Silvia Tcherassi y Johanna Ortiz, cuando se internacionalizaron haciendo algo muy único, mirando el legado de su propia cultura. Gracias a ellos, muchos compradores y retailers empezaron a poner su mirada en Latinoamérica. Cuando Lauren Santodomingo le abrió las puertas de Moda Operandi a Johanna Ortiz con sus vestidos de boleros y su Tulum Top, no me decían cuéntame de Colombia, me decían veo que algo muy interesante está pasando en Latinoamérica”, explica la mexicana Samantha Tams, cofundadora del LAFS, una de las plataformas esenciales para internacionalización de la moda latina.

Tams ve esta relevancia del diseño colombiano, no solo como un fruto del gran talento de sus diseñadores, se lo atribuye también a una estrategia de país: “Lo que siempre le he alabado a Colombia, es que sus organizaciones gubernamentales han sabido capitalizar el talento de su industria creativa. Hay un apoyo con organizaciones de trayectoria muy seria como Inexmoda, que tiene 30 años, la Cámara de Comercio de Bogotá, Procolombia, que destinan fondos del Gobierno para impulsar la moda de una manera organizada y con estrategia para que aprovechen las oportunidades en mercados más amplios”.

La madurez institucional, también ha sido acompañada por una longeva tradición de formación y educación en moda. “Sí, Colombia tiene una tradición del sector textil y confección y a pesar de los vaivenes sociales y sin importar la corriente ideológica de los gobiernos, este sector se ha cuidado para que pueda seguir siendo próspero. Pero luego está la educación en moda que ha sido fundamental. Somos uno de los países de la región con las escuelas más longevas en formación en torno al sector. Más de 60 años tiene la escuela más antigua y ni hablar de la cantidad de programas en todos los niveles que podemos encontrar, haciendo que nuestros diseñadores, costureros, productores y demás profesiones asociadas a la moda tengan un nivel de formación que nos permite tener un sector medianamente engranado que se manifiesta robusto y apetecido”, explica por su parte Carolina Agudelo, académica y experta en cultura material quien pone sobre la mesa otro elemento fundamental para que la moda colombiana ganara una impronta propia: su trabajo estrecho con la artesanía.

La temprana apuesta por mirar hacia adentro

El pasado 18 de junio, la diseñadora Johanna Ortiz anunciaba la apertura de su primera tienda propia en 799 Madison Avenue, Nueva York. Sus colecciones inspiradas en los ríos de su Cali, en el Pacífico, los prints de palmeras y los juego con fibras naturales y mochilas dejaban en evidencia que el resort, los aires latinos y lo artesanal se toman con contundencia el mundo de la moda global. Pero aunque para las generaciones más recientes, esta diseñadora haya dado el gran vuelco de tuerca en materia de moda colombiana, los expertos la ven, en realidad, como la materializadora excelsa de una revolución profunda que por décadas se ha gestado al interior de la moda en Colombia: una indagación por sus propias referencias, por sus acervos.

“La moda y lo artesanal crearon en Colombia un engranaje temprano y adelantado a su tiempo. Los documentos más antiguos nos muestran que este diálogo se está construyendo desde 1974″, asegura el historiador William Cruz Bermeo. Uno de los momentos cúlmen de este entramado se da en 2004, cuando Medellín y Milán fueron declaradas ciudades hermanas y en la semana de la moda de Milán se llevó a cabo la pasarela Identidad Colombia, que le mostró al mundo lo que pasaba cuando artesanos y diseñadores se unían.

“Hubo una muy provechosa coincidencia de tres mujeres poderosas, Cecilia Duque, en Artesanías de Colombia; Lina Moreno de Uribe, primera dama y esposa del entonces presidente Álvaro Uribe y Alicia Mejía, en Inexmoda, que decidieron juntarse para trabajar en crear puentes entre los diseñadores y todo ese legado artesanal que tenía el país para exponerlo ante el mundo”, recuenta el consultor Julián Posada quien asegura que estos vínculos tempranos entre estos dos mundos, mucho antes de que fueran siquiera narrados como objetivos de sostenibilidad de las Naciones Unidas, permitió enriquecer profundamente el discurso de la moda nacional.

“Colombia al ser un país rural tiene en sus oficios, haceres y saberes artesanales concentrada la cultura material identitaria que nutre no solo la moda, también el diseño, la arquitectura, la gastronomía y la agricultura”, explica por su parte Carolina Agudelo. “La pasarela Identidad Colombia, que cumple 20 años, posicionó el discurso de la identidad, del valor de lo propio y de la artesanía al servicio del vestir. Desde esto, son muchos los relatos, las alianzas y las iniciativas que han hilado estos diálogos que dispone a Colombia como uno de los países latinoamericanos con una de las trayectorias más interesantes en cuanto a la artesanía y la moda”.

La diseñadora Manuela Álvarez, invitada recientemente por el United Nations Conscious Fashion and Lifestyle Network, plataforma de la ONU para fomentar la colaboración y el compromiso de la industria de la moda con los ODS, asegura que su marca que tiene 11 años, lleva 9 apostando por trabajar con las comunidades artesanales. “Yo encontré mi voz como diseñadora colombiana en la exploración del tema artesanal y social. Desde muy temprano, tras participar en la iniciativa Maestros Ancestrales de la Revista Fucsia, la marca MAZ se vuelca a trabajar con comunidades vulnerables, mujeres, reinsertados, y nos concentramos en cumplir con el objetivo de impacto social ético y cultural”, explica Álvarez quien añade que hoy el 90% de sus bases textiles son hechas por manos artesanas, en telares verticales o horizontales o tejidos como el crochet, dos agujas y máquina manual.

Pero Álvarez no ve esta apuesta como una iniciativa exclusiva suya, la ve más bien como un ejercicio que define a diseñadores de su generación como A New Cross o Laura Laurens que se han acompañado en tejer una vanguardia que es disidente de ese tropicalismo que pareció devorarse todo y que más bien, entre las montañas y las capas sobre capas, descubrió la riqueza de las técnicas que habían habitado siempre el país.

Sin embargo, y a pesar de este arraigado vínculo entre artesanía y moda, los expertos abogan por tener más presente a los artesanos y las artesanas en estos ejercicios, por hacer trabajos verdaderamente sostenibles en el tiempo, por hacer más inmersiones en territorio, por seguir construyendo desde el cuidado proyectos colectivos que lleven a la preservación de estos oficios y saberes, a ver al diseñador más bien como aprendiz, un par, un mediador y a seguir buscando que la educación en oficios sea eje del desarrollo de ciertas regiones. Como lo concluye el joven artista visual y periodista de moda Christian Baena: “Lo importante es que las marcas de moda colombiana sigan entendiendo lo que representan culturalmente, esa carga social y psicológica que se construye en la ropa, que vean cómo las puestas en escena, las historias que se retratan en las revistas y las colecciones son prendas vivas y más que prendas, son seres con la historia de un país que duele, pero sigue sonriendo, que sigue intentado cruzar la orilla”.

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