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El dolor que atraviesa el Chocó por los muertos rescatados de la tierra

Astrith, Diego, Nelson, Karen y los Andrade Asprilla son algunas de las 39 personas fallecidas tras un derrumbe en la vía Quibdó-Medellín. Las familias comparten recuerdos sobre quiénes eran y sus despedidas fúnebres

Familiares se abrazan durante la velación en el Coliseo Las Margaritas en Quibdó (Colombia), este lunes.
Familiares se abrazan durante la velación en el Coliseo Las Margaritas en Quibdó (Colombia), este lunes.Nastassia Kantorowicz Torres
Lucas Reynoso

El Chocó, en el noroeste de Colombia, atraviesa el dolor por un derrumbe de tierra que acabó con la vida de 39 personas y dejó por lo menos cuatro aún desaparecidas. Mientras se mantienen las operaciones de rescate en la vía Quibdó-Medellín, los familiares y amigos de los fallecidos ya identificados han comenzado a recibir los cuerpos. Honran a sus seres queridos en despedidas fúnebres que incluyen lágrimas y llantos, pero también canciones, risas y sonrisas por los recuerdos felices.

Los fallecidos eran, en su mayoría, viajeros que iban de Quibdó a Medellín. Incluían chocoanos de varias partes del departamento y algunos antioqueños. Eran niños, jóvenes adultos y pensionados. A continuación, cinco historias reflejan la diversidad de víctimas y duelos. Familiares y amigos comparten quiénes eran Astrith, Diego, Nelson, Karen y la familia Andrade-Asprilla.

Astrith Johana Osorio, la comerciante “de pueblo” y mamá de Juan Pablo

Astrith Johana Osorio era una comerciante de 26 años de Quibdó. Vendía productos alimenticios a las tiendas de la capital chocoana, donde todo el mundo la conocía, según cuenta Omaira Pérez, su mejor amiga. “En mi tienda no me pagaba ni una cerveza. Llegaba, se las tomaba y se iba”, cuenta Omaira entre risas. Enfatiza en las “locuras” que hacía su mejor amiga y recuerda las noches que pasaban en la discoteca Ciguapa. “Uno en Quibdó escucha mucho que alguien es pueblo. Y ella lo era, porque todo el mundo la conocía”.

Astrith Johana Osorio (izquierda) con su mejor amiga, Omaira Pérez.
Astrith Johana Osorio (izquierda) con su mejor amiga, Omaira Pérez.Archivo familiar

Algo similar rememora Ricardo Arroyave, la pareja de Astrith. La conoció hace dos años en la tienda de Omaira y se enamoró instantáneamente. Tanto él como Omaira participaron de una misa que se realizó el domingo por la tarde en el sitio del derrumbe, en conmemoración de los fallecidos. Ríen por momentos y lloran por otros cuando cuentan los buenos momentos que tuvieron con Astrith.

La comerciante “de pueblo” viajaba de Quibdó a San Carlos (Antioquia) para buscar a su hijo de cinco años. Juan Pablo había pasado sus vacaciones con su padre y Astrith no quería pasar un día más sin verlo. “Estaba desesperada por ver a su hijo de nuevo”, dice Omaira, quien le insistió en que la esperara unos días para viajar juntas.

Omaira y su hija, junto a Ricardo Arroyave durante la misa conmemoración a las víctimas del derrumbe.
Omaira y su hija, junto a Ricardo Arroyave durante la misa conmemoración a las víctimas del derrumbe.Nastassia Kantorowicz Torres

Astrith se resguardaba de la lluvia en una casa cuando sucedió el derrumbe. Su cuerpo fue identificado por el tatuaje que tenía del pie de Juan Pablo.

Diego David Estrada Sánchez, el papá que organizaba todos los viajes

Diego David Estrada Sánchez, de 41 años, era conductor de una empresa que realiza servicios particulares entre Medellín y Quibdó. A diferencia de la mayoría de las víctimas, era antioqueño y falleció cuando regresaba a casa. Mónica Gómez, su esposa, cuenta que lo conoció hace 17 años y que tuvieron dos hijos, Miguel Ángel y Salomé. Recuerda que a su esposo le gustaba andar en bicicleta y que no podía vivir sin comer arroz, al que llamaba “nieve” por el color blanco.

Diego David Estrada Sánchez en su auto.
Diego David Estrada Sánchez en su auto.Archivo familiar

Al medellinense le gustaba agarrar su carro e irse en viajes muy improvisados ―se impacientaba de que los demás no supieran empacar rápido―. En diciembre, organizó unas vacaciones en el Caribe: Cartagena, Barranquilla, Santa Marta y Valledupar para celebrar la primera comunión de Salomé. Miguel Ángel, de 14 años, cuenta que mientras se bañaban en el río Guatapurí vivió uno de los momentos que más recordará de su padre. “Yo lo abracé en un momento y le dije que lo quería mucho. Y me respondió que por nosotros se haría matar”, comenta.

Una decena de familiares de Diego estuvieron todo el fin de semana en el sitio del derrumbe. El conductor era una de las víctimas que todavía estaban desaparecidas. Miguel dice que llegó ya sin fe de encontrar a su papá con vida, pero que su madre y otros familiares mantenían la ilusión. El domingo, tras horas bajo el sol, decidió resguardarse en el carro de la familia para aprovechar el aire acondicionado. Cuando terminaba la misa, su tía apareció llorando. “Me imaginé, ya sabía lo que iba a pasar”, afirma. Segundos después, su primo le dijo que era mejor que él y Mónica no fueran a reconocer el cuerpo, que mejor conservaran un recuerdo bonito de Diego.

La familia de Diego David Estrada. Miguel, su hijo, y Mónica, su esposa, juntos del lado izquierdo de la imagen.
La familia de Diego David Estrada. Miguel, su hijo, y Mónica, su esposa, juntos del lado izquierdo de la imagen.Nastassia Kantorowicz Torres

Erlindo Nelson Quiroz Ríos, el mejor conductor de camiones

Erlindo Nelson Quiroz Ríos trabajaba desde hace 12 años como conductor de camiones de la empresa de refrigerados y congelados Fríos del San Juan. Sus compañeros lo homenajearon tras la misa del domingo tocando las cornetas de sus camiones. “Eso se hace para honrar a las personas que perdieron la vida, para decirles que están en nuestros corazones”, explica Leymak Mosquera Córdoba, un compañero. El lunes, los empleados de la empresa colmaron un velorio en la funeraria La Costa, de Quibdó. Una corona de flores decía Mala Cara, la forma en la que lo apodaban por siempre tener un rostro muy serio.

Leymak cuenta que solo sufrió así cuando se murió su madre, hace unos años. “No era un compañero, era un hermano. No lo superaré nunca”, asegura. Nelson lo acogió cuando entró en la empresa hace siete años, le dio consejos y se convirtió en una especie de profesor en la conducción de camiones. Juntos se divertían compitiendo. “El carro mío va a quedar mejor lavado que el tuyo”, se burlaban mutuamente cuando lavaban los vehículos. “Vamos a ver a quién no le hacen los goles hoy”, decían antes de los partidos de fútbol en los que ambos eran porteros.

El padre de Erlindo Nelson Quiroz Ríos llora durante su velorio.
El padre de Erlindo Nelson Quiroz Ríos llora durante su velorio.Nastassia Kantorowicz Torres

Dora Arboleda, la esposa de Nelson, está a unos metros de Leymak durante el velorio. Cuenta que su marido veía fútbol todo el día y que era un fanático de Nacional de Medellín, uno de los principales clubes de fútbol de Colombia. También dice que era muy creyente y que una de las actividades que hacían juntos era irse en moto los domingos a prenderle una veladora a la Virgen del Carmen, patrona de los conductores.

El lunes, el cuerpo de Nelson fue uno de los primeros en llegar a Quibdó. Sus hermanas organizaron el traslado desde Medellín, ciudad en la que viven y donde se procesaron los cuerpos debido a la limitada capacidad de la morgue de Quibdó.

Nelson Quiroz Ríos (izquierda) con su amigo, Leymak Mosquera.
Nelson Quiroz Ríos (izquierda) con su amigo, Leymak Mosquera.Archivo familiar

Karen Yulissa Garcés Mena, mamá de Juan José y José Miguel

Karen Yulissa Garcés Mena trabajaba como encargada de seguridad y salud laboral en una empresa de Quibdó. Tenía 33 años y había regresado a su ciudad natal hace tres años, después de más de una década en Medellín. Era la madre de Juan José y José Miguel, dos gemelos de tres años a los que se refería como “mi combo” o “mis pulgos”. Viajaba a Medellín a encontrarse con su pareja y comprarles a sus hijos algunos útiles que necesitan en la guardería a la que asisten. No quiso llevar a los niños por tierra. En avión era demasiado caro.

Karen Yulissa Garcés Mena (derecha), durante un viaje a Panamá con sus amigas, tres semanas antes del derrumbe.
Karen Yulissa Garcés Mena (derecha), durante un viaje a Panamá con sus amigas, tres semanas antes del derrumbe.Archivo familiar

Los familiares cuentan durante el velorio de Karen que ella era feliz con Ginna, una prima que era su mejor amiga. Trabajaban en la misma empresa y, cuando se aburrían, se iban a pasear a los centros comerciales o a tomar helado. También salían mucho de fiesta. “Le decíamos Karen Jlao, que es una discoteca que está tanto en Quibdó como en Medellín. Ella se mantenía ahí, en ambas ciudades”, relata Ginna.

En el velorio, un grupo de amigas de Karen la conmemoran con el recuerdo de un viaje que hicieron a Panamá hace unas semanas. “Cuando se juntan las del tercer piso [de entre 30 y 40 años de edad] con doña ‘sí a todo’ y doña ‘vida solo hay una”, se lee en unas camisetas blancas. “La idea era que teníamos que decir que sí a todas las fiestas que aparecieran y que vida solo hay una porque, justamente, pasan cosas como esta”, señala Ginna.

Unos metros más cerca de la caja fúnebre está María Elena Parra, a quien Karen se refería como su “tía mamá” porque ella la había criado. “Los gemelos empezaron a aceptar ayer temprano que mamita está en el cielo. Pero en la noche, cambiaron y se ponen bravos con el tema: ‘No, no, mi mamá no está en el cielo. Mi mamá ahora viene’, dijo uno de ellos”, relata.

Los Andrade Asprilla, la familia de docentes

Hay cuatro cajas fúnebres en el velorio de la casa familiar de los Andrade Asprilla. Ana Victoria y Eileen Marcela eran dos hermanas de Quibdó, que hace años trabajaban como docentes en Antioquia. Hebssy Daniela y Yeilen Daniel eran sus hijos, respectivamente. Los cuatro viajaban tras haber pasado las fiestas decembrinas en Quibdó. Pese a la muerte de sus padres hace unos años, las hermanas venían a visitar al hermano que quedaba en la casa.

Julia Asprilla Sánchez, tía de la las hermanas Andrade Asprilla, en su velorio.
Julia Asprilla Sánchez, tía de la las hermanas Andrade Asprilla, en su velorio.Nastassia Kantorowicz Torres

Hay una multitud de personas en la acera. “El Barrio Jardín vela a sus hijos”, se lee en un cartel que también incluye a Jhon Jairo Murillo, un hermano de crianza que ofrecía servicios de transporte y que llevaba a la familia hasta Medellín. Hay un ambiente de celebración de la vida, con una sopa de queso que se cocina para todos y la reproducción a todo volumen de Amigo, de Tito Rojas. “Nos volveremos a ver”, se escucha una y otra vez en la canción del salero. El perro de la familia se pasea pese a las numerosas lastimaduras que sufrió en el derrumbe. “Nos alegró mucho que lo encontraran porque es como una parte de las cuatro personas que murieron”, dice Julia Asprilla Sánchez, tía de las hermanas.

Tanto Ana Victoria como Marcela eran conocidas por siempre llenar su casa cuando estaban en Quibdó. Organizaban tardes de bingo, cartas y unas fiestas en las que cada invitado debía traer un licor distinto. Hebssy Daniela, de 11 años, amaba los juegos del celular con el que pasaba gran parte de su tiempo libre. Yeilen Daniel, de casi dos años, adoraba un carrito que le regalaron y que está encima de su caja fúnebre.

Julia Asprilla Sánchez (centro) con las hermanas Andrade Asprilla, Marcela (izquierda) y Ana Victoria (derecha), y la hija de esta última, Hebssy.
Julia Asprilla Sánchez (centro) con las hermanas Andrade Asprilla, Marcela (izquierda) y Ana Victoria (derecha), y la hija de esta última, Hebssy.Archivo Familiar

“Yo no lloro. Soy creyente y ya asimilé que la separación corporal es un ‘hasta pronto’. Hay que aceptar que se cumplió su ciclo”, comenta Julia, que tiene 64 años y también fue maestra.

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Sobre la firma

Lucas Reynoso
Es periodista de EL PAÍS en la redacción de Bogotá.

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