La remota posibilidad de sacar un Icfes perfecto y cómo un joven de Buenaventura pudo lograrlo
Por primera vez un estudiante del puerto obtuvo la máxima puntuación en las pruebas del Estado, apoyado en Youtube y en otras redes sociales
En la casa de Diego Fernando Castaño se percibe un ambiente de festejo, como de familia que se acaba de ganar la lotería. No están equivocados. Este año solo dos estudiantes de último año de secundaria, de los 632.640 que se presentaron en toda Colombia, obtuvieron los 500 puntos totales. Tres números que se juntaron, como en una ruleta, e hicieron que con ellos también girara la rueda de sus destinos.
Las puertas que antes estaban cerradas, de repente se abrieron. A partir del 4 de noviembre, cuando se publicaron los resultados de las pruebas Saber 11 —usualmente conocidas como Icfes—, con las que el Estado mide la calidad de la educación y de las que en gran medida depende que los jóvenes puedan estudiar una carrera universitaria, a Diego le empezaron a llover ofertas que creía impensables: lo invitaron a dar charlas, le enviaron un computador de regalo, lo contactaron funcionarios de la Alcaldía y los rectores de las mejores universidades del país se disputaron su atención con ofrecimientos de becas completas.
Winny dejó de ejercer sus funciones de hermana mayor para convertirse en una especie de mánager que le ha ayudado a gestionar citas y viajes, además de encuentros con periodistas que quieren contar cómo un joven que vive en una de las regiones más pobres y con mayores índices de violencia del país logró llegar a la cúspide de los bachilleres. Los vecinos lo felicitan por su proeza. Se acercan a abrazarlo, a tocarlo; es de carne y hueso. Es el mismo chico que hace unos meses esperaba allí, en la esquina, un ‘motorratón’ —una moto que hace las veces de taxi— para que lo llevara al colegio.
El cambio de vida es “un tanto abrumador”, dice Diego. “No me quiero resbalar. Siento presión y quiero seguir siendo un joven normal, ir a la universidad, dedicarme a trabajar por mis sueños”. Aunque en su colegio, la Institución Educativa de Termarit —inicialmente creada para alfabetizar a los trabajadores de la terminal marítima— siempre fue conocido como un muy buen estudiante, que solía ocupar los primeros puestos y que no dio problemas, busca alejarse de la imagen de muchacho perfecto. Cuenta que tenía sus amigos, “conversaba, hablaba, corría... al fin y al cabo un joven común y corriente, que podía fallar en un examen, al que en una exposición le podían llamar la atención, que podía cometer errores tranquilamente”.
Diego, de hecho, no logró un Icfes perfecto a la primera oportunidad. Ya lo había presentado en el 2021, cuando sacó 340 puntos. Fue el mejor puntaje de su colegio y estuvo muy por encima de los 219 puntos del promedio bonaverense y de los 250 que ese año fue la media nacional. Sin embargo, no le alcanzó para ingresar a Medicina en la Universidad del Valle, donde quería estudiar. Como no contaba con los recursos para ingresar a una universidad privada, donde esa carrera puede llegar a costar hasta 100.000 dólares, decidió tomarse un año para prepararse y volver a presentar el examen, esta vez como independiente; ya no podía inscribirse a nombre del colegio. Era su futuro el que estaba en juego, y se definiría en dos sesiones de cuatro horas y media. Pendía de aquellas 279 preguntas.
Para mejorar el resultado diseñó una rigurosa rutina de estudio. Se levantaba temprano y algunos días iba a entrenar al gimnasio. A las ocho ya estaba de regreso y dedicaba el resto de la mañana a prepararse. Cada día un tema, basado en las guías que publica el Icfes. Primero hacía una sesión teórica y luego venía una parte práctica en la que respondía preguntas para irse entrenando en el manejo de la presión y del tiempo.
Hacia el mediodía almorzaba y se alistaba para sus clases de Enfermería, programa al que se había matriculado ante la posibilidad de no poder cumplir su sueño de convertirse en médico. Las clases iban hasta las cinco, y algunos días salía de allí a tomar lecciones de inglés. “Ya en las nochecitas, me dedicaba a los deberes de enfermería, tareas, prácticas... Intentaba acostarme lo más temprano posible para no saturarme. Pero sí fue clave la organización”. Los fines de semana procuraba descansar. Menos los sábados en la tarde, cuando iba a un entrenamiento de rugby, ya que pertenece al único equipo de este deporte en Buenaventura: los ‘Relámpagos’.
Al estudiar Enfermería, ratificó que quería ser médico. Ayudó en cirugías y partos en el Hospital Distrital Luis Ablanque de la Plata. “Fue una experiencia muy linda”, dice, pero sostiene que el distrito sufre de “muchas falencias en los servicios de salud, por administración, recursos que desaparecen de la nada, inversiones que se van a hacer pero nunca se ven”. En una ciudad donde la principal clínica, la Santa Sofía, es conocida como la Santa Agonía, la presencia de buenos profesionales de la salud se hace indispensable. Es casi que un llamado familiar. Su mamá se graduó como enfermera tras validar el bachillerato, también en el Termarit. Y estudiar Medicina es el sueño secreto que Winny, su hermana, aún no ha podido concretar.
Youtube, Tik Tok y grupos de WhatsApp
Diego estudió en soledad durante cinco meses. Solo Youtube lo acompañó en todo momento. Tema que no entendía, tema del que empezaba a ver videos, a buscar lecturas. Para matemáticas, veía al profe Alex; para inglés, usaba a Pacho. También se empezó a interesar por el crecimiento personal, por buscar herramientas para optimizar el tiempo y no invertirlo en los videojuegos, como veía que les pasaba a sus compañeros. Aprendía trucos para establecer rutinas y objetivos. Seguía a Pablo Sánchez Urina, un estudiante de Medicina de la Universidad del Rosario que explica cómo es la carrera y cómo organizarse. “Me ayudó demasiado”, comenta.
Luego, en Tik Tok encontró un curso de preparación para el Icfes que era un emprendimiento de unos alumnos de la Universidad de Santander que ayudaban a otros jóvenes a conseguir lo que ellos habían logrado: ingresar a una universidad pública, donde los cupos escasean. “Éramos jóvenes con los mismos anhelos, gigantes. De todas partes: Bucaramanga, el Huila, aquí del Pacífico. Y bueno, dije, pues voy a rodearme de ellos y de esa manera crecemos todos”, relata Diego. Su grupo cercano, con el que se comunicaba por WhatsApp, estaba conformado por nueve estudiantes. Todos obtuvieron más de 430 puntos.
En Buenaventura se podría lograr lo mismo, solo que “hay muchos jóvenes desmotivados en cuanto al estudio, creen que no son capaces —relata Diego—. Aquí ha habido varios casos de suicidio, la depresión se ha vuelto más común. Es algo increíble. Tengo amigos que están medicados”. Germán Estrada, quien coordina un curso de preparación para el Icfes, cuenta que ahora en el Termarit comenzaron a formarse 35 estudiantes de grado décimo, de los cuales solo quedan 23. “Empezaron a dispersarse. Se cansaron de venir los sábados”.
Probablemente desde su fundación, en 1955, este es el mayor triunfo del colegio. En ese entonces nació como un centro de preparación para adultos. Se creó para suplir la necesidad de muchos trabajadores de la compañía Puertos de Colombia, “ya que la mayoría eran iletrados, pues los traían de la costa del Pacífico a hacer el trabajo fuerte, duro, la carreta, para la construcción del ferrocarril”, cuenta Hermelia Tovar Cuero, su actual rectora. En 1993 se acabó la empresa y la escuela se iba a convertir en una bodega, pero ella y otras profesoras lograron que siguiera funcionando, ahora como un colegio oficial en manos del municipio.
Empezó con tres docentes y 88 estudiantes. “Pero ese año me llegaron 311″, recuerda Hermelia. “Vinieron de toda la zona de baja mar que había alrededor; todo esto era una población muy popular, así es que cuando esos muchachos salían, eso era un tropel entre ellos. Salían gritando y eso era una nube de tierra. Yo andaba atrás”. No imaginaba que décadas después allí se graduaría el estudiante con el mejor Icfes del país. “Esperamos que Dios permita que salgan muchos Diegos”.
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