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Elecciones en Colombia
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ni un paso atrás

Todo ciudadano está en su derecho de mentirse, pero también puede aceptar que Galán pronunció un sensato discurso de victoria

Carlos Fernando Galán
Carlos Fernando Galán este domingo tras emitir su voto en Bogotá.Natalia Pedraza Bravo (EFE)
Ricardo Silva Romero

Todo ciudadano está en la capacidad de mentirse. Pero desde este lunes 30 de octubre de 2023 también puede reconocer que ni las intervenciones aciagas de Petro desde aquí hasta la China, ni las vigilancias de los clanes que se quedan con todo, ni los patrullajes de las bandas criminales que cogobiernan este mapa, ni las pequeñas tormentas de la tarde bogotana, ni los matoneos demenciales de las bodegas de las redes sociales –que, con su lenguaje de panfleto por debajo de la puerta, a ratos consiguen hacernos creer que son el mundo de afuera–, pudieron evitar que las votaciones del domingo describieran un país mucho más complejo, mucho más lleno de matices y de voces y de luchas que el país que pinta cierto petrismo. El Pacto Histórico de Petro perdió por todas partes. Galán se convirtió en el alcalde de Bogotá con un 49% clarísimo, unificador, que hace 25 años no se veía. Y no solo sucedió porque las elecciones fueron tan limpias, y porque la izquierda se partió en mil pedazos, y porque la gente esté harta de que su peor problema sean los políticos, sino porque Colombia no comenzó en agosto del año pasado.

El cifrado e inescrutable de Petro sigue siendo, en la mejor de sus versiones, el congresista que se atrevió a denunciar con pruebas el paramilitarismo, el último de una larga cadena de líderes perseguidos hasta la aniquilación por una clase política violenta e implacable, el restaurador de símbolos enterrados por los fascismos, el intérprete de nuestra historia retorcida que ha sabido poner en marcha varias reivindicaciones pendientes. Pero las gentes de izquierda que visitaban el apartamento en el que crecí, que vivieron en carne propia las represiones del Frente Nacional, el Estatuto de Seguridad y las fuerzas oscuras de la derecha, serían las primeras en decirle –se los escuché hace poco– que está desaprovechando la presidencia progresista que jamás iba a ocurrir. Resulta importante que ante los resultados de ayer, y con el milagro de la Constitución de 1991 y la fortuna de los acuerdos del Teatro Colón en mente, recuerde la lucha de esa parte del establecimiento que ha sido capaz de reformarse, de ahondar la democracia y de construir una cultura de paz.

Galán, el alcalde electo, hace parte de esa tradición liberal, centrista, que uno no puede negar. Pegué una calcomanía de su padre en la pared de mi habitación, en la campaña presidencial de 1982, porque fue el primer político que me pareció de verdad: “Es que dice lo que piensa”, me explicó mi papá, “y es como se ve”. En los días anteriores a la primera elección popular de alcaldes, en marzo de 1988, mi hermano y yo vimos su cordura y su autoridad abordo de un camión en el que iba con el candidato al que estaba respaldando, y que luego perdió. Habría querido elegir a ese valiente que parecía así de auténtico, al Luis Carlos Galán que repetía “¡ni un paso atrás!, ¡siempre adelante!”, pero fue asesinado cinco años antes de la primera vez que yo pude votar. Su hijo pasó una década en aquel partido galanista, Cambio Radical, que se fue convirtiendo en un refugio de políticos turbios. Pero mal que bien está cumpliendo cinco años fuera de esa madriguera. Y su sentido común, y su espíritu conciliador, y su vocación a sacudirse las mañas de los líderes criollos, le han dado la alcaldía.

Todo ciudadano está en su derecho de mentirse. Pero desde este domingo 29 de octubre de 2023 también puede aceptar que Galán pronunció un sensato discurso de la victoria en el que reconoció a sus rivales, declaró obsoleta la política que se reduce a carrera de sacos para ver “quién corta la cinta”, anunció una batalla contra el crimen del hambre, prometió un gobierno desde la calle que devuelva el brillo a la impopular defensa de la democracia, invitó a ejercer la crítica sin temores porque el centrismo trata de ver en la crítica una forma de la lealtad, renunció a la costumbre pobre de usar el espejo retrovisor para lavarse las manos, entendió el metro maldito de Bogotá, símbolo de una sociedad que suele derrumbar lo que levanta, como una oportunidad para “construir sobre lo construido”, y recordó, a quienes perdieron de vista semejante reivindicación, que su compromiso también es un compromiso con nuestra historia: “Siempre, siempre, siempre con mi padre”, dijo.

Bolívar, el genuino candidato del petrismo que empezó su vida política militando en el galanismo, el libretista que ha dejado hecha –lo digo sin ironía– una investigación en carne propia para una gran serie sobre una campaña de aquellas, aceptó la aplastante derrota sin titubeos y habló de recoger los pedazos del Pacto Histórico, pero quizás lo que haya que reconstruir, como pidiendo disculpas públicas, sea una izquierda que no sea saboteada por tantos fanáticos que confunden pactar con claudicar, hacer política con traicionar. Petro, en su moderada alocución de anoche, propuso a los elegidos trabajar en conjunto con el Gobierno nacional. Ojalá sepa leer el momento. Ojalá tenga claro que Galán no arrasó en las elecciones de ayer, en primera vuelta ni más ni menos, porque este país sea incorregible o porque la derecha haya contraatacado como el imperio de La guerra de las galaxias, sino porque encarna nuestra valiosa tradición de reformistas desde adentro. Galán es el hijo de Galán. Y es él mismo: el liberal que, de error en error en error, ha aprendido que el gobernante de tiempos de redes debe ser un ciudadano y no puede gobernar a su gente nomás.

Hace unos años me lo encontré en un parque con su hija. Me pareció que dice lo que piensa y que es como se ve.

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