Catalina Usme, el alma de Colombia
La delantera y máxima goleadora histórica de la tricolor superó múltiples adversidades para al mundial. Su historia de vida es prueba del difícil camino que tienen que recorrer las futbolistas colombianas
No es fácil dormir el balón con la zurda como lo hace Catalina Usme (Marinilla, 33 años). Y menos en el área rival para definir suavemente de borde interno, superando el agarrón de una defensora, en los octavos de final de un mundial, con estadio lleno, en un partido apretado y el marcador a cero. Se requiere de la tranquilidad y madurez que distingue a las talentosas de las estrellas para dar ese “pase a la red” —como le dice a sus compañeras del América de Cali cuando entrenan— y abrir las puertas de lo inédito. También se necesita, en su caso, mucha terquedad para sobrepasar una y otra vez los obstáculos que han aparecido a lo largo de su vida.
Andrés Usme (Marinilla, 39 años) es el hermano mayor de la goleadora. Después del partido contra Jamaica, cuando todo era algarabía e ilusión, ella lo llamó. “¿Cómo lo viste?”, le preguntó. Él procedió a contarle lo que le gustó y lo que no, y la aconsejó. Mientras los colombianos madrugaron para ver la llave de octavos y celebraron a rabiar el gol de Catalina, Andrés intentó controlar la emoción y los gritos, y se dedicó a ver los noventa minutos con los ojos de un entrenador. Es el director técnico de la selección femenina de Ecuador, un puesto por el que luchó y al que llegó gracias a un camino que recorrió junto con su hermana, la número 11 de Colombia.
“Aprendí a manejar esa exaltación de la victoria y la derrota. Antes gritaba y lloraba, era impresionante. Ya no, soy más reflexivo y veo los partidos desde otra óptica porque sé que Cata después me va a llamar para que conversemos sobre cómo jugó. Ahí le digo: ‘Mirá esto, corregí esto otro’. Pero no le voy a mentir: ese gol contra Jamaica me movió bastante y me hizo recordar todo su proceso”, comenta por teléfono desde Quito, con un marcado acento antioqueño.
El hogar de los Usme Pineda en Marinilla, Antioquia, siempre fue muy futbolero. El plan preferido de la familia era ser espectadores de los partidos que jugaba José Domingo, el padre, en los torneos que se celebraban en el pueblo. Los pitazos que marcaban el medio tiempo y final de los partidos eran una señal ansiada por los tres hijos —Catalina, Andrés y Diego—, para ingresar corriendo a la cancha, poner a rodar un balón y soñar que disputaban una final del mundo. Desde siempre, cuando todavía daba sus primeros pasos, era claro que Catalina iba a ser futbolista. No hubo un episodio preciso en el que identificaran su calidad. Sencillamente se sabía.
Pero sería incorrecto atribuir su éxito al destino. No había facilidades, especialmente para las mujeres. Con ocho años comandaba la delantera de un equipo de hombres con Diego, un año mayor que ella. No tardó en volverse la figura. De su familia siempre recibió apoyo, la impulsaban a que siguiera entrenando, y los eventuales reparos de otras personas rápidamente los silenciaba con lo que hacía en el terreno de juego. Andrés rememora entre risas que los defensas rivales no le daban un trato diferencial y, por el contrario, intentaban frenarla de cualquier forma posible. Recuerda un partido en especial. “Cata y Diego estaban jugando. Ella estaba enchufadísima. Creo que había metido un par de goles ese día y un pelado, cuando el balón estaba lejos, le metió una patada. Mi hermano casi se vuelve loco y me tocó entrar a separarlos”.
A los 11 años, hacia el cambio de siglo, fue convocada para representar al equipo de Marinilla en el Pony Fútbol, un tradicional campeonato infantil que se juega anualmente en Medellín y en el que se dieron a conocer futbolistas como Juan Fernando Quintero y James Rodríguez. Las esperanzas del equipo estaban depositadas en ella, y por eso el ánimo se vino abajo cuando los organizadores tomaron la decisión de no dejarla participar. La competición era sólo para hombres. No hubo revuelo ni indignación, eran otros tiempos. Cobró parcialmente revancha, años más tarde, cuando el campeonato abrió su rama femenina y ella, junto con Andrés, dirigieron al equipo juvenil del Deportivo Independiente Medellín en ese mismo torneo. Pudo presenciar cómo otras niñas gozaban de la oportunidad que a ella se le negó.
Tras el rechazo buscó alternativas y dio con el Club Deportivo Formas Íntimas, uno de los pocos que para entonces se dedicaba al fútbol femenino. Su sede está en Medellín y Catalina, que cursaba sus estudios de bachillerato en Marinilla, se impuso extenuantes jornadas con tal de mantener viva su pasión. Se despertaba temprano para ir a clases, salía al mediodía y abordaba un bus que tardaba una hora en llevarla a la capital de Antioquia. Entrenaba y volvía a casa a medianoche. Ese era su compromiso con Luz Mary, su madre y principal promotora, que no la dejó dedicarse de lleno al deporte hasta que no se graduara. Muchas veces la familia hacía maromas para conseguir dinero y poder pagar los trayectos.
Así duró varios años hasta que se mudó definitivamente a Medellín. Andrés la esperaba. “Yo me fui muy joven para allá a trabajar como carpintero. Cuando mis hermanos se graduaron, se fueron conmigo a Medellín. Cata a su fútbol, claro: jamás ha pensado en hacer otra cosa en su vida. Trabajó de mesera, haciendo inventario, dando clases de fútbol, lo que necesitara para poder sostenerse. Renunciaba cuando había convocatorias de selección o torneos, y al otro día de que se acababan, salía a buscar trabajo. Todo ese esfuerzo para poder seguir jugando”, evoca el mayor de los Usme Pineda.
La selección Antioquia posó sus ojos en ella y, además de incorporarla, le dio una beca para ingresar al Politécnico Colombiano Jaime Isaza Cadavid. Se matriculó en el programa de educación física, pero hubo un momento en que los horarios de clase se cruzaban con las prácticas de su equipo. Tuvo que elegir y el fútbol primó, como siempre. “Para estudiar tengo toda la vida”, le explicó a Andrés. Y no se equivocó.
La segunda edición del campeonato sudamericano sub 20 se jugó en Viña del Mar, Chile, en enero de 2006. Catalina, con 16 años recién cumplidos, fue citada para representar al país. “Le pregunté a mi mamá: ‘¿Usted va a dejar ir a Cata por allá tan lejos?’. Y ella me respondió: ‘Claro, ¿no ve que hay que apoyarla?’. Y así se fue, con esa edad. La llevamos al aeropuerto y chao”.
Andrés guarda con cariño las camisetas de esas primeras experiencias de su hermana con la tricolor. Las heredó porque le quedaban mejor a él que a ella. El fútbol femenino era aún tan incipiente que la Federación Colombia de Fútbol dotaba a las jugadoras de uniformes para hombres, sin horma y con tallas muy por encima de la que les correspondía. A pesar del poco apoyo y los múltiples desplantes, Andrés destaca que Catalina siempre ha tenido una actitud propositiva.
Tras el sudamericano, Usme se convirtió en una habitual de la alineación nacional y dio el salto a la categoría absoluta. Compartiendo alineación con Yoreli Rincón, Orianica Velásquez y Carmen Rodallega, entre otras, fue subcampeona del sudamericano en Ecuador en noviembre de 2010. El segundo puesto garantizó un lugar para Colombia en escenarios a los que jamás había llegado: el mundial, que tuvo lugar un año más tarde en Alemania, y los Juegos Olímpicos de Londres, en 2012. En estos últimos, Catalina afrontó la primera de dos lesiones que por poco la dejan sin otra opción que retirarse.
En el Saint James Park de Newcastle se jugó el tercer partido de la fase de grupos, contra Francia. Finalizando el primer tiempo, Usme salió en camilla. El diagnóstico fue desalentador: rotura de ligamentos. “Lloramos de tristeza ese día. Mi mamá, que no sé cómo iba a hacer, casi coge un vuelo para Inglaterra. Afortunadamente Cata pudo superar eso y hoy está recogiendo los frutos de esa entereza. Luego vino otra lesión y, como es ella, volvió a pararse”, señala Andrés. Se refiere a la rotura que sufrió en 2014, jugando con Formas Íntimas contra Atlético Nacional. Él, que ya se había consolidado como entrenador, la estaba dirigiendo y presenció en primera persona lo que pasó cuando faltaba solo un año para el siguiente mundial. Uno de los médicos que la atendió le dijo que no podía volver a jugar y eso, según Andrés, la motivó. “Tan pronto le dijeron: ‘Olvídese del fútbol’, ay, Dios, ahí mismo le metió con toda a su recuperación”. Así, viajó al mundial de Canadá y anotó el segundo gol en la primera victoria de Colombia, un histórico 2 a 1 frente a Francia, el mismo rival contra el que se lesionó tres años antes.
La primera edición de la liga de fútbol profesional femenino en el país se llevó a cabo en 2017. Catalina debutó con el América de Cali y esa es la camiseta que ha defendido desde entonces, salvo un breve paso por Independiente Santa Fe, con el que jugó la Copa Libertadores. Es una goleadora de temer: cosecha 74 goles en 118 partidos profesionales. La liga femenina se juega en apenas cuatro meses, mientras que la masculina dura 11. De tener un campeonato con las mismas condiciones, los números de Catalina Usme muy probablemente serían de escándalo.
Es la máxima goleadora histórica de la selección Colombia, con 52 dianas en 70 partidos. En el presente mundial ha anotado dos, el de la primera fecha ante Corea del Sur y el que le convirtió de zurda a Jamaica en octavos de final. Es la esperanza de gol de un equipo que está logrando lo impensado y se juega el paso a semifinales contra la poderosa Inglaterra en la madrugada de este sábado.
Luego de que el técnico Nelson Abadía realice la charla previa para que salten a la cancha del Accor Stadium de Sídney, seguramente Catalina tomará la vocería como siempre y se dirigirá a sus compañeras con el mismo carácter que habla ante los medios de comunicación. “¿Usted sí se fijó cuando ella dijo que le importaba un culo y medio que fuera Alemania [el segundo rival de la fase de grupos]? Bueno, así es ella. Ni mandado a hacer ese momento. Eso es algo que caracteriza a Cata. Es frontal, no se va por las ramas, va a lo que va”, concluye Andrés emocionado.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS sobre Colombia y reciba todas las claves informativas de la actualidad del país.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.