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REVOLUCIONES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Manual para evitar revoluciones

Oyendo el podcast Revolutionspodcast.com, traté de construir un corto manual con instrucciones para evitar revoluciones, que ojalá sea de utilidad para los mandatarios de hoy

Personas reunidas frente al viejo palacio presidencial en apoyo a la revolución cubana, en La Habana, 1959
Personas reunidas frente al viejo palacio presidencial en apoyo a la revolución cubana, en La Habana, 1959.Gilberto Ante (Getty Images)

Muchos reyes y presidentes se habrían beneficiado de tener un catálogo que indicara qué hacer y qué evitar en los años y meses previos a las grandes revoluciones. Oyendo el excelente podcast Revolutionspodcast.com de Mike Duncan, traté de construir un corto manual con instrucciones para evitar revoluciones, que ojalá sea de utilidad para los mandatarios de hoy.

1. Nadie en sus cabales saca del gobierno a un líder competente. Nicolás Romanov no dejó duda de ser insoportablemente incompetente, tanto en 1905, en la primera revolución rusa, como en 1917. Al principio, no estaba en la cabeza de nadie guillotinar a Luis XVI de Francia, ni pasar por el hacha a Carlos I de Inglaterra. Solo después de incontables muestras de testarudez e incompetencia, esos personajes lograron convencer a suficiente gente, que originalmente defendía al monarca, de que una parte de la solución de las revueltas era sacarlos del camino. Si eso implicaba cortarles la cabeza, qué se le iba a hacer.

2. No se considere indispensable. En 1910 Porfirio Díaz ha debido irse y dejar en su reemplazo a Bernardo Reyes, un conservador leal que podía renovar las caras y aliviar el peso de una dictadura de facto de 31 años. Pero no. Al igual que Luis XVI, Carlos I o Nicolás Romanov, creyó que estaba llamado por la divinidad para dirigir a su país, que sólo él podía hacerlo y que los demás se tendrían que apañar. Eso exasperó a sus subalternos y le aguzó la inteligencia a los enemigos. Recuerde, los cementerios están llenos de gente indispensable.

3. Evite la guerra. Los tres errores más comunes al iniciar una guerra son: va a ser corta, va ser fácil y la vamos a ganar. Las derrotas carcomen liderazgos y revelan debilidades en la cúspide. Demuestran errores de juicio y estrategia, pobre evaluación del contrario y sobrevaloración del ejército nacional. Trate de evitar una guerra, y si no puede, prepárela a conciencia con el convencimiento de que será larga, difícil y la puede perder.

4. Empléese a fondo en crisis que golpean a todo el mundo. Las malas cosechas, la inflación de precios, los fenómenos climáticos adversos y las pandemias que traen mortandad generalizada son episodios que en cuestión de meses se vuelven insoportables. En ese caso, usted quiere estar del lado correcto de la rabia popular. Si la gente tiene hambre, reparta comida. Si está enferma, reparta medicinas. Si hubo un desastre natural, organice la reconstrucción. Su corazón debe estar donde está el problema de la gente; de lo contrario, su cabeza estará en peligro.

5. Siempre hay al menos un ministro que sirve para algo, escúchelo. Sergei Witte era la única persona del gobierno de los Romanov que entendía lo que pasaba en Rusia, de acuerdo con el padre del zar Nicolás. Pero Nicolás lo veía como el hijo sabiondo de un empleado de los ferrocarriles y le tenía antipatía. Se quedó con el resto de ineptos del gabinete, desatendió a Witte, lo dejó ir y se acercó a su debacle.

6. El único pecado que los dioses no perdonan es la soberbia. Siempre que deba escoger entre la humildad y la soberbia, opte por la primera. Cristo es un ejemplo de humildad, a pesar de que dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por el Hijo.” La soberbia es un error que todos ven, y que agria por igual a amigos y enemigos. Aparte de que le hace un mal juez del carácter y lleva a tomar excesivos riesgos.

7. El exceso de impuestos exaspera. Las guerras, las epidemias y los populistas cuestan mucho al erario y terminan en más impuestos, más deuda y más inflación. Los impuestos y la deuda son odiados por los que tienen algo. La inflación es odiada por todo el mundo. Lo que empieza como dádivas del Estado recibidas con ingrata aquiescencia termina como rabia por la carestía y las crisis.

8. Escoja bien a su pareja. En la hora más oscura, el último consejo que oiga será tal vez el de su cónyuge y más vale que sea bueno. Ni la Alexandra de Nicolás, ni la María Antonieta de Luis XVI fueron esposas sensatas o buenas consejeras. Acentuaron los malos instintos monárquicos del rey y el zar. Todo el mundo goza con el chisme palaciego.

9. Lea mucha historia. Los errores se repiten a través de la historia. Los gobiernos pasan por las mismas rectas y las mismas curvas. Los buenos timones aprenden mucho de conocer cómo manejaron quienes sobrevivieron y cuáles errores cometieron los que se fueron por un despeñadero.

10. No hay región insignificante. Muchas revoluciones se apagan en la capital, pero quedan vivas en regiones lejanas del país. Inclusive en Siberia, adonde se enviaba a los revoltosos para que no molestaran más. De allá volvían con brío renovado y llenos de aliados.

11. Una insultante desigualdad cultivará el declive. En una sociedad desigual, la gente en desventaja tiene tres opciones: ser leal, protestar o irse. Si no pueden salir y no son oídos, puede que su lealtad termine y se vuelvan contra el líder. Esto puede tomar décadas, pero al final la corrida será hacia las fronteras o hacia el palacio presidencial.

12. Las ideas importan. Hay que estar siempre atento a la batalla de las ideas y pelearla con ideas mejores. Las ideas persuaden y, por malas que sean, si se repiten lo suficiente y tienen la propaganda adecuada, se pueden convertir en creencias e inclusive verdades en la cabeza de todo el mundo.

13. No pelee contra la religión. La Revolución Francesa selló su suerte cuando los más radicales exigieron que los curas hicieran un juramento civil y que su adhesión fuera al Estado antes que a la Iglesia. Sólo hasta que Napoleón pacificó las cosas regresó la calma. La Guerra Cristera en México tuvo un origen similar.

14. El favor del pueblo es lábil. La humillante huida final de Robespierre, para escapar de sus enemigos, con la quijada rota al fallar el disparo con el que iba a suicidarse, y el quiebre de su pierna al saltar por una ventana, debe estar presente en la mente de todo el que crea que representa la voluntad popular, abusa del poder y juzga implacablemente a los demás. El atentado contra Bolívar vino después de que logró convencer a mucha gente de que quería convertirse en autócrata. En pocos meses el pueblo pasa de vitorear a lanzar cebollas.

15. La tierra no termina mejor distribuida. Uno de los móviles originales de las revoluciones suele ser la propiedad de la tierra, y en algo cambia de manos. Pero como muestra la Revolución Francesa, a la larga la tierra rara vez termina en la manos de los campesinos.

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