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CAMBIO DE MINISTROS EN COLOMBIA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cerrando filas

No es claro si el presidente ganará gobernabilidad con su nuevo gabinete o si el cambio es el preludio para que su mandato termine girando alrededor de sus discursos desde un balcón

El presidente de Colombia, Gustavo Petro.
El presidente de Colombia, Gustavo Petro.LUISA GONZALEZ (REUTERS)
Diana Calderón

Surgen muchas preguntas luego del revolcón en el gabinete del presidente Gustavo Petro, provocado por la sin salida creada por la reforma de la salud, que terminó con la ruptura de la coalición de Gobierno en el Congreso. Pero la fundamental es si con los cambios planteados gana gobernabilidad.

La respuesta no es fácil, porque parecería que el presidente ha optado por cerrar filas. Los ministros escogidos, siete, responden todos a una cohesión de pensamiento, los caracteriza haber trabajado en su mayoría durante la Alcaldía de Gustavo Petro, ser figuras mucho más a la izquierda que sus antecesores, ¿pero significa esto que se radicaliza? ¿Que, en cambio de construir las mayorías para sus reformas, las debilita?

Sí y no. No, porque los nombrados en varias carteras son personas con importante conocimiento de sus áreas. Guillermo Alfonso Jaramillo, que reemplaza a Carolina Corcho, quien logró hacer estallar en pedazos la coalición, fue secretario de Salud de Bogotá, exalcalde y médico. Se ha destacado por ser mucho más concertador. La expectativa radica en que sí logre generar los consensos para hacer viable una reforma que le sirva al país.

La nueva ministra de Agricultura, Jhenifer Mojica, es experta en uno de los pilares de este Gobierno. Su experiencia ha sido en las áreas de restitución de tierras. Es posible que desconozca la competitividad que requiere el sector, lo que es un problema grave, pero cumple con una de las metas del acuerdo de paz, transversal a la seguridad de los territorios y a la reparación de las víctimas. O sea, lleva la bandera cruzada de las políticas gubernamentales.

Más importante aún, Ricardo Bonilla, quien tiene a los mercados ya temblorosos, pero que puede sorprender por su preparación: ha sido un estudioso del sistema de tributación y de las pensiones, entre otros. Bonilla ha sido docente, fue secretario de Hacienda del Petro alcalde, tiene el desafío de mostrar en qué lugar se ubica en lo que tiene que ver con los gastos del Estado y la responsabilidad fiscal. Y nada menos que en la política de transición energética.

De los otros habrá que esperar. El nuevo ministro del Interior, Luis Fernando Velasco, es un hombre curtido en el Congreso, disidente liberal, que estaba haciendo un gran trabajo en la Unidad de Atención de Riesgo y antes como interlocutor en las regiones. William Camargo lleva las vías recorridas. Mauricio Lizcano se ha preparado para el cargo.

Si es por el conocimiento de sus carteras, en general los designados pasan el examen. Algunos sobrados; otros no se rajan. El caso es determinar si el presidente está buscando idoneidad en los nuevos integrantes de su gabinete o si sus nombres significan que el mandatario vuelve al balcón, a buscar en ese abstracto mundo que habita la calle, para reiterar ―como dijo en su comunicado del 26 de abril― que es por “alguna dirigencia política tradicional y del establecimiento” que ha fracasado en su intento de cambiarlo todo.

Significaría, entonces que sí, perder cualquier posibilidad de tener las mayorías, y que de las reformas y de los cambios estructurales que prometió, que lo hicieron elegible, no habrá quedado sino el Petro del balcón. Y entonces reviven los fantasmas de los Estados de opinión como formas de gobernanza y las constituyentes.

El otro elemento que habría que valorar es si el nuevo equipo de Gobierno responde a alimentar la narrativa que requiere el Pacto Histórico para ganar alguna ventaja de cara a las elecciones regionales de octubre.

La apuesta tampoco es muy clara. No cuenta con mayores candidatos, no sin la coalición que saltó en pedazos. Tampoco tiene logros que mostrar: un canciller con habilidades negociadoras para la guerrilla o Venezuela, que para muchos es distracción o desvío de sus funciones; una ministra de Trabajo, Gloria Inés Ramírez, aún en deuda con el sector de informales que ronda el 60% de los trabajadores; otra ministra, la de Minas y Energía, que ha generado la mayor inestabilidad para el sector que lidera en la historia; y un ministro de Defensa, Iván Velásquez, que, aunque recién lanza un plan de seguridad, ya dejó incendiar la casa, y los llamados a apagar el incendio tienen la moral tan baja que se chamuscan con él.

Por ahora, ni mayorías para las reformas ni la narrativa para las elecciones. Con lo cual, será solo la idoneidad profesional de los nombrados la que salve la patria ―o nos quedamos con el Petro del balcón―.

Lo que sí es claro es que Petro se quedaría solo en el balcón si, como advierte la analista María Victoria Llorente, no entendemos que “la radicalización es un juego de varios”. Y si el presidente no entiende que está en juego su talante, porque el cuento del establecimiento responsable de todo no le sirve, como tampoco a otros mandatarios en el pasado más reciente les sirvió acusar a la oposición para defender su incapacidad.

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