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Gustavo Petro
Columna
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Petro el absoluto

Algunos de los anuncios y acciones que ha hecho el presidente parecieran estar más cerca del absolutismo que de la búsqueda de un Estado en el que los pesos y contrapesos operen

El presidente de Colombia, Gustavo Petro, el 20 de agosto de 2022 en Bogotá, Colombia.
El presidente de Colombia, Gustavo Petro, el 20 de agosto de 2022 en Bogotá, Colombia.Photo Guillermo Legaria/Getty Images (Getty Images)

“El Estado soy yo” es una contundente frase que históricamente se ha atribuido a quien se convirtió en una de las figuras más emblemáticas de la era de las monarquías europeas: Luis XIV de Francia o el Rey Sol.

Aunque los historiadores terminaron por definir que el rey francés nunca pronunció esa oración, esta trascendió como leyenda y sigue siendo símbolo de lo que, en su momento y aún hoy, representó el Rey Sol para su país y para el mundo: el prototipo de la monarquía absoluta en la que un solo hombre, el rey, era quien decidía absolutamente todo para su país. Por ello la frase apócrifa termina siendo una perfecta síntesis de Luis XIV y de ese tipo de gobierno. Bajo el absolutismo no hay división de poderes. No hay congreso o parlamento que tramiten leyes o que cuestionen al rey. El poder judicial, aunque tiene jueces, opera bajo los preceptos del mandatario. El monarca emite leyes que no se someten a ningún debate. En resumen, el rey concentra todo en sí. No hay espacio para instituciones independientes y en la práctica no hay espacio para el disenso. El Rey Sol estuvo más de 70 años en el trono haciendo literalmente lo que quiso, para bien o para mal de Francia. El estado era él.

Guardando las proporciones, algunos de los anuncios y acciones que en los últimos días ha hecho el presidente Petro parecieran estar más cerca del absolutismo que de la búsqueda de un Estado en el que los pesos y contrapesos operen según los ideales constitucionales. Verbigracia, el advertir a Bogotá que si no se hace el proyecto de la primera línea del Metro como él quiere, no habrá respaldo de la Nación a ese y otros proyectos de la ciudad. Es innegable que el metro elevado dejaría una cicatriz espantosa en el borde oriental de la ciudad, pero convertir el juego político en un chantaje a más de 8 millones de habitantes de la ciudad no se ve bien. ¡Negocien con la alcaldesa! Pero el castigo no debe ser para todos los bogotanos. Eso no hace un demócrata.

Pasa algo similar con el asunto de las tarifas de energía. Es claro que constitucionalmente el presidente puede asumir el control de los precios de los servicios públicos, pero para garantizar que esto no se convirtiera en un tema que vaya al vaivén de la política y de congraciarse con los electores se creó una comisión independiente para tal fin. ¿Por qué no sentarse con los comisionados y junto a ellos resolver los asuntos, en vista del desplante de las empresas dedicadas al negocio de la energía eléctrica? Fortalecer las instituciones democráticas es labor del presidente, debilitarlas es lo que le habría gustado a Luis XIV.

Pasa igual con los medios de comunicación, prácticamente inexistentes en tiempos del absolutismo y hoy objeto de constantes ataques por parte del presidente Petro. Es como si el otrora revolucionario Gustavo Petro hubiese olvidado el papel necesario que deben cumplir los medios de no ser complacientes con los gobiernos. Y así como en el mandato Duque fue gracias a los medios que se cayó el telón que ocultaba el escándalo de Centros Poblados, en el presente los medios deben seguir escrutando y ofreciendo visiones alternativas a aquella que ostenta el poder. Eso es democracia.

“El Estado soy yo” venía acompañado de un corolario: el rey es rey porque así lo quiso Dios. ¿En el caso Petro, se querrá aplicar el aforismo “La voz del pueblo es la voz de Dios”? ¿De ahí las marchas y manifestaciones convocadas para la semana entrante?

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