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Tentaciones

Kurt Vile, rock para comprar pañales

Uno de los principales talentos de la escena estadounidense actual presenta hoy en Madrid su nuevo disco, y nos habla de la vida como padre en el mundo de la música

El Kurt Vile que se presenta ante la prensa es una maraña de pelo cabizbaja que carraspea cada pocos minutos. “Hoy me siento un poco indispuesto”, se excusa apenas levantando la vista de su característica melena rizada. Está en Madrid para hablar de su sexto disco, b'lieve I'm goin down..., el álbum con el que continúa el éxito de crítica que supusieron Smoke ring for my halo y Wakin on a pretty daze, álbumes que le situaron como uno de los grandes nuevos nombres del rock estadounidense, pero se nota que preferiría estar en cualquier otro lugar. Su casa de Filadelfia, por ejemplo, donde vive con su mujer y dos hijos, y donde compone las canciones que luego tiene que presentar ante el mundo, como hará hoy en Madrid.

“Espero poder dejar de hablar sobre mí mismo pronto”, dice sobre las tareas de promoción, mientras deja en la mesa un ejemplar de la autobiografía de Miles Davis. “Lo leí hace mucho tiempo y lo he retomado ahora”, explica. “Es una historia del jazz a través de alguien completamente libre, todo un personaje. Es de esos libros que no puedes dejar”. Al parecer, las vidas de otros músicos son una de sus lecturas favoritas. “Sí, me gusta saber más sobre sus carreras. Me gustan mucho Shakey [la monumental crónica de la carrera de Neil Young escrita por Jimmy McDonough] y Hellfire, la historia de Jerry Lee Lewis. Y la mayoría de los libros sobre los Rolling Stones. Son como mirar un accidente de coche, no puedes desviar la mirada”.

La imagen de Vile, igual que su predilección por algunas de las estrellas del rock, puede llevar a engaño. Como él mismo cantaba en Goldtone, de su anterior álbum, a veces puede parecer colocado, cuando él “como se suele decir, no toca esas cosas”. A lo largo de su carrera también ha pasado de momentos eléctricos y psicodélicos a territorios intimistas y cercanos al folk, estos últimos más presentes que nunca en su nuevo trabajo, aunque él se muestra reacio a analizar demasiado lo que hace. “Sí, la gente lo está percibiendo como un disco más acústico”, concede. “Pero yo creo que quizás lo que pasa es que es un poco más desnudo que el anterior. Creo que al principio pensaba que iba a ser más complejo, pero supongo que en algún momento me di cuenta de que no lo necesitaba”.

La primera canción del disco, Pretty Pimpin’, le muestra también en un estado de búsqueda de la consciencia habitual en varias de sus letras, bastante más introspectivas y meditativas que la media del rock independiente estadounidense. “Supongo que mi mente se está moviendo continuamente”, aclara. “Pero tampoco es que me pregunte todo el rato ‘¿quién soy?’, ‘¿qué hago aquí?’... Esas cosas me pasan cuando estoy mentalmente agotado. En Pretty Pimpin' me pregunto quién es ese tío del espejo, pero es simplemente porque me parece una buena manera de empezar la letra. En realidad, creo que tengo buen aspecto”, dice riendo por primera vez.

Quizás, entonces, la naturaleza de sus composiciones tenga que ver con el hecho de cómo y cuándo son compuestas, y entonces sí parece estar más de acuerdo. “Algunas de mis canciones favoritas las he compuesto en mi sofá, que es el único sitio de mi casa en el que me puedo sentar a tocar”, explica. “A veces, cuando me siento inspirado, tengo que esperar hasta que todos se vayan a la cama, incluida mi mujer, para empezar a hacer algo. Cuando es tarde por la noche y tengo la guardia baja salen así, vulnerables”. Pero, cuando se intenta indagar en esa vulnerabilidad, se pone a la defensiva. “Quizás vulnerable no sea la palabra correcta”, se corrige. “No es que quiera mostrarme vulnerable, sino más bien real, mostrar lo que realmente siento. Eso pasa también con otros músicos, incluso con alguien como Nick Cave, que es muy directo e intenso pero que, de repente, pasa a hacer una canción como Into my arms”.

Si Vile está acostumbrado ya a esperar hasta la noche para empezar a tocar es porque es un caso extraño en el mundo del rock. Padre desde muy joven, ha tenido que combinar las giras con la vida familiar, elementos a menudo poco compatibles. Llegar a un equilibrio, como explica, no ha sido fácil. “Nunca me voy durante tres meses o así”, cuenta, “y siempre intento tener días entre una fecha y otra. Creo que alejarme de mi familia me afectó más antes, me jodió la cabeza por varias razones. A mí me gusta tocar en directo, pero lo que pasa es que llega un momento es que ya no puedes disfrutar de ello. Tocas y te sientes culpable por no estar en casa, y cuando estoy en casa, como soy artista, pienso en tocar y me pongo irritable porque pienso que debería estar tocando. Pero nada es permanente, así que intento disfrutar de la música cuándo estoy fuera y estar bien cuando estoy en casa”.

Quizás por su condición de padre de familia, también rechaza los tópicos de la vida en la carretera del rock. “He vivido esas dos vidas desde hace tiempo. De alguna manera, creo que estoy listo para dejar la vida del rock'n roll, al menos ese cliché de la vida rockera [dice con gesto despectivo], ese rollo de ir tambaleándose por ahí. Pero no creo que mi música tampoco entre en esa categoría. Claro que soy padre, así que tengo esa perspectiva, pero supongo que estoy a mitad de camino. Lo que hago no es demasiado rock'n roll, pero tampoco demasiado de padres. De todas formas, no me importa. Ahora me siento más realista que antes, que estaba exhausto. Entiendo mejor cómo funciona el mundo. Y también gano más dinero”, dice, y esta vez se ríe con más ganas.

Sobre ese aspecto, llevar dinero a casa, mantiene una postura extremadamente pragmática. “Hay muchas cosas que puedes hacer: editorial, que tus canciones aparezcan en películas... distintas maneras de ganar dinero con la música”, enumera. “Tampoco me importa que mis canciones aparezcan en publicidad, a no ser que fuese en un anuncio de una compañía corrupta. No me importa, cogería ese dinero al momento”. El comentario es irresistiblemente apropiado para no preguntarle por la polémica que generó el hecho de que Bank of America utilizase una de sus canciones, Baby’s arms, en un anuncio lanzado en plena resaca de la recesión. Patrick Stickles, de la banda de Nueva Jersey Titus Andronicus, le acusó en Twitter de haberle decepcionado. Su respuesta fue directa: “Tengo que comprarle pañales a mi hija”. Cuando se le recuerda el intercambio de opiniones, no le importa entrar en el tema. “Ni siquiera gané mucho dinero con ese anuncio”, recuerda. “Incluso entiendo por qué se metió conmigo. Bank of America puede ser corrupto, como todos los bancos, pero aún así no me importa. Así que, a no ser que sea una compañía terrible, lo volvería a hacer. Quizás tendría que investigar sobre la empresa antes. Pero no demasiado”. Después de decirlo, vuelve a reír, y está vez parece relajado.

Kurt Vile actúa hoy en Madrid (Sala Penélope)

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