Kiko Amat contra Kiko Amat
Atropellos a ancianos, vasectomías contadas al detalle, risas a costa de los heavies... Blackie Books publica 'Chap Chap', una compilación de artículos confesionales firmados por el escritor y periodista
Normalmente, cuando un autor combina la escritura de novelas con colaboraciones en éste o aquél medio, toma su tarea de articulista como un trabajo alimenticio. En tus artículos, por otro lado, veo que hay tanto ahínco y mimo como el que empleas a la hora de escribir un 'Rompepistas' o un 'Cosas que hacen BUM'.
Claro, yo nunca he visto esto que hago como algo secundario a la narrativa. Empecé a hacer artículos mucho antes que a escribir ficción, y es donde he afilado las herramientas. No te puedes imaginar, además, lo demonizado que estaba escribir desde la confesionalidad cuando empecé a publicar: no había nadie que lo hiciera. Yo nunca tuve ínfulas de pionero, simplemente era algo que había mamado de mis autores favoritos. Pero lo que te digo: creaba un rechazo enorme en el gremio, lo veían como amateurista.
Tenía más que ver con tus influencias que con ir de rompedor, ¿no?
Exacto. No había pretensiones de oponerme al estilo imperante ni nada por el estilo. Yo no sabía ni que existían los suplementos culturales cuando empecé, ¿cómo coño me iba a oponer? No sabía quién era Javier Marías o ninguna otra peña del stablishment cultural. Hasta que no saqué mi primera novela no entré en contacto con todo eso. Tú eres de Sant Boi y sabes de lo que te hablo: pensar que mi panda iba con el Babelia por ahí es una completa locura. Así que no: la intención no era desafiar al canon o a la alta cultura, porque desconocía todo eso.
Hablando de Sant Boi: no tenía ni idea de que habíamos ido al mismo instituto hasta que he visto tus notas impresas en 'Chap Chap'. Tu relación con el pueblo siempre ha sido un poco de amor/odio, ¿verdad?
No puedo hablar mal del pueblo porque todavía tengo familia que vive allí y porque mis amigos son vagamente violentos y me pegarían dos cates. Lo que me provoca Sant Boi es un sentimentalismo flagrante cada vez que voy, unos ataques de nostalgia lacrimógenos. Pero ni loco volvería: siempre me había querido ir, como dejo claro en todas mis novelas. Cuando finalmente logré salir de allí, no sabía aún que iba a llevarme a cuestas el sitio del que me fui. Quiero decir: mentalmente sigo estando allí; mis reacciones son puro Sant Boi. Si me ves en Sant Boi, será porque ese día juega la U.E. Santboiana.
Cuando vuelves, ¿no tienes la sensación de que todo ha cambiado mucho en relación a cuando tú vivías allí?
Absolutamente irreconocible, claro. Los bares a los que iba de adolescente, por ejemplo, ya no existen; es un pueblo que no ha sido preservado, en general. Pero vamos: en cada baldosa y en cada ladrillo hay una anécdota ominosa, semi-épica o tragicómica para mí o para alguno de mis amigos. No sé si llamar a eso psicogeografía o qué, porque es un término pomposo y afectado que me da asco, pero ya te digo: me acuerdo de absolutamente todo cada vez que voy, y si es con un par de copazos encima, los recuerdos son ya un auténtico tropel. El hecho, por ejemplo, de llevar “Sant Boi” tatuado en la muñeca es simplemente una forma de no olvidar mi andamiaje; mitad no olvidar nunca de dónde vengo y mitad muestra de orgullo.
"Estar en guerra perpetua contra el 'mainstream' me salvó la vida por un lado y me la arruinó por otro"
Más que un lugar en concreto, creo que parte del sentimentalismo nace de haber pasado allí tu adolescencia, que es una etapa de tu vida a la que te gusta mucho volver para escribir tus artículos y novelas.
No sé si hay gente tan en contacto con su adolescencia como yo. Yo creo que el hecho de tener una relación tan intensa aún con esos años responde a que mis sufrimientos posteriores siendo adulto no han sido tan cataclísmicos como el de algunos otros de mi clase social: hay gente que no lo vive así porque les han pasado cosas terribles y se han tenido que buscar la vida de forma desesperada. Pero yo he tenido la gran suerte de haber hecho siempre lo que me ha dado la gana, por eso nunca llegué a cortar ese cordón umbilical con mi infancia y mi adolescencia. Aunque es eso: no sé si hay mucha gente así o es una patología exclusivamente mía.
De joven te curtiste en subculturas como la skinhead o la escena mod, ¿crees que tus escritos son deudores de todo eso?
Haber formado parte de aquello lo veo como un defecto; el típico defecto que te salva la vida, también es cierto: estar en guerra perpetua contra el mainstream me salvó la vida por un lado y me la arruinó por otro, porque acabas teniendo una visión muy perjudicial del mundo. Si no curas todo eso, te conviertes en alguien resentido y te impide conocer a mucha gente con otros puntos de vista. Pero esto siempre lo he sabido, incluso estando en dichas subculturas. Sí que pudieron darme algunas herramientas útiles que aún conservo, si es a eso lo que te referías. Pero para mí fueron más un cole que otra cosa. Y no te vas a quedar toda la vida en el cole.
Sí que hay una parte de tus seguidores, sin embargo, que te reclaman volver a ese elogio al dandismo, a las vanguardias… Puñetazos por los Jam y tal.
Para mí son cosas que han quedado en la periferia o que, directamente y en el caso de las vanguardias, responden a un momento de pequeña enajenación mental: son muy atractivas al primer contacto, pero no dejan de ser un timo. Yo me he sentido timado y no es una dialéctica que me guste utilizar ya. Pero creo que lo esencial en mi forma de escribir no ha cambiado. ¿Puñetazos por los Jam? No sé qué decirte. En los periodos verdaderamente hostiles de tu vida, con quién te acabas juntando no tiene nada que ver con que compartáis o no gustos musicales: lo único que importa es tener un sentido del humor similar. Y gusto, en mi caso, de pasar tiempo en bares y decir chorradas. Si acabé siendo amigo de skinheads en mi adolescencia era porque compartíamos la burricie y el sentido del humor. El afán de destruir mobiliario urbano. Claro que bailábamos y demás, pero una persona por el hecho de pertenecer a una subcultura afín no está eximida de ser cretina o caerte mal.
Esta salida de la cerrazón te llevó, por ejemplo, a apreciar de forma tardía a The Smiths, que era uno de tus grupos de juventud más detestados, ¿no?
Pero esto son bobadas del pop, que yo considero una patología diferente y que no importa nada si la comparas con cambiar de visión política o cambiar el modo en que te comportas. Es como la ropa, que antes era una de las cinco cosas que estructuraban mi mundo y mi vida, cosa que vista ahora me parece ridícula. Pero no he cambiado mi forma de pensar sobre, no sé, el liberalismo: es sólo que ya no pienso en zapatos. Hasta decirlo suena patético.
Como dices, lo que sí que no ha cambiado con los años son tus ideas políticas, siempre hacia la izquierda. En el libro hay un texto maravilloso que hiciste sobre Queralbs, el feudo de los Pujol. Estando tan politizado, ¿por qué hay tan pocos artículos tuyos centrados en actualidad política?
Uno de los problemas que yo veo en cierta parte de la izquierda es la falta de sentido del humor: se lo toman todo muy en serio, con mucha solemnidad. Este posicionamiento casi de cura por parte de alguna izquierda siempre me ha provocado mucho rechazo: estudié en una escuela de curas y detesto los sermones. Si a esto le sumas que mi estilo tiene algo de faltoso, entenderás por qué siempre que me han propuesto algo en esa línea lo he tenido que rechazar. No tengo esa sobriedad en la voz que suele reclamar según qué lector de izquierdas. Yo sólo hablo de anfetas, pollas, tetas y asesinatos.
¿Te sugestiona mucho entonces el feedback que puedas recibir a la hora de escribir algún artículo?
Jabois, en un artículo buenísimo, escribía sobre una época en la que tenía un fan que le contactaba, y cada vez que se ponía a hacer un escrito no paraba de pensar en si a él le gustaría o no. Volviendo a tu pregunta: no, nunca. Y las veces que me ha pasado eso, el resultado es entregar un texto de mierda. En el libro hay una sección de artículos bochornosos, donde incluyo uno súper cursi que hice para impresionar a alguna pájara. De todos los que he escrito, es el que me da más ganas de vomitar. Pero no, intento abstraerme de cualquier tipo de recepción sobre algo que haya escrito. El orden es: tú haces y la gente lo juzgará a su disposición. Esto no es un comité: no vamos a someter todo a votación.
¿Tampoco tienes la tentación de leer los comentarios cuando publicas en un medio digital o ver si algún texto tuyo genera ruido en redes sociales?
"Uno de los problemas que yo veo en cierta parte de la izquierda es la falta de sentido del humor: se lo toman todo muy en serio, con mucha solemnidad"
Qué va. Creo que hay un potencial muy dañino en eso: “¿Le gustará a angelofdeath55 esto que he puesto aquí?”. Saber a quién le gustas o disgustas quita mucho tiempo y me parece vanidoso. Me da más miedo la vanidad que el hatemail. Y las redes sociales no le harían bien a un tío como yo, con episodios cataclísmicos de baja autoestima. Tampoco he ido jamás a la zona de comentarios de mis textos, por esa misma razón. Pero mis amigos, que son voluntariosos y cabrones, sí que me hacen mención alguna vez. Mi reacción es un poco: “¿Has oído lo de matar al mensajero? Pues eso es lo que va a pasar ahora mismo, nen: matar al puto mensajero”. Siento mucho rechazo hacia todo eso. Y lo de enviar tweets, además, lo veo poco viril; es como de cursi cotilla. Es el equivalente exacto de enviarse notitas en BUP.
De hecho, el libro es todo lo contrario a la tónica general de las redes sociales, donde la gente se proyecta más como les gustaría verse que como en realidad son. Tú te sobreexpones de manera brutal en 'Chap Chap' y no siempre sales bien parado. Es como ver una versión analógica y sucia de todas esas selfies perfectas colgadas en Instagram.
Sí, es un poco como en esos foros de rol donde el maciste follaelfos es en la vida real un guiñapo sollozante. La voz de internet es chillona, histriónica, no crea empatía, sobredimensiona situaciones, y lo peor: nunca es memorable. No sé, yo no soy un bloguero. Para poder explicar lo que te ha pasado tiene que haber una curva de digestión y de autoconocimiento. Mi madre murió casi literalmente en mis brazos y es algo de lo que aún no me veo capaz de escribir. La gente que intenta escribir de cosas así sin haber hecho un duelo adecuado no es porque hayan desarrollado un talante especial, y por eso sale lo que sale y los artículos son como son: vómito literario; si lo haces, es porque buscas la gratificación inmediata, por vanidad, con melodrama, con autocompasión. Muchas historias de ' Chap Chap' han tenido que permanecer aparcadas un tiempo hasta poder contarlas. Y con los libros de ficción lo mismo: me tiré más de veinticinco años para poder contar bien mi adolescencia. Por eso soy incapaz de entrar en la tendencia de inmediatez que requieren las redes sociales: yo no funciono así.
Otra cosa que te distingue de todo eso es el rechazar escribir desde el cinismo, otra de las cosas que impera en Internet.
Hay algo muy chungo, y que noto en la gente que tiene menos de treinta años, que es la incapacidad para elogiar sin meter un put down, una especie de semi-insulto cínico. Se me ha acercado gente diciéndome que le encanta tal libro mío para al momento decir que tal otro les parece una mierda. No es que no entienda que algo le pueda parecer una mierda a alguien: es la verbalización y la crítica pueril que no viene a cuento lo que me parece ridículo. Como si fuera imposible mostrar entusiasmo sin parecer vulnerable. Esto me parece una patología súper triste: yo nunca iría a Kevin Rowland para preguntarle por qué salió vestido de señora en My Beauty. Sería imbécil hacer algo así. Pero ya te digo: es una incapacidad generacional. Y te lo comento sin ánimo de sonar como un viejo rockero, que es lo opuesto a lo que soy yo: me niego a ser uno de esos barbudos con pantalones de cuero y soflamas antijuventud. Ya escuché suficientes mierdas así cuando tenía catorce años.
En 'Chap Chap' aparecen de forma reiterada tu pareja y tus hijos. ¿Está cómoda la gente que te es cercana sabiendo que pueden aparecer en tus textos?
Ahí intento andar con cierta cautela, y sí que tengo un debate con lo que publico y lo que no. La desnudez es un deporte de riesgo y te pone en una situación muy vulnerable, pero normalmente mis familiares y amigos que aparecen tan hiperbolizados -hasta el punto de ser personajes, como yo, en los artículos- se lo suelen tomar a mofa. Y el pacto con el lector es saber que exagero atributos y situaciones, aunque mi manera de escribir suponga un ejercicio de honestidad brutal y de no mostrar nada más agraciado de lo que es; eso es menos divertido incluso en la tradición oral: si entras en un bar diciendo que has pegao cinco polvos, tus colegas se van a reír en tu puta cara. No funciona como historia memorable y futurible.
Y ya para acabar, ¿qué has hecho hoy?
Me he bañado en La Escala. Volviendo en coche, he escuchado Nueva Vulcano entre las quejas de los tres otros miembros de mi familia. Espera, no: el pequeño he conseguido que se sume a los coros. Antes de comer, he hecho una entrevista para la TV con una gente muy maja. Después he contestado mails. He leído a Don Carpenter (me tiene súper enamorado 'Los viernes de Enrico’s') mientras mis hijos veían no sé qué parte de 'El Señor de los Anillos'. No sé, he sido muy feliz haciendo todo eso. No sé si a ti te pasa, pero yo veo una diferencia muy clara entre divertirme o ser feliz: no se parecen en nada, no tienen nada que ver. Yo cuando soy feliz puedo estar casi en un entorno de filo-aburrimiento familiar, y a veces puedo divertirme de forma embrutecedora y no ser nada feliz. No quiero que tiren mis cenizas en el lavabo del Heliogàbal. Qué allí me he divertido mucho, sí. Pero estar en paz es otra cosa.
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