4 fotos“Entre Shakespeare y yo, un abismo”Los cinco documentos , comentados por su destinatarioAriel Dorfman23 ago 2014 - 00:01CESTWhatsappFacebookTwitterBlueskyLinkedinCopiar enlace"Estábamos exiliados ya en Washington cuando nos llegó la noticia de la muerte de Carol, terrible para nosotros y devastadora para Julio, como lo sabrá cualquier lector que haya gozado de su delicioso libro de viaje, 'Cosmonautas de la Autopista"."No era habitual que Julio mandara tarjetas postales. Le gustaban las cartas largas y explayadas, que componía mientras fumaba con tranquilidad, escuchando a menudo jazz. Esta, desde Managua, es una excepción. Su apoyo a la causa de los sandinistas, acorralados por el gobierno de Reagan, es de sobra conocido, especialmente su amistad con Sergio Ramírez y Ernesto Cardenal, opositores hoy de Daniel Ortega"."Hacía varios años que yo colaboraba con 'The New York Times' con comentarios sobre la resistencia chilena y la política norteamericana y pensábamos, con Julio, que notas suyas sobre Nicaragua y otros temas podían interesar a Howard Goldberg, mi editor en ese periódico. Saúl Sosnowsky es un académico argentino muy prestigioso, tan amigo de Julio como mío. Fue Saúl el que me llamaría el 12 de Febrero de 1984, para anunciarnos la muerte de Julio"."Siete meses antes de su fallecimiento, ya se le notaban a Julio síntomas de la agotadora enfermedad que lo mataría. Era muy modesto, al no contar que, además de crónicas sobre la causa de los Nicas, escribió bellísimos cuentos en ese período. Alarmado por las palabras con que finaliza esta carta, pensé ir a verlo a París, pero en septiembre de 1983 Pinochet me permitió volver a Chile y ese retorno, junto al intento en los meses siguientes de regresar en forma permanente al país, coparon el tiempo mío y de Angélica. Había hablado por teléfono con Julio a fines de ese año para anunciarle que planeaba un viaje a Europa en enero de 1984, pero nuestro hijo Rodrigo se accidentó y tuve que cancelar el vuelo. Nunca pude, entonces, decirle adiós personalmente, darle ese abrazo que aún me falta. Pero cada vez que leo sus obras, él me da la bienvenida y me despide, sonriente y gigantesco y genial, y ese aliento tiene que ser inevitablemente suficiente".