¿De qué vive el pueblo con menos renta de España?
El municipio granadino de Zafarraya, oficialmente el pueblo más pobre de España, se sustenta del cultivo de regadío y del PER
Cuando uno se aproxima a Zafarraya, en la provincia de Granada, es fácil adivinar cuál es el principal motor económico del pueblo. Campos y campos de hortalizas rodean a esta localidad de 2.040 habitantes. Tanto, que parece que las matas de tomates y calabacines se colasen en algunas calles del municipio, que registró en 2013 la media de renta per cápita más baja de toda España: 10.293 euros por habitante, según la última estadística de declarantes del IRPF divulgada por la Agencia Tributaria.
"Aquí todo el mundo se dedica a la agricultura", cuenta José Miguel Bonilla, pastor de 53 años. Tras su rebaño de ovejas aparece una imagen que se reproduce en cada rincón del pueblo, los inmigrantes africanos que trabajan como jornaleros la tierra. Entre los autóctonos, el debate gira en torno a la cantinela más repetida: "La economía sumergida". "¿Que somos los más pobres? Eso es mentira, lo que pasa es que la gente no declara todo lo que tiene que declarar", se escucha en los corrillos.
Zafarraya se encuentra a unos 80 kilómetros de la capital granadina, a una hora y media por la carretera, casi toda secundaria. Al dejar atrás la vía de montaña, aparece lo que los zafarrayeros conocen como El llano, un valle rodeado de montañas con un clima tropical que rara vez supera los 30 grados, lo que favorece la agricultura de regadío.
En el pueblo hay unos cinco supermercados, un par de talleres mecánicos y seis bares. La industria se reduce a las tres cooperativas donde se envasa la hortaliza y se dispone para enviarla fuera, tanto al resto de España como al extranjero. En el local Valentín, a escasos metros del Ayuntamiento, los jubilados más madrugadores toman el primer café de la mañana por un euro. Nadie quiere dar su nombre, pero todos quieren hablar.
Algunos vecinos señalan que las estadísticas no son veraces porque hay mucha gente que no declara sus ingresos reales
Para muchos de ellos, el problema es que los jornaleros cobran el PER y no declaran todo el dinero que ganan para "no perder esta prestación rural por desempleo". Solo Angélico Ros, de 64 años, está dispuesto a comentar el asunto sin problemas: "Aquí no hay pobreza de ninguna clase. Aquí no se declaran las tierras, alquileres ni dineros. ¡Mira esos coches!", exclama tras el paso de un Mercedes, al que le sigue un BMW. Además del trasiego de vehículos de alta gama, las fachadas de las casas tampoco inducen a pensar en Zafarraya como un pueblo con gente al borde la pobreza.
Ayuntamiento socialista
En el Ayuntamiento gobierna una alcaldesa socialista, Rosana Molina, apoyada por los cinco concejales de su partido y uno más de IU, frente a otros cinco del PP, en la oposición. "Tenemos una economía fluctuante con un cultivo de campaña. Hay unos años que han sido mejores y otros peores. Los precios pueden variar hasta en un 200% de una a otra campaña", manifiesta la edil. Esta temporada el tomate se paga a 80 céntimos el kilogramo y el calabacín, a 30 céntimos, según los trabajadores de una cooperativa.
Sobre las acusaciones de economía sumergida, la alcadesa señala: "No tengo ni idea. No soy inspectora de Hacienda"
A la pregunta expresa de si en el pueblo hay mucha economía sumergida, Molina responde. "Yo en eso no me voy a meter ni voy a entrar ahí. No tengo ni idea, la verdad. No me corresponde a mí, ni soy inspectora de Hacienda". Eso sí, subraya que no cree que su municipio tenga en realidad la renta más baja de toda España. A 30 de junio de 2016, en la localidad granadina había registrados 863 afiliados a la Seguridad Social, de los cuales 534 estaban dados de alta en el régimen agrario.
Entre los 173 autónomos de Zafarraya se encuentra José Miguel Ortigosa, de 70 años, que explota unas cinco hectáreas de tomate, calabacín, judía y pimiento. En contra de la opinión de otros vecinos, este empresario afirma rotundamente que "no hay dinero en B" en el municipio. Tiene 13 trabajadores a su cargo, todos ellos inmigrantes. Les paga unos seis euros la hora y asegura que todos tienen los papeles en regla. "El pueblo tiene un nivel aceptable de vida, pero se da el fenómeno de la economía social o minifundio. Hay miles de inmigrantes que arriendan las tierras de los vecinos del pueblo. Si descuentan los costes, les queda una cantidad parecida a la del jornal", explica Ortigosa.
Una circunstancia que ratifican otros vecinos: todos coinciden en que solo en torno al 30% de españoles explota sus tierras, mientras que el resto se las alquila a inmigrantes, que emplean, a su vez, a otros extranjeros como agricultores. Ortigosa puede llegar a facturar unos 100.000 euros por campaña -que comprende de mayo a octubre-, pero afirma que, tras descontar los costes de producción, la cosecha solo le deja unos 30.000. El empresario destaca, además, que 2013 (año en el que se basa la estadística para situar a Zafarraya como población con la renta media por habitante más baja de España) fue un "annus horribilis" en lo que al cultivo se refiere.
En la fila del supermercado más grande de Zafarraya, Cristina García, de 29 años, no para de despachar clientes. Lleva una década detrás del mostrador, el mismo tiempo que la tienda en el pueblo. Los precios son similares a los de otros municipios. La leche, por ejemplo, oscila entre los 50 céntimos y el euro la de marca blanca.
"No todos los del pueblo son personas mayores. Hay algunos que se han ido fuera a estudiar, pero otros se han quedado en la ganadería y en la agricultura", comenta García, mientras dos chicas de 19 años hacen acopio de bebidas y comida para una barbacoa. Una de ellas, María Isabel Luque, estudia Relaciones Laborales y Recursos Humanos en Granada. En su casa nunca ha faltado de nada. Respecto al bajo índice de renta, lo tiene claro: "Eso es porque aquí hay mucho chanchullo". Según el INE, de los 2.040 habitantes del pueblo, 230 tienen hasta 18 años; 391 tienen o sobrepasan los 65 y los 1.419 restantes están en la franja intermedia.
En una de las cooperativas del pueblo, una veintena de trabajadores, todos españoles y en su mayoría nativos de Zafarraya, apila las cajas de calabacines que ya se han recolectado del campo. Iván Zamora, de 36 años, es uno de ellos. Siempre ha vivido en este municipio granadino. Antes labraba el campo, como muchos de sus amigos, aunque cada vez son menos los que se dedican a esta actividad. Ahora se dedica solo a la cooperativa. Su tarea básicamente consiste en llenar los camiones con la mercancía. Su sueldo depende de los kilogramos que transporte. Entra a las nueve de la mañana "y termina cuando cae el sol". Al mes suele cobrar unos "mil euros y poco", pero "no le da para vivir bien". "Tienes que moverte, ir a la aceituna, a la obra". Está registrado en el régimen general y su día a día transcurre en el pueblo, salvo cuando escapa por ocio a la costa o las localidades vecinas.
Inmigración
Los vecinos de Zafarraya subrayan una y otra vez "la gran cantidad de inmigrantes" que se ha instalado en el pueblo. Una afirmación que se hace realidad al pasear por sus calles. Es viernes, día de culto semanal de los musulmanes, y las casacas de los magrebíes dibujan un camino que finaliza en la entrada del municipio. Una treintena de hombres se agrupa en torno a una antigua nave abandonada que hace las veces de mezquita, a cien metros aproximadamente de la cooperativa.
Beben té y se quejan de las condiciones laborales. Abdil Aziz, de 35 años, es marroquí y llegó a España hace veinte en una patera. Dice cobrar de tres a cinco euros la hora y duerme en un coche. "No estoy dado de alta en la Seguridad Social, no tengo asistencia médica ni dónde ducharme. Da igual que mi jefe sea español o inmigrante, porque los inmigrantes han copiado las formas de los de aquí", manifiesta exasperado.
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