¿Huelgan las palabras?
¿Una huelga general convocada por los sindicatos contra un Gobierno socialdemócrata? Ha tomado medidas impopulares e irritantes, se nos dice. ¿Necesarias?
Recordemos cómo accedió al poder Margaret Thatcher. Hacia 1978, el Gobierno del laborista James Callaghan choca con los sindicatos británicos. ¿El motivo? Las subidas salariales en medio de una circunstancia inflacionista. Los sindicatos se muestran beligerantes y el resultado es un gran malestar social y huelgas.
Entre la población británica se extiende una gran demanda de estabilidad frente a lo que parece el desorden del Imperio en decadencia y la fatalidad de la arrogancia sindical. ¿El resultado? En 1979, Margaret Thatcher gana las elecciones con un mensaje de reducción fiscal y de optimismo emprendedor. Durante su campaña, la futura primera ministra había proclamado una política monetarista y había expresado la necesidad de reducir el Estado, favoreciendo el libre mercado.
Thatcher se alza con el triunfo, sí. Es probable que la razón no fuera la convicción monetarista de los votantes, ignorantes de lo que les esperaba, sino el mensaje de orden patriótico, el relato firme de estabilidad que supo transmitir. Al poco tiempo de su éxito electoral, la primera ministra empezaba a aplicar una terminante política antiinflacionista, con el efecto de un espectacular crecimiento del desempleo.
Y con el efecto de una fortísima oposición sindical, por ejemplo en el sector de la minería. Sin embargo, Margaret Thatcher sale vencedora de esa confrontación, con una fuerza que la guerra de las Malvinas redoblará.
En esa circunstancia, los sindicatos quedarán sometidos y prácticamente humillados, y la socialdemocracia tardará en recuperarse y sobre todo tardará en encontrar un discurso convincente. Thatcher no será descabalgada por su rival, sino por alguien de su propio partido: John Major, un delfín posteriormente hundido por las luchas intestinas y por un laborismo pugnaz, coherente y renovado.
Las analogías históricas tienen un valor muy limitado, pues solo sirven para hacerse una idea aproximada de lo que puede sucedernos a tenor de lo ocurrido en otras fechas. Aunque el pasado nos enseña, las circunstancias no se repiten.
Admitido esto, ignoro qué consecuencias traerá el hecho; como también ignoro quién es quién en este drama. No sé si Rodríguez Zapatero es un James Callaghan reconvertido en Thatcher a su pesar. No sé si Mariano Rajoy es un Major en espera de llegar al poder por la simple inercia de las cosas: un Major, futura víctima de su propio partido. Y no sé qué lección sacaremos de todo ello.
No huelgan las palabras.
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