La chapuza del 'narcosubmarino'
Galicia fue banco de pruebas para un curioso transporte de cocaína
Fue el encargo de un cartel que quería ensayar en España el último invento de los traficantes colombianos de cocaína para blindar sus envíos a EE UU y Europa. Pese al meticuloso plan, todo el trabajo de ingeniería naval que asumieron los narcos gallegos se convirtió en un estrepitoso fracaso y un timo para sus socios suramericanos que financiaron el invento. Los siete cómplices se enfrentan a penas de entre 10 y 13 años de cárcel. El fiscal Antidroga Marcelo de Azcárraga les acusa de un delito de conspiración para delinquir por intentar introducir a través de las costa gallega más de 750 kilos de cocaína pura, utilizando ese artefacto semi-sumergible que nunca llegó a navegar.
Los preparativos se remontan a 2005. Como es habitual en estos casos, los colombianos concertaron el transporte con una organización gallega. Dos empresarios de Sevilla y Estepona asumieron el compromiso de financiar el traslado de la droga. Desde Majadahonda el delegado del cartel colombiano, Angel David Ríos, daba instrucciones a Francisco Omil, apodado Camisas, condenado en la Operación Nécora y máximo responsable de la organización gallega. Desde Vigo, el operativo lo coordinaba Jesús Iglesias Fernández, que era informado puntualmente de la construcción del submarino por Manuel Clemente Grova, El Ingeniero. Grova, de 56 años, había diseñado el submarino en una nave anexa a su domicilio, en Gondomar. Ésta sería pilotada por un solo ocupante, Juan Carlos González Filloy, de 45 años, gallego afincado en Tarragona. En su periplo, el artefacto iría acompañado por un velero que sería tripulado por José Manuel González Rodríguez, El Mecánico. Los constantes traslados del batiscafo, siempre en Galicia, hicieron sospechar a la policía que empezó a controlar las reuniones del grupo. Los dueños de la droga pagaron a Grova al menos 100.000 euros para la construcción y avituallamiento del sumergible y del velero. La primera botadura, el 4 de agosto de 2006, se frustró por problemas mecánicos. Ocho días más tarde el artefacto intentó zarpar, también sin éxito. Su único tripulante, temeroso de que el oxígeno que entraba por un tubo no fuese suficiente, optó por desembarcar. Viendo la que se le venía encima, su jefe, Manuel Clemente decidió abandonar el batiscafo en medio de la ría de Vigo. Simuló su aprehensión por la policía para que el cartel colombiano intentase trasladar la droga en el velero. A la mañana siguiente, la policía logró localizar el submarino.
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