Fieras amaestradas bajo la carpa
La llegada a Madrid de un circo juzgado en EE UU por maltrato aviva la polémica del uso de animales en espectáculos - Ciudades como Barcelona lo han prohibido
En los vagones del circo Ringling viven un grupo de elefantes asiáticos y otro de tigres de bengala. El espectáculo americano, de viaje por primera vez en España, ha acampado esta semana en Madrid. Para recibirles les esperaba Tom Rider, un antiguo trabajador del circo encargado de cuidar a los elefantes a finales de los noventa. El cuidador ha venido a denunciar el "abuso sistemático" que se hacía de los animales mientras él estuvo trabajando con el Ringling. "Cada día les pegaban con unas varas con ganchos", explica Rider. "Cuando pregunté, me dijeron que eso era disciplina".
El ex trabajador se unió a las asociaciones estadounidenses en defensa de los animales y este año ha sentado en el banquillo a los responsables del Ringling, uno de los circos más antiguos del mundo, acusándoles de maltrato a los elefantes y de incumplimiento de la ley ambiental de especies protegidas de EE UU. El caso está pendiente de sentencia. La asociación española en defensa de los animales AnimaNaturalis, de la mano de la estadounidense PETA, dirigió una carta al alcalde de Madrid para que el Consistorio impidiera la entrada del polémico espectáculo. Pero el circo se instaló el pasado jueves en el Centro de Espacios y Congresos Telefónica Arena. La Comunidad ha revisado las identificaciones de los animales y el Ayuntamiento, que se pasa la responsabilidad sobre estos espectáculos de una área a otra, ha hecho la inspección sanitaria. "No se puede impedir la actuación de un espectáculo si no hay una denuncia", explica una fuente municipal. Las asociaciones admiten que, sin una condena, ésta es una actividad completamente legal.
Un cuidador denunció el abuso a los animales en el Ringling
"Las normas y los controles son exhaustivos", dicen en la empresa
Los responsables del circo, por su parte, aseguran que la suya "es una gran empresa", en la que "las normas y los controles son exhaustivos", y afirman que "nunca han cometido una infracción". Niegan así la larga lista de irregularidades que enumera la asociación americana PETA, incluyendo decenas de casos de muertes y maltrato de fieras y otras tantas investigaciones del circo por el Departamento de Agricultura estadounidense.
El Ringling, sin embargo, explica que sus técnicas de ensayo con los animales son "totalmente naturales". Janice Arias, al mando de un centro para la conservación y cría de elefantes que el circo mantiene en Florida, explica que se basan en el comportamiento de los paquidermos cuando son pequeños para enseñarles a realizar los trucos.
Al margen de la lucha entre ONG y domadores en el caso de este circo juzgado en EE UU, su visita a Madrid ha reavivado la polémica sobre el uso de fieras amaestradas en estos espectáculos. "Mantener a los animales salvajes en un espacio que imite al que tienen en libertad dentro de un circo es completamente imposible", opina Alberto Díez, portavoz de la ONG Infocircos, una coalición de asociaciones ecologistas que se han unido para acabar con la utilización de animales en estos espectáculos. La Asociación de Artistas y Amigos de las Artes Circenses, aunque evita entrar en el debate, se muestra a favor de mantener la tradición "si se les tiene como es debido".
La campaña invernal de este espectáculo itinerante ha dejado cuatro carpas en la capital en cuyos escenarios actúan animales salvajes. Además del Ringling, han acampado el Circo Americano (en Méndez Álvaro) y el Gran Circo Mundial (con una carpa en Las Ventas y otra en Monforte de Lemos). Una de sus estrellas todavía adorna los carteles publicitarios de las estaciones de Metro. La llaman "El Oso Humano". Bajo los focos, después de que una voz invite al público a sumergirse en el mundo "donde los sueños se convierten en realidad", un oso pardo demuestra sus habilidades: da volteretas, toca la trompeta, hace girar un hula-hop, se sienta en una silla, hace el pino e incluso dedica un corte de mangas al público. Fuera, en una pequeña carpa instalada en el descampado que rodea al circo, en medio de las caravanas, esperan cuatro elefantes africanos, atados por las patas, a que llegue su turno en la función.
"Para los animales ese tipo de vida supone un sufrimiento más mental que físico". Lo dice Guillermo Bustelo. Y habla con conocimiento de causa. Es el director del centro de recuperación de primates Rainfer (en la sierra madrileña). Un lugar que acoge, entre otros primates, a 20 chimpancés, la mayoría de ellos provinientes de circos.
Maxi e Iván fueron los últimos en llegar, hace unos meses. Pueden preciarse de ser los últimos chimpancés de un circo español. "Ya no queda ningún gran simio en los circos de España", explica el portavoz de Infocircos. "No hay ninguna legislación, pero ha sido un movimiento estratégico para lavar su imagen", opina. Maxi e Iván pasaron casi 40 años entre bambalinas. Desayunaban té con pastas, patinaban con trajes de flamenco y saltaban sobre fuego y sables. Dejaron maravillados, seguramente, a miles de niños durante sus años de viajes por España y Europa. A cambio, pasaron su vida recluidos en una jaula de dos metros, de la que sólo salían los 10 minutos diarios que duraba la función. Al centro de Bustelo llegaron con falta de pelo, falta de coloración en la piel y con deformaciones óseas debidas al raquitismo que sufrieron por la inmovilidad y la mala alimentación. Maxi, a sus 37 años, tiene el tamaño de un chimpancé de cuatro.
"Pueden tardar hasta un año en adaptarse a un grupo de su especie", explica el cuidador. "Ya nunca podrán adaptarse a vivir en libertad, pero al menos van a tener una buena jubilación", sonríe Bustelo mientras contempla a otra decena de chimpancés recuperados de circos, que campan a sus anchas por las instalaciones del centro.
Varias ciudades españolas prohíben que se utilicen animales salvajes en los circos. Es el caso de Barcelona, que lo denegó en una ordenanza del año 2003. El mismo camino han seguido, entre otras, Lleida, Girona, Monzón o Basauri. También algunos países como Canadá, Suecia o Dinamarca.
El Ayuntamiento de Madrid rechazó el pasado verano una propuesta hecha por el grupo municipal Izquierda Unida al respecto. "Los circos atentan contra los derechos de los animales, y los niños se llevan una visión equivocada del mundo en el que viven", opina Raquel López, la concejal de IU que presentó la proposición. El grupo popular recordó la tradición circense y delegó en la Comunidad la responsabilidad de elaborar una normativa. La Comunidad no lo tiene previsto.
"Detrás de todo esto hay unos ensayos donde se emplean métodos de persuasión agresivos", opina Pedro Pozas, portavoz de Proyecto Gran Simio, que ha participado en varios rescates de animales maltratados. "En los circos, los niños ven comportamientos que no son normales en las especies". ¿Cómo se consigue que el rey de la selva salte entre el fuego que le aterroriza? ¿O que los tigres, animales solitarios, actúen en grupo? ¿O que un elefante siente sus cinco toneladas de peso sobre un taburete? Jennifer Berengueras, de la Fundación para la Adopción, Apadrinamiento y Defensa de los Animales (FAADA), reitera: "No existe un refuerzo positivo que consiga algo así".
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