Una subida hacia abajo
En estos días son legión los economistas dispuestos a tildar de ignorantes a quien ose hablar de deflación. Deberían empezar por los académicos de la lengua, que en su diccionario la definen como un "descenso del nivel de precios debido, generalmente, a una fase de depresión económica o a otras causas". Aunque la marcha de la economía sea algo deprimente, podemos admitir que no estamos en una depresión. Pero, a menos que la caída de precios se considere divina -incausada- parece claro que debe responder a "otras causas". Luego tenemos deflación.
"Desde una perspectiva analítica rigurosa, el concepto de deflación sólo se aplica al fenómeno de una caída generalizada y prolongada de los precios", señalaba el Banco de España en su último boletín económico. O, dicho de otra forma, ¿qué sabrán los académicos de economía?
Algo sí debe saber el FMI, que en uno de los estudios más completos sobre la materia, supervisado por Kenneth Rogoff en 2003, sostenía que la deflación es "una caída sostenida en un índice agregado de precios como el índice de precios al consumo (IPC) o el deflactor del PIB". Y añadía: "Uno o dos trimestres de caídas de precios, aunque técnicamente constituyan deflación, no serían preocupantes". Vaya, pues aquí la tasa anual del IPC lleva ya tres meses en negativo (y le faltan al menos otros tantos). Y parece que eso es económicamente prolongado para el FMI.
¿Y generalizada? Veamos la definición de Bernanke, al que tampoco cabe considerar muy ignorante: deflación es "una caída general de precios, con énfasis en la palabra 'general". Pero, bueno, ¿cómo de general? Pues según el actual presidente de la Reserva Federal, la "deflación per se ocurre cuando índices de precios de base amplia como el índice de precios al consumo registran caídas sucesivas". Vaya, pues lo que cae aquí es eso, un índice de base amplia.
¿Sólo por el petróleo? Pues va a ser que no. Bajan los precios de los zapatos, de la ropa de hombre, mujer y niño; de los coches, frigoríficos y lavadoras; de los juguetes y los medicamentos; del pan, la leche, el aceite, el pollo y el pescado, y no digamos de los teléfonos, ordenadores, equipos de sonido y fotografía. Así, más de una treintena de subclases cuyo peso en el IPC cuadruplica al de los productos energéticos. Y eso con datos de abril, cuando la caída de los precios era del 0,2%, y no del 0,8%.
Si esto no es deflación -por el efecto base-, se le parece bastante. Algunos usan "desinflación", una palabra que, dejando de lado el pequeño detalle de que no exista, se refiere en puridad a una reducción del ritmo al que los precios suben, pero sin llegar a caer. Y otros rizan el rizo y para esquivar la deflación, hablan de inflación negativa. O, lo que es lo mismo, de una subida hacia abajo.
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