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Crónica:CRÓNICAS DE AMÉRICA LATINA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La tercera vía del cine ecuatoriano

Circula desde principios de año una cita de Albert Einstein sobre las crisis (enviada, sin duda, pensando en el crash económico que se abre bajo los pies de todos) en un yahoo group que reúne a los cineastas ecuatorianos. El correo dice que las crisis son momentos oportunos para la renovación y que eso es lo que debería plantearse el cine ecuatoriano. Es un correo festivo donde se piensa con optimismo que Ecuador puede entrar a los circuitos internacionales gracias a que ahora existe un Consejo Nacional de Cine (CNC). El correo, cuando lo leí, me sonó a una broma de mal gusto. El presupuesto del CNC en 2008 para financiar proyectos cinematográficos fue de 554.000 dólares; cada producción recibe, de acuerdo con la categoría en la que concursa, entre diez y sesenta mil dólares.

Corto recorrido por la cinematografía contemporánea

La película que marcó un antes y un después en el cine ecuatoriano se estrenó a finales del siglo veinte y la dirigió Sebastián Cordero; Ratas, ratones y rateros demostró que una película ecuatoriana podía ser reconocida por la crítica internacional (Huelva, Festival de La Habana) y, también, ser un éxito de taquilla. A partir de ese momento el cine hecho en Ecuador adquirió otro ímpetu: Fuera de juego, de Víctor Arregui, ganó el Premio Cine en Construcción del Festival de San Sebastián; se creó el Festival Encuentros del Otro Cine (EDOC) de cine documental; nació el Festival Cero Latitud de cine iberoamericano; Fernando Mieles ganó el premio al mejor guión del Festival de Cine Pobre de Gíbara; aparecieron dos nuevas escuelas de cine (Incine y la Escuela de Cine de Guayaquil); la película ¿Qué tan lejos?, de Tania Hermida, se convirtió en un fenómeno sociológico más allá del cinematográfico (tuvo más de trescientos mil espectadores en España), y el cine digital comenzó a ganar fuerza y las salas comerciales a cargar proyectores en ese formato. Ocurrieron otras cosas en esos años, pero fueron estos hechos los que dieron forma a lo que ahora se especula es el cine ecuatoriano. Esto es, un cine de bajo presupuesto (el costo promedio de producción fue de trescientos cincuenta mil dólares, aunque varias películas contaron con presupuestos mucho menores); de escasa distribución internacional; un cine con pretensiones realistas que busca un punto medio entre los géneros (road movie, thriller) y la tradición del Nuevo Cine Latinoamericano (más por razones de presupuesto que de deudas ideológicas. Esto es: uso de luz natural, localizaciones en exterior, utilización de actores no profesionales); un cine que busca profesionalizarse: salir a festivales, competir por mercados, manejar presupuestos internacionales, ajustarse a los estándares de calidad mundiales, volverse industria. Hasta ese momento cada realizador jugaba por cuenta propia pues no existía la noción de un cine nacional; con la aprobación de la primera ley de cine y la creación del CNC y un Ministerio de Cultura, en 2007, las cosas parecieron cambiar. Con dineros del Estado, el cine ecuatoriano podría armarse como una figura identificable en el ámbito internacional.

Por lo pronto, eso no pasa

El CNC ha hablado de industrializar al cine ecuatoriano, con cinco largometrajes anuales es una meta más bien utópica. Si además pensamos que no existen incentivos fiscales para que la empresa privada (que aún no ve el cine como un negocio) se interese en invertir, vamos directo a una calle sin salida. Quizá el CNC debería buscar alternativas creativas para un cine que nunca (si se trabaja bajo los estándares de calidad internacionales: proyección en 35 milímetros; copias múltiples que superen la docena; publicidad y distribución internacional; tablas que fijen los pagos a técnicos y actores) podrá recuperar su inversión en el ámbito nacional. Según cálculos, una película que se muestre en todas las salas del puñado de ciudades que tienen múltiplex y que se mantenga dos meses en cartelera (otra utopía, digamos) llegará a recuperar como mucho trescientos mil dólares. Crónicas, de Sebastián Cordero, la primera gran coproducción ecuatoriana, costó más de tres millones.

Entonces...

Quizá mirar hacia dentro y no sólo fuera, mostraría alternativas; armaría otra forma de entender nuestra periférica producción cinematográfica para renovarla. Uno de los mayores problemas es la distribución como lo es en todo el mundo hispano, los debates del Primer Congreso Iberoamericano de Cultura realizado en octubre pasado lo hicieron patente. Si se llegara a pensar fuera del ideal de mostrar una película en 35 milímetros existe la posibilidad de distribuir directamente a DVD. El circuito, además, está plenamente probado. Ahora mismo y desde hace más de una década, varios cineastas amateurs producen y exhiben películas en muchas de las provincias de Ecuador; su circuito de distribución es el del mercado pirata de DVD que tiene redes a nivel nacional. Como ellos han perdido el control sobre sus producciones, han optado por autopiratearse (nada de ilegal en eso) y vender como venden sus películas los piratas reales: en las calles y buses del territorio nacional. Suena a una alternativa, a una novedosa tercera vía si se la ajusta y legaliza. Hace años, la Cámara Peruana del Libro y los piratas callejeros llegaron a un acuerdo que benefició tanto a distribuidores como a editores y lectores. Con un medio de distribución distinto también se podría pensar en apoyar producciones que no necesariamente van a recuperar costos pero que sí romperían con la autoimpuesta camisa de fuerza del CNC. En las dos convocatorias hechas no se han premiado guiones o producciones que escapen de la lógica del mercado y los jurados internacionales que han juzgado los proyectos han sido en su gran mayoría productores. ¿Qué tan sabio es crear una cinematografía pensando en cómo se defenderá económicamente?.

Gabriela Alemán (Río de Janeiro, 1968) es autora, entre otras obras, de Cooperativa Pozo Wells (Eskeletra. Quito, 2007) y Body time (Planeta. Quito, 2003)

Imagen de la película <b><i>¿Qué tan lejos?,</b></i> de Tania Hermida.
Imagen de la película ¿Qué tan lejos?, de Tania Hermida.

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