Derecho de subsistencia
La idea que se propone aquí es de sencilla exposición y difícil respuesta: ¿tiene derecho cualquier persona, por el hecho de ser ciudadano de un país, a percibir los recursos suficientes para sufragar sus necesidades vitales mínimas? Importa mucho que se entienda bien la premisa implícita en la cuestión. No se trata de subsidiar a los desempleados, ni de pagar subvenciones a las familias, ni de conceder ayudas entre el intervalo entre dos empleos, ni de una incitación pagada a cambio de una futura reinserción laboral. Se trata sencillamente, si la respuesta es afirmativa, de reconocer un derecho tan primordial como el de la vida, que es el que cada persona disponga de los recursos adecuados para subsistir, trabaje o no. Es decir, si tiene derecho a una renta básica. Como la que ya existe en Alaska (920 dólares en 2004 por persona y año).
La renta básica. Una medida eficaz para luchar contra la pobreza
Philippe van Parijs y Yannick Vanderborght
Paidós
ISBN 84-493-1932-3
Vanderborght
Así definen tal renta los autores del libro: "Un ingreso conferido por una comunidad política a todos sus miembros, sobre una base individual, sin control de recursos ni exigencia de contrapartida". Quien mejor formuló el derecho individual a la subsistencia pagada, por decirlo así, fue Hugo Grocio, eximio jurista holandés muerto en 1645. En su opinión, la tierra es propiedad común de todos los hombres y, por tanto, todos tienen derecho a disfrutar de los beneficios que produce. No son necesarias conexiones secundarias -trabajo, familia- para reclamarlo. Los autores del libro recorren muchos antecedentes y no pocas opiniones para sustentar la pertinencia de esa renta -Thomas Paine, G. D. H Cole, James Meade o James Tobin, por ejemplo-, pero, en definitiva, Grocio está en todas y cada de ellas y, lo que es mejor, en los términos más radicales.
En sociedades inmersas en sistemas de bienestar, con protección ligada al mercado de trabajo y controles burocráticos sobre los ingresos familiares, suena extraña la idea de un ingreso mínimo para pobres y ricos. Esta extrañeza es precisamente la que intentan combatir Van Parijs y
. Que, no es necesario insistir demasiado en ello, son acendrados partidarios de la renta básica.
El fervor de los autores queda, no obstante, matizado a veces por el atrevimiento evidente de la idea. La estructura mental de las sociedades contemporáneas está sólidamente anclada en la rentabilidad, el provecho y en la tenue conexión religiosa de "ganarse el pan". Van Parijs y Vanderborght llegan a sugerir que algunos aspectos de la renta básica pueden resultar "repugnantes", quizá con la acepción de "chocantes". Late el horror a la dilapidación, a la percepción irresponsable de riqueza; también el temor a la haraganería y a la desvertebración que evita el trabajo.
El tono general del texto es enumerativo, precavido. Los autores hacen aparecer por su orden cada una de las consecuencias administrativas de la aplicación de la renta básica. ¿Debería pagarse en una sola vez o durante toda la vida? En el segundo caso, ¿con periodicidad semanal, mensual o anual? ¿Cuál sería la cantidad adecuada, por encima del nivel reconocido como umbral de pobreza? O bien, ¿debería capitalizarse un fondo común cuya gestión financiera generase el dinero de la renta básica, una fórmula muy compatible con la economía de mercado?
No es difícil imaginar más preguntas e inconvenientes. Tampoco lo es predecir que Van Parijs y Vanderborgth seguirán predicando la buena nueva de la renta mínima universal. A pesar de las dificultades evidentes, la idea tiene el encanto rousseauniano de las comunidades fundacionales.
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