"Sólo tres personas han silenciado Maracaná: el Papa, Sinatra y yo"
A 22 kilómetros de Montevideo, la ciudad donde nació, Alcides Edgardo Ghiggia (Uruguay; 79 años) hace una vida de veterano en el suburbio de Canelones de las Piedras. El lugar no es lujoso, y hace mucho tiempo que el viejo figuró entre los mejores extremos de todos los tiempos. Apenas nadie recuerda que estuvo a punto de fichar por el Real Madrid. Lo que nadie olvida, en especial los brasileños, y más en este momento, horas después de otro batacazo de Brasil, es que Ghiggia alcanzó la gloria una calurosa tarde de julio de 1950. No es porque aquel día probara su valía como velocista con un perro -"siempre me ganaba, hasta que un día pude con él", recuerda con cariño-; la razón era más digna. Ghiggia acababa de anotar el gol más tormentoso de la historia del Mundial, cuando Uruguay ganó en casa a Brasil (1-2) en la gran final. Había surgido la leyenda del Maracanazo.
"Los dirigentes confiaban tan poco en nosotros que volvieron a Montevideo mientras se jugaba la final. Luego, algunos se quedaron las medallas"
"Barbosa no falló. Tiré casi sin ángulo y él pensó que iba a dar el pase atrás, como hice en el primer gol con Schiaffino. Por eso dejó un espacio"
Pregunta. ¿Cómo fue la entrada en Maracaná?
Respuesta. Un día así no se olvida fácilmente. Creo que es imposible ver hoy día algo ni siquiera parecido a aquello. El ambiente era de euforia, los brasileños estaban seguros de que nos iban a ganar. Nosotros estábamos tranquilos. Además, ya les conocíamos, un par de meses antes jugamos la Copa Río Branco con Brasil, y nos vimos en tres partidos. El primero les ganamos 4-3, el segundo perdimos 2-1 y el tercero caímos 1-0. Así que no estábamos tan lejos de ellos. Nos vino bien para conocer su poderío; sabíamos cuáles eran sus puntos fuertes y sus puntos débiles.
P. Entonces, ustedes no llegaban más nerviosos de lo normal a la final.
R. Andábamos relajados, sabíamos cómo jugarles, la manera de frenarlos, partiendo de la base que en la primera parte no podíamos conceder un gol. Tuvimos la mala suerte de que en el segundo tiempo nos marcaron al poco de arrancar, a los dos minutos. Nada más volver de los vestuarios, ¡zas!, gol de Friaca. Bueno, teníamos que tratar de atacarlos y por lo menos empatar. Eso de primeras, porque las tablas no nos valían. Era una final peculiar, el último partido de la fase final, y el campeón sería el que sacase más puntos. Se nos dio todo como habíamos pensado y por suerte pudimos vencer. Y ser campeones del mundo.
P. ¿Qué se decían cuando marcó Friaca?
R. Yo no lo ví, porque estaba en la parte opuesta. Decían los defensas que el linier había levantado el banderín indicando que era offside. Al parecer, levantó el brazo y lo bajó enseguida. Entonces lo que pasó es que nuestro capitán le reclamó al árbitro. Yo pensé: 'Es inútil que le proteste'. Porque el árbitro (George Reader) era inglés, mi compañero no hablaba su idioma... ¡y los árbitros no hablaban castellano! Digamos que era difícil entenderse.
P. Cuenta la leyenda que Obdulio hizo algo como encararse con todos los brasileños.
R. Discutió con el árbitro. La leyenda se ha exagerado.
P. En el gol del empate, asistió a Schiaffino.
R. Me escapé de la defensa brasileira, crucé la pelota hacia atrás porque sabía que venía y, tal como vino, la tomó y Barbosa no lo pudo evitar. Ellos se quedaron fríos, yo que sé... ¡Faltaba casi media hora! Pero ese Brasil no era un equipo al que se le viera capacidad de reacción... ¡Con toda la hinchada que había! ¡Se quedaron helados!
P. Usted le aguó la fiesta a toda una nación.
R. Es algo inolvidable, lo máximo. No se puede pedir más. El gol fue un calco del primero. Me fui de Bigode, que era mi marcador, entré en diagonal y el arquero, Barbosa, se pensó que iba a pasarla atrás. Entonces abrió un poco el arco en busca del centro, y como ví que dejaba un espacio tiré. Fue en cuestión de segundos. Por suerte, la pelota entró junto al poste.
P. Todo Brasil culpó a Barbosa.
R. Barbosa no falló, tiré a portería casi sin ángulo, cuando lo lógico hubiera sido abrir la pelota hacia la posición de Schiaffino, como en el primer gol. Por eso se abrió para cubrir más portería, pero desprotegió el primer palo.
P. Habían remontado en Maracaná. Ni más ni menos.
R. No vaya tan rápido. Quedaban 11 minutos, que no se hicieron largos. Se hicieron eternos. Por suerte, nos plantamos bien en el campo, la defensa estuvo bien y no tuvieron manera de marcar.
P. Algo tenía usted, que marcaba al principio y al final de los partidos.
R. Sí, a Bolivia la batí en el minuto 83 de la primera fase... También le hice gol a España y Suecia. Física y mentalmente me encontraba bien. Un jugador de fútbol tiene sus altibajos, pero se recupera y vuelve al mismo nivel de antes.
P. ¿Cómo secaron a Brasil?
R. Era una selección con un esquema de juego muy lindo, todos sus atacantes era excelentes, goleaban a todos los equipos con los que se encontraban, y como si nada les metían cinco o seis goles... Había que cuidarse de eso, y por suerte nuestra táctica nos valió. Les ahogamos en el centro del campo... y la fiesta que ya tenían preparada.
P. ¿Se notaban más frescos? Se lo digo porque en la primera fase sólo se las vieron con Bolivia.
R. Es que Francia y Perú no se presentaron, así que sólo nos quedó Bolivia. Puede ser que al no tener que competir tanto llegásemos más descansados, pero aparte de eso, había que sudar para ganarnos. Estábamos en una buena época, con un gran nivel de fútbol... no como ahora. Ahora el nivel del fútbol uruguayo está muy bajo.
P. ¿Qué le pareció que la última generación cayera con Australia?
R. Vi casi todos los partidos de la selección, y no rendía como uno se espera. Con esos jugadores de renombre que había... Se esperaba mucho más de ellos. El deporte se ha comercializado tanto que los jugadores se olvidan de lo que es defender una camiseta. Eso es lo que pasa.
P. Usted marcó en todos los partidos, incluido ante España, la única que empató con los futuros campeones.
R. Sí, en Sao Paulo. Ese día lloviznaba, empatamos a dos. Nos pusimos por delante con un gol mío, a la media hora, pero Basora metió dos antes del descanso. Varela logró el empate a falta de 15 minutos.
P. Fue la mejor actuación de España en un Mundial.
R. Tenían un buen equipo, Ramallets era muy bueno, como Basora, como Zarra... No me extraña que llegasen a la ronda final. Sin duda fue el partido más complicado que tuvimos. Estuvieron cerca de ganarnos.
P. Volvamos a Maracaná. A Brasil le bastaba con empatar...
R. En esa época el campeonato del mundo se jugaba por puntos. Y Brasil nos llevaba uno de ventaja después de nuestro empate con España. Con un punto eran campeones del mundo. ¡Qué ganas tenían! Porque entonces todavía no tenían ninguno.
P. ¿Se conjuraron antes de saltar a la hierba?
R. ¡No, promesas ninguna! Teníamos tal confianza... No era imposible. Te puedes encontrar enfrente con un equipo muy poderoso, pero todo se define en la cancha de juego. El público, aunque grite, no juega. Y eso que Maracaná impresiona. Verlo lleno... Verdaderamente es inmenso. Por suerte, al final del partido la gente nos recibió bien, y algunos hasta nos felicitaban.
P. Con todos mis respetos, serían tres locos.
R. Cuando hicimos el segundo gol, se produjo un silencio enorme. No se oía nada. Habría 50 hinchas charrúas, ¡por 200.000 brasileños!
P. Exactamente había 199.854 aficionados en la grada.
R. ¡Es que había redondeado! ¡Ja, ja, ja! Pero antes el fútbol era distinto. Jugar con la malla de tu país... se sentía muy dentro. Ahí, en el corazón mismo.
P. ¿Qué le parece el término Maracanazo?
R. Perfecto para definir lo que ocurrió. Es lindo. Un día de vuelta en Brasil le dije a un brasileiro: '¿Sabe qué? Tres personas callaron Maracaná'. 'A ver, ¿quiénes? El Papa, Frank Sinatra y yo. ¡Ja, ja, ja!
P. Su gol no fue casual.
R. Al contrario. Tenía ensayada la jugada con Julio Pérez, que me entregaba la pelota y cuando el lateral se me acercaba yo se la devolvía y me metía en diagonal al área. Como era tan rápido, siempre me iba. El compañero de ala sabía de mis cualidades y me sacaba el mejor rendimiento.
P. ¿El árbitro fue casero o no le pudo el ambiente?
R. Fue correcto, el inglés ya nos había pitado contra Bolivia. Míster Reader estuvo correctísimo. Ni nos dio ni nos quitó.
P. Nada más acabar el partido abrió los brazos en cruz y dio las gracias a Dios. ¿Hubo ayuda divina de por medio?
R. Algo hubo. En el fútbol no basta con ser el mejor, hay otras cosas que influyen.
P. ¿Recuerda la repercusión de su victoria?
R. Bueno, bueno, cuentan que hasta algún que otro brasileño se suicidó. ¡Y Montevideo era un carnaval! Nunca había visto tanta gente junta como el día que regresamos, ¡ni en Maracaná! Me quedé asombrado. Como nuestros dirigentes, que estaban volviendo a Montevideo justo cuando se empezaba a jugar el partido. No confiaban en nosotros. Incluso en el hotel nos habían repetido que lo importante era evitar una goleada.
P. Luego se fue a Europa.
R. Estuve diez años en Italia, nueve en la Roma y uno en el Milan, hasta los 37 años. Luego volví a Montevideo, y jugué algunos partidos como veterano en beneficio de un hospital. Fue cuando el Danubio me contrató. Alargué mi carrera hasta los 42 años. Entonces me dije: '¡No va más! Se acabó el fútbol!'. Desde entonces he pasado una vida tranquila, con la familia. El Estado me concedió una pensión. No me puedo quejar.
P. El pueblo pidió que usted fuera senador. ¿Se lo planteó?
R. No. Siempre se han preocupado de colgarse las medallas. ¡Nos pasó a nosotros, en 1950! Cuando las repartieron hubo jugadores que no la recibieron. Los dirigentes se las quedaron.
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