Un drama moderno
"Como los héroes y las heroínas de Homero y la tragedia griega, los hombres y mujeres de la Biblia hebrea son esencialmente ligeros de espíritu, pues confían en las tradiciones dentro de las que han nacido, aun cuando deben subvertirlas y seguir sus propios caminos. En el caso de san Pablo, como en el de Platón, esta clase de confianza ha desaparecido. Es precisa una vigilancia, un cuestionamiento de sí mismo y una autoevaluación perpetuos. Ahora reina la desconfianza: desconfianza hacia el mundo, hacia los otros y, sobre todo, hacia uno mismo". Así queda iniciado el encuentro entre la escritura de la confianza y la escritura de la sospecha. La actitud que Aristóteles reserva al espectador de la tragedia griega clásica ("mira y ve y, habiendo visto, conduélete") hace que ésta sea contemplada desde el pesar y no el dolor, pues el primero es a la vez exterior e interior y el segundo es sólo interior. El primer modo pone su acento en el mythos, el segundo sólo en el héroe y su interioridad. Éste es la diferencia, según Nietzsche, entre la levedad griega y la pesadez moralizadora de los pertenecientes a la tradición judeo-cristiana. El héroe trágico clásico cumple su destino y ésta es su confianza; el héroe trágico moderno se debate entre la pasión y la angustia porque carece de destino que lo justifique.
CONFIANZA O SOSPECHA
Gabriel Josipovici
Traducción de José Adrián Vitier. Turner/Fondo
de Cultura. Madrid, 2002
276 páginas. 17,90 euros
Desde este planteamiento comienza a moverse el soberbio libro de Gabriel Josipovici y se mueve en dirección a la búsqueda del lugar en el que el escritor moderno ha de colocar su confianza viviendo en un mundo en el que no sólo hay que ser un creador, sino, además, construir por medio de la escritura la autoridad que lo justifica.
¿Quién decide hoy lo que es
permanente y lo que es circunstancial, lo que es bueno y lo que es malo e, incluso, el alcance de los conceptos bueno y malo? Lo cierto es que el escritor moderno escribe desde la sospecha, no desde la confianza. Pierre Bourdieu, en el campo de la sociología, ha abordado el problema de la evaluación -en el más amplio sentido de la palabra- del arte en su notabilísimo ensayo Las reglas del arte (Anagrama). Pero a donde se dirige Josipovici es a un asunto de mayor enjundia. "En nuestro mundo (...) pocos pueden reconocer lo verdaderamente original cuando surge por primera vez, y por esta razón sobre el artista gravita un peso mayor: ¿deberá seguir sus instintos, que tantas veces lo han defraudado, o el juicio de los otros cuya autoridad parece tan sólida?". Josipovici contestará a esto por medio de Proust, Kafka y Beckett en tres exposiciones que califico de magistrales; pero antes hemos venido desde Homero, Platón y la Biblia, a través de Dante y Shakespeare, hasta el romanticismo, que es donde, según él, se produce la quiebra definitiva de la confianza. Dante y Shakespeare elaborarán su propia confianza en la escritura (dos análisis formidables, por cierto); pero ¿y los románticos? Josipovici propone sustituir los conceptos fe y sospecha por levedad y gravedad; la primera pertenece a los griegos tal como mencioné antes -quien conozca el libro de Italo Calvino Seis propuestas para el próximo milenio hallará la de "levedad" admirablemente expuesta y aplicada a nuestro tiempo-; la segunda, al Occidente cristiano abrumado por el peso de la culpa.
La sospecha de toda autoridad se produce cuando ya no hay confianza. La conciencia atomizada del hombre moderno se encuentra sin un referente firme, sin una tradición en la que confiar. Al escritor no le queda más que la confianza en el lenguaje y ése es su drama. Esto modifica sustancialmente la escritura y la dirige, sobre todo, a la indagación en la historia de uno mismo, no en la historia del mundo. Estamos ante los "demonios interiores" del escritor, de los que habló Faulkner, no ante el mythos, la totalidad de la acción trágica. El héroe trágico moderno, ajeno al conjunto de categoría pública del clásico (estado, familia, destino), se revuelve sobre sí mismo, abrumado por la culpa e incapaz de hablar, pues no sabe con certeza ni qué podría decir ni qué es exactamente lo que está pasando". No iré más allá, pues el comentario adecuado a este libro excepcional supera estas líneas y resulta preferible plantear sólo su nudo. Sólo quiero añadir que hoy día existe una "falsa confianza" que no produce sino repetición de modelos sin riesgo alguno cuyo fin es la comercialidad, la comodidad y la banalidad. Todo lo contrario sucede con Beckett que, al escribir Molloy, descubre que quizá puede utilizar "la oscuridad bajo la cual había luchado por ocultarse", escribe su trilogía y su teatro, y acaba encontrando la confianza resumida en esta expresión: "Querida incomprensión, es gracias a ti que podré ser yo mismo al fin". Dicho esto, el lector afectado por la exigencia verdadera puede depositar en este libro admirable una confianza que le será devuelta en inteligencia, pues la confianza debe preceder siempre a la sospecha, dice el autor, aunque ésta deba exigir siempre cuentas en los tiempos que corren.
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