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Crónica:CIENCIA FICCIÓN
Crónica
Texto informativo con interpretación

La misteriosa radiación Berthold en 'Star Trek'

FECHA ESTELAR 3420.8. Cuaderno de bitácora del oficial científico. Spock al habla: sondas de largo alcance han confirmado la presencia de niveles letales de radiación Berthold en el sistema Omicron Ceti III. Contrariamente a lo esperado, todos los miembros de la colonia están vivos y gozan de excelente salud. La causa de su inesperada superviviencia ha sido ya descubierta: una espora benigna ha invadido a todos los colonos, proporcionándoles protección contra la radiación Berthold, así como un sorprendente estado mental, extremadamente eufórico. Tras visitar el asentamiento, el capitán James T. Kirk descubrió que las esporas inducían violentas emociones en los colonos. La federación recomienda la entera evacuación de la colonia así como el estudio de las propiedades biomoleculares de las esporas para su posible aplicación médica.

La radiación Berthold no es más que otra de las invenciones que jalonan la mítica serie Star Trek. La conquista del espacio (Star Trek, 1966-1969).

En este caso, se trata del episodio titulado A este lado del paraíso (This Side of Paradise, 1967). La mayor parte de lo que comúnmente denominamos radiación tiene origen electromagnético: los rayos X o la radiación gamma, por ejemplo, constituyen formas especialmente energéticas (alta frecuencia) de radiación electromagnética.

Sin embargo, existen otras formas de radiación compuestas por haces de partículas, atómicas o subatómicas, como la radiación alfa (núcleos de helio-4, compuestos por 2 protones y 2 neutrones) o la radiación beta (asociada a la desintegración de un neutrón o un protón de un núcleo atómico con la consiguiente emisión de un electrón -o un positrón- y otras partículas).

Como apunta Sergi Sánchez en La biblia Trekkie (1995), resulta curioso que el traductor español decidiera rebautizar la imaginaria radiación Berthold por una forma de radiación mucho más convencional: la radiación beta, eliminando gran parte del misterio que implicaría el descubrimiento de una forma desconocida de radiación.

La vida en la Tierra ha evolucionado en un entorno no exento de diversas formas de radiación natural. De hecho, parte de la evolución de las especies se cree impulsada por mutaciones debidas a dicha radiación. Existen tres fuentes principales de radiación natural: los llamados rayos cósmicos, compuestos por partículas subatómicas muy energéticas, emitidas por el Sol y otras estrellas; elementos radiactivos presentes en la corteza terretre, como el radio o el uranio; y radionúclidos presentes en los propios organismos vivos, como el potasio-40 (o el carbono-14, por citar un isótopo utilizado en técnicas de datación radiactiva).

Así las cosas, la atmósfera terrestre actúa a modo de escudo protector frente a diversas formas de radiación provenientes del espacio exterior. No en vano, la gente que habita en poblaciones de elevada altitud está permanentemente expuesta a mayores dosis de radiación natural que aquella que vive al nivel del mar, protegida por una atmósfera de mayor grosor.

El descubrimiento de la radiactividad de origen natural debe mucho al azar. El 1 de marzo de 1896, el físico francés Antoine Henri Becquerel comprobó con estupefacción que sendas placas fotográficas que había guardado junto a cristales de uranio en su laboratorio se habían velado completamente. Becquerel acababa de identificar, de forma más o menos fortuita, una nueva propiedad específica de algunos materiales: la radiactividad natural, o radiación Becquerel, como se la bautizó popularmente en novelas como El estanque de la Luna (The Moon Pool, 1919), de Abraham Merritt.

Poco después, Pierre y Marie Sklodowska Curie descubrirían un comportamiento análogo en el radio y el polonio. Inadvertidamente, acaban de poner los cimientos para el posterior uso y abuso de la energía contenida en los átomos. Digamos que la radiación, como un buen licor, puede resultar beneficiosa en pequeñas dosis. Ténganlo presente en estas fechas...

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