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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El abrazo del ángel

'Todo hombre tiene derecho a tener dos o tres fantasías extrañas en su vida', dice quien todos los años y en el tiempo del solsticio de verano mantiene una cita con un ángel, y no lo sugiere a modo de disculpa, pues su conversación con aquel que alado le reconforta con su charla, no es una pirueta de su mente en esos momentos de ensimismamiento en los que la imaginación se desboca y uno se ausenta por caminos intransitables. Sobran, el hombre, y Xax, el ángel, fueron creados por la escritora Elizabeth Knox con el propósito de narrar la incertidumbre, pues ésta es una historia de amor, y aunque el material dramático que maneja la autora en La suerte del viticultor produce cierto vértigo, ya que sobre un ángel recae el protagonismo de mantener una tensión narrativa que se asienta sobre el deseo, el riesgo de la complejidad se supera por la dosis de verosimilitud que alcanza esta particular ficción.

LA SUERTE DEL VITICULTOR

Elizabeth Knox Traducción de R. M. Bassols Seix Barral. Barcelona, 2001 352 páginas. 17,70 euros

Y no es tarea fácil, aunque, por una vez, aquí la eternidad tenga sentido en las promesas de amor, pero, también, como en toda historia donde la pasión anida, el sufrimiento llega cuando la voz titubea y el futuro se muestra como realmente es: descarnado y claramente incierto, aunque lo eterno, o tal vez por eso, tenga visos de existencia.

El tono de Elizabeth Knox al anotar sobre una creciente melancolía en los protagonistas es sobrio y tiene rigor, y la particularidad del movimiento amoroso de los protagonistas, ángel y viticultor, se sigue con expectación. Y es creíble que el deseo pueda hallarse en la necesidad de cobijar el cuerpo bajo un ala 'puro tendón y músculo' que huele a sal.

Pero en esta historia hay más que amor entre dos hombres. Y llamo hombre a ese íncubo al que Sobran, el viticultor, señala como 'virgen e impotente'. Y llamo hombre a ese ser de piel blanca con aroma de nieve en su cabello. Y llamo hombre a aquel al que le es posible sentir cómo se le acelera el latido en el cuello mientras el otro aprieta su boca contra él. Ángel caído cuya culpa fue pensar que Dios no fue el creador, y a pesar de su herejía, seguir amándolo. Digo, que hay más que amor entre las páginas de este libro, porque de soledades cuenta, ya que a los dos protagonistas les va creciendo el tiempo y no son las horas lo que les sobrevuela, sino todas las pérdidas de las que se duelen y tienen memoria. A uno por mortal se le agotará la esperanza. Al otro por eterno se le multiplicará el desconsuelo. 'Soy un ermitaño en el infierno', dirá Xax, tal vez pensando en ese futuro inabarcable pero oscuro.

Conquista pues al lector esta historia, aunque a veces ciertas grietas afecten al paisaje completo de ese tiempo que suponen los encuentros entre 1808 y 1863, sucede cuando irrumpen episodios que no poseen suficiente consistencia para convertirse en relatos paralelos. Y es que entre las citas de Sobran y Xax, se entrecruza una historia más cotidiana, la que se narra y acaece en Aluze, próximo a Chagny (Francia). Allí Sobran, como todo mortal, ama, sufre, ríe y tiene amigos. Aunque él espere cada solsticio de verano para saborear no sólo la conversación y el contacto con un ángel, sino el sabor de un exquisito vino. Éste es un libro bastante especial.

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