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CICLISMO Sydney 2000

Llaneras, capitán general en Sydney

El ciclista mallorquín conquista su primer título olímpico en la prueba de puntuación

Carlos Arribas

Mereció la pena el fracaso. Joan Llaneras salió de Atlanta derrotado. Llegó a los Juegos del 96 convencido de que nadie era mejor que él y terminó sexto en la carrera de puntuación. Nunca más, dijo. Una obsesión se apoderó de él: ganar en Sydney, ganar en Sydney. Empezó a prepararse como un loco. En el camino, conducido por su determinación, ganó cuatro mundiales. Dos en puntuación, su prueba fetiche, aquella en la que el individuo es uno y solo, en la que no hay equipos, y dos en madison, puntuación por parejas. En el camino se convirtió en el ciclista más respetado del circuito. El fracaso le hizo más grande. Tan grande que anoche, en un velódromo rápido de 250 metros, pudo deleitarse con gozosa anticipación de una victoria impecable, de una obra de arte sobre dos ruedas. A los otros 22 competidores sólo les faltó ponerse de pie sobre la bicicleta y aplaudir la destreza, la fuerza y la superioridad con la que Llaneras ajustó sus cuentas con el pasado. Las dos últimas vueltas de las 160 (40 kilómetros) fueron un mudo homenaje: Llaneras, el ganador, en cabeza; todos los demás, a su rueda.Rodando en medio del pelotón, o en cola, al principio, Llaneras estudia a sus rivales. A todos los conoce, los ve y los analiza. A 50 por hora. Sin perder su lugar en la pista. Llaneras es el general, analiza y decide: la carrera va demasiado lenta, la gente no se fatiga, así no vamos a ninguna parte. Llaneras es más rodador que velocista: no tiene cuerpo (mide 1,80 metros, pero anda por los 60 kilos), ni músculos ni velocidad para puntuar. Pero es más resistente que nadie: puede poner su cuerpo a tope y aguantar y aguantar hasta que nadie resista y todos cedan. O sea, que necesita que la gente se canse para poder escaparse y ganar vueltas.

Mediada la primera mitad, Llaneras se lanza en picado hacia la cuerda. Bajo su impulso, el pelotón se pone en fila india, ofrece grietas, la gente sufre. Llaneras lo ve, observa y sonríe para sí: yo, piensa, estoy fresco, con fuerzas, pero ellos sufren a mi ritmo. Tensa un poco más la cuerda y se retira a sus cuarteles. Desde la parte superior de la pista sigue observando. Analiza. Decide. Ya se ha pasado la mitad de la prueba. Ya unos cuantos se han agotado en inútiles sprints. Ahora es la hora. Quedan 73 vueltas cuando Llaneras lanza su primera carga, con él se van el coreano y el ruso. Detrás se resiste sólo un poco. Pasan 15 vueltas, dos sprints. De un solo golpe, certero y directo, Llaneras ya se ha puesto tercero. Ha ganado una vuelta y sprint y medio. No basta. Hay que ganar. Ahora es la hora. Markov, el ruso, y Cho, el coreano, están cansados. Nada más enlazar con el gran grupo por detrás, se relajan y respiran. Es la hora. Sin pararse un segundo, oyendo a su entrenador gritar ahora, Llaneras adelanta a todos desde la cola y sigue lanzado: se le unen otra media docena. Mejor: en nueve vueltas gana la segunda. Quedan 49 vueltas y ya es oro. Es el más fuerte y va primero. Sabe que nadie le va a ganar. Se sabe campeón olímpico.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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