Barcelona construyó la Villa Olímpica sobre los restos de un área industrial degradada
El 17 de octubre de 1989, Pasqual Maragall, entonces alcalde de Barcelona, puso la primera piedra de lo que hoy es la Villa Olímpica. Un conjunto residencial con 1.834 viviendas, 180 locales comerciales y 3.500 plazas de aparcamiento. Al acto asistió el que era alcalde de Madrid, Agustín Rodríguez Sahagún. Un segundo invitado, Manuel del Valle, el socialista que ocupaba la alcaldía de Sevilla no acudió. Hoy, aquel solar de 40 hectáreas es un barrio habitado. Las nueve empresas que, coordinadas por la pública Nueva Icaria SA, colaboraron movieron 60.000 millones de pesetas.
La presencia de los representantes de Madrid y Sevilla se justificaba por la comunidad de proyectos con fecha fija: 1992. Barcelona se preparaba para los Juegos Olímpicos; Madrid, para ser capital Cultural, y Sevilla se aprestaba a acoger la Exposición Universal.El acto estuvo rodeado de optimismo, quizás para encubrir las dudas sobre los plazos. Los edificios estaban destinados a albergar a los deportistas de los Juegos, lo que exigía su terminación antes del inicio de los mismos. Quedaban menos de tres años. Es sabido que se acabó, que los pisos se vendieron, que la nueva barriada contribuyó a que Barcelona recuperara el mar y un puerto olímpico que se llena una noche sí y otra también, especialmente en verano. Pero en aquellos años, quien paseara por los restos industriales de la zona, donde sobrevivían viejas naves semiderruidas, unas vías de tren de las de antes, algunas casuchas y un aspecto desolador, necesitaba un serio acto de fe para confiar en lo que Maragall prometía.
El espacio destinado a ser la Villa Olímpica de Barcelona ocupaba unas 40 hectáreas, 30 de las cuales estaban destinadas a edificios. El resto se repartía entre espacios verdes y viales. El proyecto fue encargado a 18 equipos de arquitectos, integrados por unas 40 personas. El resultado fueron varios premios del Fomento de las Artes Decorativas, aunque los galardones se han mostrado incapaces de vencer a las prisas. Alguno de estos edificios está ya siendo reparado. Hace apenas un mes, los bomberos tuvieron que vallar uno de los bloques tras la aparición de una grieta considerable en su fachada. Y no es el único fiasco constructivo del que se quejan los vecinos.
El espacio se hallaba junto al mar, pero junto a un mar olvidado y abandonado, impracticable para el baño y la navegación. De ahí que el proyecto global marcara como objetivo la recuperación de lo que hoy son cuatro kilómetros de playa que, en verano, se hallan absolutamente aprovechados. Y en la cabecera de esta playa se construyó un complejo de servicios (un hotel, oficinas, locales de recreo y alimentación) coronado por las dos torres más altas de la ciudad. Junto a ello, el puerto olímpico, de carácter deportivo, cuyos amarres se vendieron con mayor facilidad que los pisos.
Claves del éxito
Este mar del que los barceloneses no querían entonces saber nada no era el peor límite para la zona: en el extremo norte se halla un viejo cementerio y un barrio industrial (Poblenou) casi obsoleto, más apropiado para plató de películas sobre el inicio de siglo que para las nuevas actividades económicas de la ciudad. También sobre esta zona ha empezado a actuar el Ayuntamiento, pero su presencia no ha sido obstáculo para el éxito de la villa.
Buena parte de este éxito se ha construido sobre dos factores: una demanda real de vivienda en el interior de Barcelona y la coexistencia de la edificación y de los espacios verdes, públicos y privados. Para ello se recurrió a recuperar, en parte, la vieja idea de Ildefons Cerdà, el creador del ensanche barcelonés. Los patios de manzana debían ser destinados a espacios verdes de uso mixto público y privado. Este hecho hacía las viviendas, cuyo precio no estuvo protegido, muy atractivas para matrimonios de clase media con hijos en edad escolar.
El hecho de que la ciudad sea pequeña y que, desde hace tiempo, se haya iniciado una migración de los jóvenes matrimonios hacia la región metropolitana, con viviendas nuevas más amplias y baratas, hizo el resto. El último piso fue vendido en agosto de 1996. Tenía 70 metros cuadrados y era el resultado de haber dividido un dúplex que tuvo problemas de salida. Estas divisiones hicieron que el resultado final fuera 1.834 viviendas, 22 más de las inicialmente previstas.
Las administraciones colaboraron instalando servicios tan necesarios como estaciones de metro, centros de enseñanza e incluso una iglesia abierta a varias confesiones durante los Juegos. Hoy los vecinos, con la excepción de los que sufren reparaciones, están abiertamente satisfechos. Y el conjunto de la ciudad también se alegra de haber convertido lo que otrora fue denominado el "Manchester catalán", por la presencia de fábricas de tejidos, en una "Copacabana barcelonesa". Puede parece sólo una frase, pero refleja parte de la evolución de Barcelona, donde las viejas chimeneas de industrias malolientes están dejando paso a una economía de servicios, donde la unidad de medida ya no es el caballo de vapor sino el bit.
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