El museo desconocido
La Casa de la Villa, sede del Ayuntamiento, alberga en sus salones piezas artísticas mal conservadas y peor iluminadas
Madrid no es la ciudad del oso y el madroño, sino de la osa y el madroño, o madroñero. Ésa es una de las ideas más claras que se extraen tras visitar el Ayuntamiento con un guía del Patronato Municipal de Turismo. De hecho, se encarga de recordar el guía, en las esculturas del escudo municipal jamás se aprecian los atributos masculinos del animal. Pero la visita prosigue: a un lado, el despacho del alcalde; al otro, el patio de Cristales, nido de conspiraciones varias, puñaladas traperas de concejal a concejal ton el concurso de la prensa; más allá, las miradas aburridas de los cuarentaitantos alcaldes que pasaron por una Casa, la de la Villa, que fuera cárcel, allá por el siglo XVII, de malandrines varios. Pero en el principio de todo, a la entrada del edificio, surge la Mariblanca, de un blanco despampanante. También esta estatua se ha visto sometida a los designios de los inquilinos. Porque ésa es la otra conclusión importante -la del madroño aparte- que extraen los visitantes que cada lunes se adentran en la Casa: todos los objetos que en ella han sido y serán se hallan sometidos al designio y volubilidad de sus moradores.Por eso, la Mariblanca enseñó los pechos pequeños, sus muslos firmes y macizos y la barriguilla incipiente en la Puerta del Sol, presidiendo una fuente que la llamaban la de la Fe, y después pasó con igual compostura al paseo de Recoletos; más tarde, su carnalidad coronó la plaza de las Descalzas, y después fue en la plaza Mayor donde soportó los rigores de muchos inviernos. Así hasta que el socialista Enrique Tierno Galván, aprovechando que ejercía de alcalde, la colocó en la entrada real de la Casa de la Villa, justo en el rincón que la cabeza convulsa de Goya monopolizaba hasta entonces. Y desde ahí saluda ahora a los visitantes, con un Cupido manco a sus pies, la estatua de la primera fuente ornamental que vio Madrid.
Por todo aquello de los caprichos y antojos de los moradores, la banda que rodea la oronda barriga de Pedro Rico López, alcalde en la II República, cambió los tres colores republicanos en varias ocasiones por uno morado, como la franja del escudo de Madrid, según decidiera el inquilino. Y por eso la reproducción del cuadro encargado a Goya por el hermano de Napoleón Pepe Botella vio trastocado hasta siete veces lo que en principio se dibujó. Al final, el cuadro original fue a parar al Museo del Prado.
La corona de la osa
Mientras los guías explican todo eso, lo de la osa y el madroño no se olvida fácilmente, porque en cualquier sitio donde se mire aparece la hembra abrazando el árbol.
Después se accede a un salón de recepciones y la osa surge tocada con corona. Explicación: Carlos I otorgó a la ciudad la corona porque los madrileños le curaron unas fiebres de peste. Justo en ese salón es donde los políticos extranjeros intercambian regalos con los municipales, todo ello ante un cuadro de Vicente Palmaroli de 1871 titulado El 3 de mayo. Precioso, pero, como ocurre con tantas otras obras de la Casa de la Villa, las escenas representadas hay que apreciarlas de lado. Si uno se sitúa enfrente topa con el reflejo de las luces.
Lo verdaderamente importante en el salón de recepciones, por encima de los fusilamientos también mal iluminados, lo que se llevarían a casa algunas de las personas que trabajan como guías del Patronato Municipal de Turismo, si se lo permitiesen, sería el jarrón que en 1905 trajo un alcalde parisiense.
El paso siguiente es la capilla del siglo XVII, obra de Vicente Palomino, donde los políticos municipales de principios de siglo escuchaban misa antes de meterse en el pleno.
La capilla es una de las reliquias peor conservadas, con lámparas que queman los frescos donde Dios conversa con la Virgen. La pintó Vicente Palomino, hombre relevante en el decorado del edificio.
Después, enmarcados, los, Fueros de 1202, o un Privilegio, y después, casi para anunciarla a modo de ta-ta-chán, la Custodia de la Villa, la joya del Ayuntamiento, una obra con capas de plata que se saca a la calle en días de procesión.
Casi al lado de la Custodia, el Cristo de marfil, pieza barroca del siglo XVII, preciosista donde las haya, colocada dos metros sobre el nivel del suelo y apuntando con la boca hacia el techo. Tan minucioso fue el trabajo del escultor que si le hubieran puesto a su obra un espejo encima, como a las tartas que exponen en muchas pastelerías, los visitantes podrían admirar cada uno de los dientes del Cristo.
El paso siguiente es el Patio de Cristales. Alrededor de esa habitación se construyó todo el edificio. Entonces, en un principio, el suelo era de tragaluces que permitían ver el piso de abajo.
Este patio de lujo sede de importantes recepciones- está situado junto al salón donde se aprueban los presupuestos de la capital, el Plan General de Urbanismo o las fiestas de san Isidro. Los concejales lo pueden observar cada vez que entran o salen del pleno (el público que asiste a las sesiones sólo tiene opción a echar un vistazo desde la puerta). Y es aquí adonde salen a fumar los concejales en los descansos de los plenos, donde pergeñan sus estrategias y filtran a la prensa algunas noticias, todo ello bajo la presencia nariguda de los ilustres de la villa: Quevedo, Calderón de la Barca, Claudio Coello y otros bustos de parecido calibre.
Debajo de tanta barbilla insigne, una figura tan delicada como desconocida: la Náyade, una mujer desnuda que da de comer a una paloma. De ella se sabe que fue trasladada al Ayuntamiento allá por 1900, cuando la encontraron arrinconada en algún departamento del Retiro. Celsia Regis aclara en un libro del año 1927 que la figura se supone italiana, y que se desconoce el autor y la fecha en que fue ejecutada.
El Patio de Cristales alberga también un escudo enorme de Madrid con una dragona. La guía explica que a los románticos del siglo XIX les debía de saber a poco lo de la osa y maquinaron dibujar una figura más épica.
Una gotera en el salón
Y a la derecha, el salón de plenos: un techo plano, que parece arqueado, combado, gracias a la mano diestra de Palomino, que dibujó perspectivas hondas, curvas y profundidades palaciegas allá donde sólo había un techo raso. Una gotera se ha filtrado entre tanta perspectiva artística, y nadie lo ha paliado, de momento.
Después sólo hay que ascender por unas escaleras.; atravesar un pasillo donde reposan arrinconados tres bedeles cuya única misión parece ser no moverse de allí durante ocho horas al día; mirar por las ventanas al patio de Cisneros, observar una camelia que se eleva sobre los tejados y el suelo empedrado. Todo eso se precisa para acceder al salón de comisiones, donde los grupos municipales y el alcalde ofrecen sus conferencias de prensa.
Al lado se sitúa otro salón de comisiones, éste más pequeño, con cuadros de los últimos alcaldes de Madrid. Desde Juan Barranco, nada contento con el lienzo, hasta Luis María Huete, que sólo ejerció de primer edil durante 100 días, quedaron inmortalizados en las paredes del salón. Pero esa parte no se les enseña nunca a los visitantes. Por ello el guía no podrá explicarles que los artesonados son muy valiosos, que las vigas que sostienen el techo son de madera y de una sola pieza (cosa, por otra parte, que tampoco dejaría a nadie sin aliento, llegado el caso).
Y para finalizar, una habitación con un tapiz enorme del siglo XIX que el Ayuntamiento de Madrid compró al de Zamora. A tenor de los expertos, ese tejido es una de las joyas más valiosas del Ayuntamiento.
Las personas que deseen visitar el Ayuntamiento por su cuenta deberán acudir cualquier lunes no festivo al número 5 de la plaza de la Villa a las 17.00. Los grupos han de concertar la visita llamando al Patronato Municipal de Turismo, teléfono 588 29 00.
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