Mercamadrid: una imposición estatal
Los ya viejos mercados centrales de Madrid se han visto cercados en el mismo centro de la ciudad, sin ninguna posibilidad, de desarrollo, a pesar de que ya se han quedado pequeños para las necesidades de sus habitantes, y lo que puede ser más importante, sobresaturando y congestionando las zonas de la ciudad en que se encuentran.La solución aportada se llama Mercamadrid. Su inauguración ya debería haberse producido -estaba prevista para el primer semestre de 1977-, pero como consecuencia. de una serie de condicionantes políticos, se ha ido retrasando y ahora los más optimistas fijan como posible fecha de entrada en funcionamiento la del primer trimestre de 1979.
Mientras tanto, los actuales mercados céntrales de la ciudad, repartidos por lo que ya hoy es el centro de su geografía urbana -Legazpi, Puerta de Toledo y paseo de la Chopera, como los más importantes-, han de seguir funcionando en unas condiciones que están muy lejos de ser las óptimas.
Legazpi, el mercado central de frutas y verduras, por ejemplo, podría valer éste para los otros dos, matadero y pescados-, desarrolla su actividad diaria e n unas condiciones pésimas por las estrecheces en las que tanto los mayoristas como los minoristas han de desenvolverse. Este hacinamiento conduce, además, a que las condiciones higiénicas del mercado, a pesar de los esfuerzos que hace el Ayuntamiento, no sean, ni con mucho, perfectas.
Si a esto le añadimos el hecho de que, al haber escasez de espacio, no se permite la entrada de nuevos asentadores, nos encontramos con que prácticamente los mayoristas de Legazpi pueden poner, tras su acuerdo personal, el precio que quieran darle a las frutas y verduras que se consumen en Madrid.
Y el resto, igual. «Si usted va al mercado de pescados de la Puerta de Toledo a intentar comprar chirlas -dice un pescadero de una galería de alimentación- tiene que pasar por las manos de la gente que tiene establecido el monopolio y pagar el precio que ellos quieran. Si usted no compra, no importa: lo congelan y se lo venderán otro día, a un precio más caro. Y, claro, las chirlas no se pueden congelar. Pero eso a ellos no les importa.»
«Y de los plátanos, ¿qué? -dice un frutero que escucha la conversación- ¿Me quiere usted decir a santo de qué los plátanos son la única fruta que no se comercializa a través del mercado de Legazpi y hemos de acudir a unos distribuidores fijos que nos dan lo que quieren y al precio que quieren? ».
El Ayuntamiento de Madrid, hace ya años, se planteó la necesidad ineludible de que los mercados centrales de la ciudad -los que se han llamado literariamente sus estómagos- abandonaran el centro urbano donde están enquistados en la ciudad. Pero el problema era, como tantas otras veces, el dinero. No había de dónde sacarlo. De todas maneras, la Corporación municipal tenía clara una cosa: no se podía descongestionar una zona de Madrid, al quitarle la molestia de los mercados centrales, y congestionar otra, más despoblada, sí, pero que dentro de unos años iba a plantear otra vez los mismos problemas, además de necesitar una infraestructura de comunicaciones mucho más costosa. La solución estaba, pues, en que no fuera un solo mercado central -por muy amplio que se proyectara- el que se construyese, sino que podrían ser, perfectamente,. tres distintos, ubicados en partes distintas de la ciudad, a ser posible, en los extremos del término municipal.
Para intentar solucionar la carencia de dinero, hubo propuestas de todos los tipos. Los propios asentadores de los mercados centrales ofrecieron ser ellos los que, a su costa, construyeran los nuevos mercados. Sólo había una condición: todo debería seguir igual y no se permitiría que entraran en el juego más asentadores. Los mayoristas del mercado central de pescados llegaron, incluso, a hacer una propuesta formal al Ayuntamiento en este sentido. Pero la oferta se rechazó en aras a que el Ayuntamiento no perdiera el control de lo que pasara en los mercados centrales. Pero antes de tomar tal decisión, el mismo Ayuntamiento había intentado impedir que los mayoristas controlaran por completo los mercados, por medio de un reglamento de régimen interior de los mismos que concedía todas las prerrogativas a la Corporación municipal. No se sabe si por aquel entonces los mayoristas echaron atrás su propuesta ante las pretensiones municipales o si el Ayunta miento decidió, de entrada, rechazar la oferta. Lo cierto es que aquel proyecto quedó en el olvido.
Aparece Mercasa
El Ayuntamiento seguía empeñado en conseguir las pesetas necesarias -entonces se calculaban en algo menos de 2.000 millones- con las que poder construir los nuevos mercados. Pero en ese momento aparece en escena el Estado y decide que los nuevos mercados centrales de Madrid los ha de construir, con su experiencia alcanzada en otras ciudades españolas, la sociedad Mercasa, de la que es el único propietario la Comisaria de Abastecimientos y Transportes, es decir, el propio Estado.
La fórmula consiste en crear una sociedad mixta, que pasará a denominarse Mercamadrid, en la que el Ayuntamiento tendrá un 51% de las acciones, en tanto que Mercasa se reserva otro 26 %. El 23 % restante de las posibles acciones estaría destinado a otras partes interesadas, como pueden ser, por ejemplo, los propios usuarios de los nuevos mercados centrales.
La decisión de acceder a que fuera Mercasa y no el propio Ayuntamiento el encargado de construir y gestionar, en principio, los nuevos mercados centrales de Madrid no vino dada por una decisión del pleno municipal, sino que el III Plan de Desarrollo incluía la vinculación para las corporaciones locales que rigiesen los destinos de ciudades de más de 150.000 habitantes de gestionar sus mercados centrales a través de Mercasa.
Ahí acabó el intento del Ayuntamiento madrileño por diversificar las concentraciones de los mercados centrales. A partir de entonces, Mercamadrid era ya una «unidad alimentaria», es decir, un conjunto homogéneo, cerrado, con unos servicios comunes, concebido como un «centro de contratación de productos alimenticios naturales de carácter perecedero, cuya zona de consumo queda limitada a la ciudad de Madrid y su área de influencia directa».
El parque de la Arganzuela
En aquel momento, año 1967, se vio la posibilidad real de que el viejo matadero del paseo de la Chopera dejara un espacio libre y aprovechable. Para-intentar evitar que el terreno en cuestión quedara sujeto a operaciones especulativas, las Cortes orgánicas aprobaron una ley, llamada de la Arganzuela, por la que esos terrenos que, en su día, dejara libres el matadero sólo podrían servir para construir un parque, que sería ampliación, en veintinueve hectáreas, del entonces todavía sólo en proyecto de la Arganzuela. El plazo dado por la ley para tal realización era de diez años.
Pero en noviembre de 1976 las Cortes tuvieron que aprobar, en una sesión que duró apenas unos minutos, una prórroga de cinco años de ese plazo. Esos cinco años son los que se consideran como tope máximo para que Mercamadrid esté ya funcionando a tope. Mientras tanto, las obras de explanación de los terrenos están ya acabadas y están comenzando las obras de urbanización, antes de acometer las futuras de cimentación de los edificios.
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